El delito comun (26)

El viernes conseguí entrar en la seta y descubrí que estaba llena de gnomos de colores. Entendí porqué durante los dos días anteriores había estado siempre vacía. A media noche llegó un gnomo que trabajaba en una seta en Bruselas preguntando si alguien había leído a Kavafis. Cantó una mujer cubana mientras Carlos tocaba la guitarra. Y allí aparecieron poco a poco los nombres de aquellos seres diminutos. Y se cerró la persiana blanca y nos quedamos encerrados en la seta mientras, de fondo, sonaba el "chssssssss" silencioso del gnomo-camarero. Nos sentamos todos, al final, en un corro para podernos calentar las manos con el fuego de la soledad.

El delito común (25)

En el camino, esta noche, venía pensando en escribir sobre un tipo de setas que acabo de descubrir en Barcelona. Son unas setas muy pequeñas, donde la gente suele leer cuentos o hacer sonar la música. Están regentados por una sola persona en forma de camarero. Vas allí y te sientas y te sientes como en casa. Bueno, esto es lo que me imagino o lo que espero de esas setas porque, esta noche, he intentado de nuevo entrar en una de ellas y no ha sido posible. Desde hace un mes me envían la información del programa de una seta que han abierto a cuatro calles de mi casa. Ayer, después del trabajo, me acerqué con la moto y no fui capaz de detenerme, el local estaba vacío. Hoy he ido caminando y he pasado de largo porque volvía a estar vacío. Como ya había salido me he puesto a caminar y creo que es la primera vez que he hecho algo así. No he ido a ningún sitio, sólo he caminado. Me he topado con tres personas que cojeaban y enconatrdo dos guantes: uno tirado en el suelo y otro en el pomo de una puerta. He llegado a casa y he pensado lo bien que le sienta al cuerpo salir al campo a buscar setas.

El delito comun (24)

Después de haber programado el despertador, Francisco se quedó mirando el techo de la habitación, haciendo tiempo mientras al lado, también estirada en la cama, su mujer leía. Siete páginas más tarde apagaron la luz y ella suspiró. Francisco, sin susurros, le explicó que no entendía por qué razón estaba tan seguro de la tristeza del feto de la mujer que había acudido aquella tarde a su consulta.Suspiraron los dos.

El delito comun (24)

7:35 de la mañana. Ha sonado el despertador y el hombre del pijama negro ha salido de la cama. Ha desayunado, se ha duchado y se ha vestido. Ha cargado con su ordenador y su maletín y ha salido de casa. Ha caminado hasta la parada del metro. Ha bajado las escaleras. Ha esperado en el andén. Ha subido en un vagón y se ha sentado mientras viajaba. Ha llegado a su estación. Ha subido las escaleras mecánicas. Ha pisado el exterior. Ha caminado hasta que de repente el sol le ha disparado un rayo cuando cruzaba una callejuela estrecha de significado y, poco a poco, su cuerpo ha ido disminuyendo de velocidad hasta pararse completamente. Ha alzado la vista descubriendo los balcones, la ropa tendida, las banderas, las palabras, los molinillos de viento. Se ha contaminado del plata de las ratas de ciudad hasta abandonar el ensimismamiento que le producía contemplar sus cortos vuelos para regresar al suelo con la vista, viendo entoces bajo sus pies las sombras proyectadas de los edificios. Ha dado lentamente tres pasos marcha atrás y ha vuelto a sentir el sol en su cuerpo comprobado como aparecía también sobre el asfalto su propia figura, su imagen gris. Después de varios segundos se ha puesto a caminar de nuevo hacía delante. Ha llegado a la oficina. Se ha sentado en una silla y se ha preparado para la reunión. Mientras esperaba a sus compañeros ha recordado la imagen de un perro que barría corazones y que le había saludado de camino al trabajo.

