Berlin Collage (26)

12 de julio, 2004

Los hombres están cansados de cargar con las maletas, pero aún así, siguen llenándolas de trastos y las pasean sin vergüenza de una de una ciudad a otra y eso, las compañias aereas lo saben. Decidí hacer de super mujer y cargar sola con mis maletas y mis recuerdos. Un amigo, no, un buen amigo, me dijo: -“te acompaño al aeropuerto”-. Hicimos el trayecto en taxi, una experiencia más. Comentando y hablando y pensando y riendo. Cuando al taxímetro se le acabaron los número llegamos a nuestro destino. Corrimos hasta el mostrador de la compañía y…”sobrepeso”!!!! Mi alemán y mi mala ostia no me dejaban entender la cantidad de dinero que aquel hombre pretendía que pagara si quería regresar a mi ciudad con todas mis cosas. Y entonces te alegras de que tu amigo hable un alemán perfecto y de que esté allí para decirte, tranquila, no pasa nada. Pero más te alegras de su presencia cuando estás cruzando la puerta de embarque y puedes girar la cabeza y decirle, aún con los ojos llenos de cristales, adiós a un Berlín que ahora tiene más forma de persona que de ciudad.

Berlin Collage (25)

9 de julio, 2004

He decidido hacer de turista de verdad y me he agobiado de verdad. Y como me he agobiado, en el pasar, me he entretenido con la gente que como yo se aburría haciendo de turista. He visitado monumentos, torres de televisión y barrios de mentira. Pero se me escapaban el oido y la mirada.

En el barrio de San Nicolai los grupos guiados hacían fotos por todas partes, a nada. Aparecían perfectamente sincronizados, goteando. Y entonces te da por pensar que seguramente a cierta edad es más interesante descubrir el funcionamiento de la nueva cámara digital que escuchar los comenatarios del guía turístico… y echarle monedas a los músicos …y ver al oso encima del pozo…y comerte una manzana.

Desde hacía varios días tenía pensado subir al “pirulo” y lo he hecho. He dado vueltas y he visto tras los cristales de la torre que Berlín no se acaba. Las calles son grandes y ahora yo pequeña. Mientras he esperado a que el sol se escondiera de nuevo para deleitarme así con una puesta perefecta he oído hablar en todos los idiomas. Una mujer le explicaba a los hijos de una amiga la historia de la ciudad. Les hablaba de Hitler, de una guerra, de campos de concentración, de un muro…los niños, interesados, hacían muchas preguntas. Uno de ellos, al final dijo: “y cómo es que tu lo sabes todo?”. Para ésta pregunta la mujer no tenía respuesta.

Me he perdido. He caminado sin querer saber si estaba en la dirección correcta y me ha gustado. El único problema es cuando te quitas el disfráz de bohemio pensador y te das cuenta que estás a más de media hora del lugar donde dejaste la bicicleta. Regresas a casa agotada de hacer de turista, te sientas frente a la ventana, bebes te, fumas el cigarrillo de rigor y piensas que mañana será otro día.


Berlin Collage (24)

8 de Julio, 2004

Ya he decidido que me quiero llevar de Berlín a mi casa: un trozo de cielo, pero es más facil coger un pedazo de muro…donde se acaba el muro empieza un cielo mucho más precioso, imposible de describir. Imposible de fotografiar. Sólo puedo meterlo en mi cabeza, haberlo vivido. Y sigo siendo feliz. Antes de llegar me quejaba constantemente de que se me fugaban los días de esta vida solo mia. Ahora ya no se me escapan. Cada día es irrepetible, con una historia, con un sentido. No sé cuanta memoria voy a tener para poder acordarme de todo esto y es entonces cuando aparece una parte del significado de haber tomado la decisión de escribir un diario de abordo. Ahora, cuando oscurezca en mi habitación, también podré cerrar los ojos, o no, y ver transformarse las paredes blancas en paredes de colores infinitos.

Berlin Collage (23)

7 de Julio, 2004


Recuerdo que antes de llegar aquí, que fue justo el 26 de marzo, me prometí a mi misma y a algunas personas que me rodeaban, que dejaría de fumar. Bien, por suerte no lo hice. Y por qué digo suerte, se preguntarán sobretodo mis pulmones: pues porque gracias al tabaco he podido toparme con algún tipo de situaciones que no quiero olvidar.