El delito comun (23)

Imagino muchas cosas, sobretodo cosas que están por pasar pero que cuando ocurren nunca son como había imaginado. El fin de semana no ha acabado y yo ya estoy cansada de tanta sorpresa. ¿Y qué pasa cuando te das cuenta de que te has metido otra vez en una película y no encuentras a nadie que te pueda explicar el final, más que nada para preparate un poco? No han pasado demasiadas horas desde la última vez que escribí y no soy capaz de explicar todo lo que ha sucedido, ni cómo ha sucedido ni mucho menos aún ,todo el reboltijo de sentimientos en los que me he perdido. Creo que no los he asimilado. Encontarte con que lo único en común que conservas con un antiguo amor es que teneis el mismo mécanico para la moto, llamadas sin respuesta, amigos que no lo son y de los que empiezas a dudar que sean ni tan siquiera conocidos, converasciones privadas a las que quieren acceder intrusos, un bar que hacía tiempo que no visitaba pero donde siguen sonando las canciones de siempre, alguien que quiere irse a la cama contigo pero al que le dices que no, uno al que le dices que venga y no viene, mensajes surrealistas de madrugada, sueños con imágenes preciosas que no podré dibujar jamás y al final,… despertarte para ir a pasear con un amigo y descubrir a un fotógrafo del que no me he cansado de repetir la tristeza que me provocan sus instantaneas. Y mi amigo, que ya sabe que siempre lloro, lleva preparados los kleenex y se alegra de que esta vez estemos en un museo y no en un supermercado. Le explico lo de mi viaje y me da ideas que me producen más ideas. Despedida. Cruzar Plaza Catalunya donde un grupo de personas alza el vuelo como las palomas mientras les persigue un policia que justo se acaba de cruzar en mi camino. Premios, reencuentros, rupturas, apuestas, lecturas de guiones y… todavía tengo que limpiar la casa y preparar algo para la cena de esta noche!!!
¿Alguien entiende lo feliz que me siento al saber que mañana problablemente será domingo?

El delito comun (22)

Acabo de firmar mi sentencia de letargo. Me he enrolado en un proyecto ajeno que seguramente me hará descuidar un poco el mio propio. Está muy bien eso de levantarse por la mañana y ponerse a escribir lo que pensaste ayer, tomar cafés con los amigos que hace tiempo que no ves, “ahhhh! la Familia…”, como dirían los padrinos italianos, comprar el pan, tener amantes, transformarte en aquello que sueñas, jugar a inventarte y… pasar así la vida pero… hay que dar de comer y no a los niños sino a las ideas y es que las ideas también comen! Estoy casi segura de que a partir de ahora las historias de este blog serán más cortas porque mi tiempo también lo será. Y sé que me engaño pensando que quizá esta vez pueda ser diferente. Empiezan a pesar los días que he malgastado creyendo que podría con todo: mis proyectos y los de los demás. Aunque esos engaños, esas medias verdades, esas mentirigillas que me hago a mi misma ya no me castigan, me sirven para tener ganas de reemprender el vuelo después del sueño hacia la otra vida que tengo. Y si no que le pregunten a Verónica, que no lo llevaba tan mal eso de tener una doble vida! He tardado aproximadamente unos ocho años en asimilar la cotidianidad de tener dos vidas que no son paralelas sino consecutivas: acabo una y empiezo la otra y así sucesivamente. He desarrollado mis propios mecanismos para poder caminar de esta manera. En primer lugar ya no creo que una sea buena y la otra mala, oscura, la que no quiero: las dos son lo que son y ninguna de ellas existiría sin la otra (no puedo ni vivir del aire ni tampoco vivir siempre en él). En segundo lugar, pienso un deseo y lo intento cumplir en esos ratitos que me quedan entre el paso de una vida a la otra. Son deseos que guardo bajo una piedra detrás de un matorral y que rescato de vez en cuando para suavizar el choc que me provoca tanto cambio. Por último, me he acostumbrado a la locura de estar un poco loca. Hoy escribo desde el límite ya que el lunes empezaré un nuevo tramo del trayecto, que no será perfecto, como no lo ha sido el que estoy a punto de abandonar. Este fin de semana toca levantar la piedra.

El delito comun (21)

Se topó por primera vez con el verbo una noche. Estaba entre estirado y mal puesto sobre la cama de su habitación de alquiler. Era muy tarde para empezar a dormir y muy pronto para levantarse así que se entretuvo leyendo. El azar le condujo hasta un autor completamente desconocido hasta ese momento para él. El título de la pequeña narración era Libros nunca escritos, viajes nunca hechos y empezaba con “Amor mio” y finalizaba con “Ich sterbe, mi querido amor.” Entremedio relataba lo curioso que les resultaba a los protagonistas descubrir que las últimas palabras de Chéjov que “amó siempre en ruso, sufrió en ruso, odió (poco) en ruso, sonrió (mucho) en ruso, vivió siempre en ruso” muriera, quizá susurrando por no hacer demasiado ruido, en alemán. Y allí estaba el verbo sterben. La altura de su cama, las deshoras, la vagancia y el placer de la ignorancia hicieron que aquella noche no se atreviera a descender hasta su escritorio para buscar en el diccionario el significado del verbo. Se rindió al sueño con la certeza de que a la mañana siguiente desvelaría el sentido de la palabra y al mismo tiempo el del relato que aún sin entenderlo completamente le había cautivado. Y la mañana llegó y descubrió que Ich sterbe era yo muero. Durante el desayuno le preguntó a Hauke, su compañero de piso, un alemán muy alemán, qué significaba sterben. Era cierto que ya tenía una respuesta pero su lento acercamiento a esa extraña lengua alemana le había hecho entender que había verbos tan sumamente concretos que no podía ser tan sencillo y tan simple la traducción de áquel. Su sorpresa fue la cara de Hauke al oír la pregunta. Movió las manos, la cara que le contestó: “Por qué me preguntas sobre algo tan triste?”. Allí pareció finalizar su investigación sin entender la causa que había conducido a su amigo a no responderle en inglés, el malformado instrumento de comunicación que utilizaban, que Ich sterbe era I die. Pasó el tiempo y abandonó su habitación prestada para regresar a su ciudad con la dulzura de un amor no correspondido. Volvió a su casa con el sobrepeso en sus maletas del miedo a abandonar el estudio de un idioma: se había sumergido en el alemán por conquistar a una mujer y ahora, sólo, ¿dónde encontraría la motivación para seguir? Y fue entonces cuando volvió a aparecer el verbo. En el sinsentido de ir a clase y de prepararse para un examen al que debido al trabajo no sabría si podría acudir encontró una lista de de infinitivos, pretéritos y perfectos. Escondido y disimulado leyó: sterben, starb, ist gestorben. Recordó una de esas reglas primeras que se aprenden sin tener en cuenta las inacabables excepciones que decía que el perfecto en alemán se conjuga siempre con haben menos los verbos que implican movimiento, que lo hacen con sein. Pero…¿dónde estaba el desplazamiento en el morir para hacer del perfecto de sterben un verbo que implicara movimiento? No era como subir, como bajar, como ir ni como venir: morir era morir. Hasta llegar a esta pregunta para él morir era sólo un estado final pero empezó a pensar que sterben era un proceso, un cambio, un camino corto, más o menos lento, hacia la nada. Descubrió el movimiento en algo que le había parecido siempre inmóbil y se sintió tremendamente orgulloso. Notó resurgir desde dentro de él mismo las ansias por resolver las preguntas que iba generando sin la necesidad del cebo del amor. Atrás quedaba ya su historia de “corazón roto y pegado”, con las penas y las alegrías que le había generado, mientras vislumbraba frente a él la senda de sus propias motivaciones. Y pensó, entonces que como Chéjov, amaría, sufriría, odiaría y sonreiría pero sin prestarle demasiada atención al idioma en que debía hacerlo hasta que llegara el momento que pronunciara el “yo muero” .