“Hast du ein Zigarette?” esto fue lo primero que dijo un punki antes de sacar de su chaqueta de cuero una rata con la intención de que me pusiera a chillar como una loca. No me asusté la cual cosa he de reconocer que incluso a mi, cuando lo pienso, me sorprende. Salíamos de una fiesta un amigo y yo. La fiesta tampoco tenía desperdicio. Se trataba de la inauguración de una "kasa okupada" que el gobierno había decidido restaurar y alquilar a buen precio a los antiguos “okupnates”. Imaginar un edificio entero, con puertas y ventanas nuevas, recién pintado, parquet en el suelo: una monada digna del mejor barrio. Estaba lleno de gente y música: todos diferentes. Salimos del edificio con la intención de tomar un poco el aire y llegar hasta la siguiente calle donde nos habían dicho que había otra fiesta…en la esquina nos sentamos a fumar un cigarrillo y allí aparecieron el punki, un amigo y la rata, con los que acabamos la noche, charlando.

También gracias sl tabaco conocí a unos italianos de Nápoles que estaban en Berlin estudiando arquitectura. Lugar de encuentro: la lavandería. Los conocí allí pero luego el azar, la casualidad o el hecho de vivir el un barrio que es un micromundo, nos hizo volvernos a encontrar varias veces hasta acabar intercambiando los teléfonos. Es así como descubrí que en Berlin puede resultar más fácil encontrarse a alguien por casualidad que concretar una hora para tomar una cerveza. Y hablando de casualidades…conocí a un chico de habla hispana en un café, resulta que era estudiante de la escuela de cine y como no, estudiaba fotografía. Más tarde contacté con una chica alemana que había estado un año en mi antigua escuela. Fuimos a Prenzlauerberg a tomar unos vino y hablando hablando le expllique lo de la casualidad de encontrar a alguien que estudiara fotografía justo llegar a Berlín. Esa no era la casualidad, la casualidad era que precisamente él era su exnovio. Berlín es inmenso pero algunas cosas que me han pasado me han hecho pensar todo lo contario.

También en la lavandería conocí al “rasta”. Era un tipo de sud áfrica. Él no fumaba, pero al igual que yo, hacia la colada los sábados. Nos encontramos durante varias semanas. Era tremendamente simpático y la verdad es que a parte de mi profesor de alemán era una de las pocas personas que tenía la santa paciencia de hacerme hablar alemán en lugar de inglés para practicar un poco. Conicidí con él precisamente el día de mi aniversario, un sábado de mayo. Como yo tenía ganas de sentirme aunque fuera solo un poco especial ese día, le expliqué que cumplía años. Me preguntó cuantos. Le contesté y seguidamente le devolví la pregunta pero no tenía una respuesta exacta, sólo una idea aproximada. Sus padres, no sé porque africana razón, nunca le pudieron concretar qué día había nacido. Cuando cambié de casa cambié también de lavandería. A la que voy ahora seguramente todo el mundo sabe el día y la hora de su nacimiento.

También quiero acordarme del rodaje de mi primer corto en alemán. De vover a tener sensación de llevar una cámara. De rodar. De que exista incluso en el cine un lenguaje universal. De volver a tener ideas.

Acordarme de todos mis compañeros de clase, cada uno con su historia. De lo gracioso que fue el primer día que hablando nos dimos cuenta que el principal motivo por el que la mayoría de nosotros habíamos decidido venir a esta ciudad y aprender un nuevo idioma era el amor. Me han explicado historias realmente bellas, incribles algunas si no fuera porque tenía ante mi justamente a los protagonistas. Y es que el amor produce locura. Luego, aunque el amor se desbanezca es demasiado tarde, Berlin te ha atrapado. Y es por eso que quizá ahora no quiero irme de aquí, aunque eche de menos muchas cosas, aunque Barcelona sea mi ciudad.

Acordarme de las cervezas a un euro del Sama café… De cómo valorar la categoría de un barrio según el precio al que venden los Düner Kebabs… De cómo aprender a comerlos sin que se te caiga al suelo, o peor, sobre los tejanos, un trozo de cebolla o de col roja…

…pero uno de los dias que ya ahora recuerdo con más cariño es un domingo. Una mañana, paseando, sin la intención de comprar nada, por el mercado de la pulga en Boxhagener Plazt. Mirando a la gente…sonó el teléfono. Eran noticias desde Barcelona. Acabé llorando de alegría, gritando en medio de la plaza y pensando que a mi también me empezaba a apetecer ser madre. No quiero olvidarme nunca de ese lugar ni de ese momento.

Y todas estas cosas me han pasado aquí en Berlín. Han llegado solas pero he de reconocer que yo estaba allí con el barrreño.