El delito comun (20)

Esta es la historia de una mujer que no soportaba que le dijeran cosas bonitas. “No mires a los ojos de la gente, me da miedo, siempre mienten”. ¿Tanto podía haber influido en ella una canción de los ochenta? En el instante en el que aparecía una frase amable, una situación preciosa, una caricia, un segundo perfecto, se sonrojaba, despistaba la mirada y como los protagonistas de las historias que ella inventaba, procuraba desaparecer, pero no podía. Le fastidiaba no ser capaz de practicar aún la teletransportación o de no tener un coche fantástico que la viniera a rescatar y la condujera directamente a ese lugar que se había construido detrás de un muro. Había aprendido a fuerza de memorables equivocaciones como sobrevivír sola, olvidando por completo el tipo de reacciones que se suponía debía mostrar cuando alguien pretendía cuidarla un poquito. Una tarde invitó a un amigo a comer. Y comieron y tomaron té y se explicaron las anécdotas de sus respectivos caminos. Recordaron cuanto tiempo hacía ya que habían dejado la escuela y qué lástima que no se vieran más amenudo y… bla, bla, bla, bla, bla, bla. Se hizo tarde. Quizá no se hubieran despedido nunca de no haber sido porque ella seguía fumando y se había quedado sin tabaco. Le dijo que esperara un momento, que le acompañaría hasta su moto, que también tenía que salir. Se sentó en una silla para ponerse los zapatos mientras su amigo la esperaba ya con el casco en la mano apoyado en una pared frente a ella. Mientras seguían hablando de algo, él cambió su posición. A quellas horas de la tarde la luz tamizada que inundaba la habitación era perfecta para ofrecer una imagen bonita de la que ella formaba parte, de la que era esta vez protagonista. Y quiso volverse transparente. Pensó en lo bello que debía ser contemplar la figura de una mujer sentada en una silla de madera, ajustándose los calcetines y subiéndose la cremallera de las botas inmersa en aquel contraluz. Pero ella no creía ser la mujer observada, ella no creía ser lo mirado, ella no creía ser parte del espectáculo, ella no podía creer que alguién más pudiera caer en la cuenta de la belleza de aquella situación. Así que no pudiendo desaparecer prefirió pensar que su amigo no la escuchaba bien y que había decidido cambiar de postura para entender mejor la conversación. ¿Era su bajo nivel de autoestima culpable de todos aquellos pensamientos, de aquellas reacciones estúpidas, de aquellas inseguridades? ¿Era el creer no haber escuchado nunca una frase de admiración sin la coletilla de un oscuro interés el verdadero culpable? ¿Y que más da? ¿qué importa todo esto? El resultado era que nunca creía a nadie cuando ese nadie le decía o le hacía sentir algo tremendamente bonito. Así que aquella mujer, con las botas puestas, se despidió de su amigo, compró tabaco y se fue a tomar un cortado al bar de la esquina. Se sentó en una mesa, sola, y empezó a pensar en destruir poco a poco ese dichoso muro que sin querer había construido, no para que cualquiera lo traspasara sino para que ella pudiera empezar a disfrutar y compartir con tranquilidad esas pequeñas cosas de la vida que se le estaban escapando entre los dedos de las manos.

El delito comun (19)

Tengo un regalo escondido en un comentario. No estoy muy segura si hay halguien que lee, a parte obviamente de mi, esas palabras que surgen detras de las que yo abandono en este blog. Tengo gans de rescatar a mi regalo-comentario. Así que ahí va la historia que yo no pude escribir pero sí que pude explicar. Digamos que la pequeña obra ha sido el resultado de una divertida forma de colaboración (quizá esto del cine me haya enseñado lo bueno que puede resultar a veces trabajar en equipo).

"senilDion said...

El vecino se llama Sibel. ¿Por qué? Pues porque todo el mundo necesita un nombre para ser llamado. Por eso y porque Sibel, al igual que psicosomático o simequieresescribir, es un condicional y los condicionales casan muy bien con las historias, que son todo posibilidades.
Sibel, el vecino condicional, es cojo. Hay algo en su cuerpo que no es como en los de los demás. Es un tullido. Su cuerpo también es condicional. Y sin embargo, en contra de tópicos y estereotipos, Sibel no gasta en absoluto mala leche, sino todo lo contrario: siempre ríe. Todo le parece divertido.
Llegados a este punto, es conveniente apuntar que hay algo en la mente de Sibel que tampoco funciona como en la de los demás. Es un disminuido. Un discapacitado. Un retrasado.
Sibel habla con la boca torcida. Su voz sale misteriosamente como si llegara de una mazmorra oscura y no de aquel cuerpo suyo tan maltrecho.
Y lo que es más importante de todo: Sibel va siempre al fondo de las cosas. En sus historias nunca hay hechos, apenas hay lugares, jamás un solo nombre o una coordenada de tiempo. A él no le interesan ninguno de esos detalles. Recordemos que él va al fondo de las cosas. Por eso, en lugar de las cosas que le pasan, Sibel cuenta lo que él siente mientras le pasan. "Horroroso. Fue horroroso. Hay que ver lo mal que lo pasé", dice entre carcajadas su voz de tuberías. O bien: "No te puedes imaginar lo divertido que ha sido. Lo hemos pasado bien. Estoy muy contento".
Y ahí se quedan sus relatos. Porque Sibel habita en el fondo de las cosas y uno nunca entiende lo que fue tan horroroso o qué era aquello que resultó tan divertido. Uno no lo entiende pero se ríe y siente por un segundo que todo es sencillo y alegre. Y entonces mira a Sibel, el vecino condicional, el habitante del país del fondo de las cosas, el tullido, el minusválido, el subnomal. Mira a Sibel y no puede evitar sentir envidia. Y se va a casa pensando si lo que tendrá en realidad el hombre no será un retraso, sino una hipertrofia. Una incomprensible hipertrofia a la que algunos llaman 'felicidad'.
A la vecina incondicional. Espero que me perdone por robarle a Sibel para regalárselo."

Para mi Palo, para que siga con sus historias, que algunas veces también son las mias. Es una pena que el tiempo sea muy corto sino estoy segura que podríamos viajar con Françoise hasta el principio del mundo, escuchando un casette comprado en una gasolinera, llorando y riendo sobre lo curiosas que parecen ser a veces nuestras vidas.

Ha sido un placer.

El delito comun (18)

Se ató la bufanda al cuello y salió de casa. Se había acostumbrado a la sensación que le bateaba desde hacía unos días de sentirse un poco idiota así que caminaba tranquilo. Nadie notaría la idiotez que contenía su cuerpo, nadie pues, le diría nada. Se distrajo con sus reflejos, serenos como las figuras de las princesas en las portadas de las revistas y se olvidó, en su camino hacía la Oficina de Necesidades, de la tarea de aquella mañana. Al llegar al la puerta giratoria del edificio central un cartel le hizo recordar el motivo de su visita a aquel lugar. Sobre una placa metálica se ordenaban las letras para componer un más metálico “OFICINA DE NECESIDADES”. Dió tres vueltas cojido a una barandilla dorada, sigiendo el giro de la puerta, aprobechando ese tiempo para volver a pensar si tenía algún sentido ir allí, si se volvía a casa, si total no perdía nada, si “ya me lo decía mi madre”, si es que… “ya que estoy aquí”, si es que “mira que soy idiota!!”. No siendo capaz de tomar una decisión con todos aquellos pensamientos que le condujera hacía el interior o hacía el exterior, daba igual, que le condujera racionalmente hacía algún lugar, un impulso le sorprendió y le empujó hasta depositarlo en el centro de una sala enorme y muy gris . Parecía que no había nadie o al menos nadie que pudiera ver. A lo lejos divisó un mostrador. Caminó, ahora desatándose la bufanda, hasta llegar a la única ventanilla que había y sobre la que se podía leer :“Necesitados”. En ese instante apareció al otro lado del cristal un hombre tremendísimo, un palo vestido con traje negro y camisa de cuello blanco, unas gafas con una cara, una mentira. No dudó sobre si tenía algún sentido haber ido a aquella oficina sino sobre si aquel hombre sería capaz de ayudarle. Ésto retrasó su pregunta pero no la de la boca de la marioneta que había frente a él. Oyó entonces la frase intuida y esperada, a la que temía pero que no podía evitar: “¿Necesita alguna cosa?”. Las palabras retumbaron en la sala de pared en pared y luego de la misma manera en su cerebro. Se multiplicó la pregunta cientos de veces, variando la cadencia, hasta desaparecer finalmente en el silencio tras estar segura de haber sido bien entendida. Él se peinó la ceja derecha y contestó: “Necesito… un personaje para mi novela”. La respuesta también chocó contra todas las paredes, que viajó por la sala, que voló y se repitió. Escuchó los ecos y en cada uno de ellos creyó entender un nuevo nombre acompañando al “necesito”. Su respuesta se estaba desintegrando apareciendo así una lista casi interminable de necesidades. Descubrió que no buscaba un personaje para su novela, que lo que en realidad anhelaba era una vida. Dejó la bufanda en el mostrador y dándole las gracias al hombre que permanecía aún frente a él, dio la vuelta y desapareció.