Berlin Collage (21)

3 de Junio, 2004

Volvía del que he decidido que es mi café internet preferido (el encargado es un chico que no está nada mal!!). Caminando. Hay días que no me apetece ir en bicicleta, prefiero ir andando y más si no estoy muy segura de en que momento se va a poner a llover como si fuera el diluvio universal. Atravesaba una calle y a lo lejos veía como, a contraluz, una figura pedaleba. De repente, tansolo cruzar, oigo un pequeño golpe. No muy fuerte pero suficiente para hacerme girar la cabeza y así descubrir que pasa. El tipo de la bicicleta que había estado observando antes estaba tirado en el suelo, inmóvil. Había resbalado ya que el suelo estaba mojado y se había dado un golpe en la cabeza. Me acerco a él. No sé en que idioma hablarle. Miro a mi alrededor. Por suerte pasa un joven. Habla inglés y alemán. Llamamos a una ambulancia. Mientras tanto lo incorporamos. Está sangrando. Luego lo estiramos, le levantamos las piernas y empezamos a hacerle preguntas para mantenerle despierto. El tiempo se hace muy largo. Le preguntamos si tiene novia: no. Si tiene padres: no. Está solo. Yo no digo nada. Sólo puedo acariciarle y mirarle. Él me mira, está en un lugar entre aquí y allí. Entonces le ruego a uno de esos dioses de los que no puedo olvidarme que por favor mis ojos no sean la última imagen que esa persona vea. Noto que la cara se me está volviendo blanca y las manos algo frías, pero no es el momento de perder la compostura. Finalmente llega la ambulancia. Parecen unos cómicos de una película en blanco y negro. Tardan una eternidad en bajar la camilla, se les encalla varias veces antes de poderla colocar en el suelo y luego no la pueden desplegar. Y todos nosotros alrededor del joven que sigue estando solo. Antes de que se lo lleven revolvemos en su bolsa y en sus bolsillos hasta encontrar las llaves para poder atar la bicicleta. Pero este hombre va a ser capaz mañana de recordar algo? Me entran ganas de escribirle una nota, me entran ganas de saber que le pasará. Quien sabrá de él cuando el lunes no pueda presentarse al trabajo? Quien le va a echar de menos? Quien le va a llamar para pregunatrle donde está? Nadie. Se lo llevan. La ambulancia se va. El resto nos despedimos. Una pequeña historia queda entre nosotros. En la calle, la bicicleta en el arbol y unos kleenex manchados con gotas de sangre en el suelo mojado. Nada más. Y me voy hacia casa. Un poco mareada. Impotente. Pensando otra vez que la vida son segundos, solos, uno detrás de otro.

Berlin Collage (22)

30 de Junio, 2004

Hay un puente aquí en Berlin que me gusta muchísimo: es el Oberbaum Brücke. Cruza el rio Spree cuando vas por Warschsuer Str. La imagen que tengo de esta zona de la ciudad va transformándose a medida que van pasando los días. Recuerdo que la primera vez que llegué, creo que solo me fijé en un gran edificio con un cubo de colores en lo más alto. Era de noche, paseába con unos amigos. Mil luces y las del cubo sobresaliendo del negro. Hoy alguien ha comentado que creia que Berlín era una ciudad de colores. Es cierto. Más tarde atraviesas el puente de día y ves a toda la gente que va y viene de las dos estaciones que hay cerca. También cruzan el puente. Las vias del tren, como arterias, se van estrechando hacia lo lejos. El sol nace a un lado y muere en el otro. La ciudad parece inmensa. Has dejado de ver el cubo de colores y te detienes en las nubes y en la torre de comunicaciones, un alfiler que te muestra en cada momento donde estás, muy diferente al mar azul que utilizo en Barcelona. Y recuerdo también el momento que cruzando el puente vi a mi primer punki oriental. Estaba sentado en la acera golpeando con un tenedor una lata de conservas. Vestido con una chaqueta de cuero negra llena de tachuelas y chapas. Unos panatalones de cuadros escoceses. La calvicie en el centro de su cabeza hacía más importantes los cabellos largos que se suicidaban hacia los lados. Y sus gafas…estas no sé como describirlas. Empecé a verlo cada vez que cruzaba el puente, siempre sentado, con la lata, increpando a los que pasábamos. Hace pocos días, paseaba por el puente con la idea cuestas de que me queda poco tiempo para regresar a mi ciudad y eso me está haciendo empezar a mirar Berlin de otra manera. Caí en la cuenta de que hacía días que no veía a mi punki oriental. No sabía donde podía estar. Se habría ido a oriente? Estaría llorando con mi amiga japonesa? La verdad es que aquel personaje me había hecho pensar en un determinado momento que yo empezaba a formar parte de Berlín. No se trataba solamente de reconocer las calles por donde caminaba, como ir de un sitio a otro, si no también de que la gente con la que me fuera encontrando, aún sin ellos saberlo, empezaran a resultarme familiares. Y ahora que me iba, como despedirme del punki? Crucé el puente, avancé por Warschauer str. dirección Frankfuter Tor, pero decidí girar por Boxhanegener str. y recorrer una ruta alternativa a Frankfurter Alle, una avenida demasiado ancha para según que momentos. A veces las cosas ocurren con una simplicidad que me asusta. Pasé cerca de una kasa okupada y allí estaba mi oriental. Pensando le dije adiós.