El delito comun (17)

Tenía muchas ganas de hablar de mi vecino surrealista pero no puedo. Me quedaré con la vivencia de nuestro encuentro la otra mañana en el rellano de la escalera, reposando mientras reflexiono sobre qué tengo que hacer exactamente con las cosas que me pasan. Debo amarrar las historias para que no salgan desbocadas. Debo cuidarlas o me pierdo en ellas y entonces no hay nada.

El delito comun (16)

Estaba sentada en el banco de la lavandería, girando su pie derecho sobre las baldosas, jugando por jugar como cuando era una niña, mientras esperaba. El tiempo en el que tardó en lavar siete veces la misma ropa había transcurrido en forma de un día. Estaban a punto de cerrar y ella tendría que regresar a su casa con su carga mojada. Se iría decepcionada al no entender por qué después del esfuerzo de toda una jornada no había podido borrar la última flor que colgaba aún de la falda “cumbayá” que tanto odiaba

El delito comun (15)

Estaba seguro de que a su perra Yuka le ancantaba Ben Harper. Más de una vez se habían quedado los dos ensimismados al escucharlo. Él se apoyaba en el marco de la puerta del lavabo mientras se secaba las manos y la observaba a ella tendida en el salón con los ojos cerrados. Si sentía algún ruido que la distría, levantaba las cejas convirtiendo su cara en un escaparate de neones donde se podía leer “por favor, no molesten”. Se entendían. Sonó el poder del gospel y se detuvo el tiempo. Al finalizar la canción él oyó a su perra preguntarle: “¿Te estás enamorando de la música?, es que no sabes que la música está en todas partes? Siéntela, vívela, disfrútala, tócala, rózala, lámela, descúbrela, añórala, piénsala pero no te enamores de ella. Si lo haces tu dolor será eterno porque desearás tenerla y la música, amigo, tiene alas y vuela.” Si su vida no hubiera sido una película quizá nunca hubiera leído a Paul Auster y creído entonces que los perros tienen alma y que la de su perra estaba destrozada por haberse enamorado.

El delito comun (14)

Descubrió que era adicto al afecto. Me preguntó si conocía algún centro de desintoxicación. Le dije que no pero que había oido hablar de unos parches que decían funcionaban muy bien. Esta situación no es parte de una historia, es parte de un homenaje.

El delito comun (13)

No hace mucho, mientras me lavaba los dientes, escuché en una emisora de radio que Bigas Luna estaba buscando a Juanita. Me enjuagué la boca y me enfadé. Estaba molesta porque el director de cine preparaba el casting para encontrar a la protagonista de su nueva película. Es extraño, debería haberme alegrado al escuchar la noticia, al fin y al cabo, un nuevo rodaje es siempre una posibilidad de trabajo y la gente que hace cine, no los que lo piensan o se lo imaginan, si no los que lo hacen, hacen, también han de pagar el alquiler del piso cada mes o sobrevivir ocho meses a la sopa boba entre película y película. Repito: con lo de Bigas Luna, me enfadé. No tengo ni idea de que va la historia pero yo con lo del casting ya me la he inventado. Me enrabia el cine social, ese cine social que está de moda y que lo es no para decir nada sino para llenar taquillas. Preferiría que Bigas siguiera enseñando tetas y admirando la luna. Me gustaría decirle que su Juanita está probablemente en el Carmelo pero que aquella tarde no pudo presentarse al casting porque estaba en una reunión de vecinos y aquella noche, como la anterior, se la pasó llorando por haber perdido su casa después de que tras veinte años de pagar religiosamente una hipoteca se diera cuenta que debía empezar desde cero, otra vez. Decirle que su Juanita estaba en el psicólogo del barrio preguntándole a la doctora que más le podía pasar después de que el mes anterior muriera su madre, su padre estubiera ingresado sin entender muy bien qué le pasaba y que su tienda, ubicada en los bajos de un edificio, la cual había sobrevivido a la abalancha de los hoarios de los grandes almacenes, habubiera quedado reducida a la nada. Bigas encontrará la imagen de Juanita, la Juanita de todos y le irá muy bien, pero no será la de verdad. El maquillaje no sería suficiente para enmascarar el dolor de la verdadera clase media baja de este país. Juanita es también la madre de una chica de ventidós años que acaba de ser asesinada. A Juanita le pegan. A Juanita le han retirado la custodia de sus hijos por beber demasiado alcohol, a Juanita su marido la engaña y ella también engaña a su marido. Juanita es un padre divorciado sin derecho a casi nada. Juanita está demasiado ocupada para hacer películas. Propongo hacer cine social con marcianos, me serviría si fuera verdaderamente honesto. También me serviría leer la historía de las dos barrenderas de Madrid sobre las que acaban de escribir un libro si las palabras fueran de verdad. La moda no me sirve, me da asco… me da asco que te encarcelen por ser de derechas y decir lo que piensas, me da asco que te encarcelen por ser de izquierdas y decir lo que piensas. Me dan asco las constituciones y las Fashion Weeks. Me da asco oir a una persona creer haber perdido a sus amigos porque ya no puede confiar en nadie. Me da asco oir como cada vez nos sentimos más solos. Y mañana me despertaré después de un sueño que ahora no puedo imaginar y que espero me sorprenda porque la vida que me rodea ha dejado de hacerlo de tanto asco que a veces me da. No puedo pensar en estas cosas constantemente, estaría siempre enfadada. De vez en cuando me escapo para sumergirme en algún detalle que me hace pensar que pese a todo algo vale la pena ser sentido, explicado y compartido. Alguién nos regaló la esperanza, la inocencia, la belleza, la inteligencia, la imagianción, el amor…y tantas otras cosas de las que debemos echar mano para que seguir aquí tenga algún sentido. Ese alguién no fue Dios. Vaya pájara me ha entrado hoy con lo de Bigas Luna, no?

El delito comun (12)

Su amigó no entendía porqué ella aseguraba llorar siempre con las películas de Kosturica. Pero...hacía falta entender algo? No lo sé. Los dos amigos fueron al cine aquella tarde y ella lloró...
al ver que la vida podía ser un milagro,
al ver camas volar,
al ver a una burra, que como ella, también lloraba.

El delito comun (11)

"-¡Qué exploto!, ¡Qué exploto!-" De tanto repetirlo, al final explotó. Lo que no sabía era que al hacerlo iba a salpicar a tanta gente. Ahora, todos a su alrededor estaban manchados, tocados, rozados y ella no estaba preparada para pedir perdón. Tampoco estaba muy segura de tener que hacerlo. Era simple: ella explotada y más ignorante que nunca.