Berlin Collage (20)

28 de Junio, 2004
Las lágrimas de Oriente

Alguién, un día, dijo: Aquí tienes mi hombro para que puedas llorar en él. Desde aquel momento quizá nos hemos acostumbrado a necesitar ese hombro. Se nos hace muy difícil llorar sobre los nuestros,  quizá sea porque cuesta cargar demasiado con nuestras propias lágrimas. No lo sé.
He conocido a una chica japonesa. Somos tremendamente diferentes pero, y no quiero parecer simple al pensar esto: llora y siente como yo. Hay un abismo entre nuestras culturas. Me explicaba no entender cosas del comportamiento de la gente que nos rodeaba que a mi me parecian lógicas. He vuelto a equivocarme. Fue su cumpleaños. Citó a todos aquellos que creía éramos sus amigos a las siete de la tarde. Eran las ocho y media, yo estaba pedaleando con el dichoso viento berlinés en contra, cargada con dos pasteles que como ahora parece que me he aficionado a la cocina, había preparado para la ocasión. Me llamó al movil preguntádome cuanto tardaría en llegar. Había pasado una hora y media y ella seguía en su casa, con la mesa preparada, esperando a todo el mundo. Finalmente llegué y la encontré llorando, sola. No sé si realmente tenía ganas de llorar delante mio pero no lo pudo evitar. A partir de ese momento nuestra conversación se hizo más y más profunda. He de ser sincera, reconozco que pensé que ciertas cosas de las que me explicaba en realidad no tenían demasiada importancia. ¡Qué difícil me resulta a veces entender a las personas cuando creo están más atrás en el camino! Es como si alguien te contara que les resulta complicado poder sumar cuando tu ya estás practicando con las raices cuadradas. Me he sentido mal por pensar así. Supongo que notaba una contradicción en mi misma. Por un lado, y debido a la dichosa teoría que me hace creer que ningún sentimiento es comparable, creía no deber pensar que su dolor era insignificante tansolo porque yo creyera haber pasado por cosas peores y siguiera estando viva. Por otro lado, y haciendo referencia a “lo terrible del ser humano” no podía evitar pensar que todo era una chiquillada, que ya se le pasaría, que era cuestión de tiempo y que tarde o temparano aprendería a que en este mundo estamos bastante solos aunque a veces nos cueste creerlo. Ella se sentía muy mal. Al día siguiente se sentía peor. Le dije que si lo necesitaba que me llamara. Lo hizo. Al final, tras gastar más de media hora hablando por el móvil, la invité a dormir a casa. Hablamos durante mucho tiempo. Ella me preguntaba que debía hacer con sus problemas. Yo no le podía dar una respuesta. Me acordé de cuando me dejó mi primer novio,… el segundo y el tercero. De todos aquellos amigos que me ofrecieron el sofá de sus casas cuando yo era incapaz de dormir en la mía. De las horas en el teléfono, de las lloreras, de la sensación de estar a más de dos mil kilómetros de lo que crees que es tu mundo. Japón está aún más lejos. Solo tenía una cama grande, un poco de arroz que me había sobrado de la comida y una cafetera llena de café. Lloró más y rió un poco. Hablamos. Al final vimos juntas una película en la pantalla del ordenador y nos quedamos dormidas. Me levanté un poco más tarde que ella. Me estaba escribiendo una carta: se tenía que ir y no quería despertarme. Aunque por muchas razones continuo pensando que somos muy diferentes las lágrimas tienen gusto a sal en todas las partes del mundo.

Berlin Collage (19)

27 de Junio, 2004

!Qué importante es el día en el que pierdes la virginidad! !Las virginidades! Es que he caído en la cuenta de que existen varias virginidades. No eres precisamente adulto tansolo cuando pieredes la primera, sea cual sea. A una de ellas, la más conocida, se le llama virginidad sexual, y creo que no hace falta explicar demasiado en qué cosiste perderla. Yo he topado con otra, pero quizá haya muchas más aunque todavía no sepa que existan. No sé que nombre tiene o qué nombre ponerle. Lo curioso de esta virginidad es que no puedes concretar exactamente cuando la pierdes. No es un segundo, no es una hora, es un tiempo incontable. Un día empiezas a notar que todo es mentira, que de pequeÒa te habÌan contado demasiados cuentos. Con los de prÌncipes y princesas no hay problema porque de seguida ves que no vives en un castillo, que los hombres no son azules y que tu padre tiene un un Fiat Punto en lugar de una carroza. El monstruo “coco” resulta ser en realidad tu propia cabeza y los fantasmas no están tansolo debajo de tu cama. Poco a poco se va viniendo abajo la idea de que el mundo de los adultos es perfecto. Durante la adolescencia “ellos” han estado tanto tiempo diciéndote qué debías hacer, que aunque no les hicieras ni punyetero caso, en tu mente reposaba la absurda certeza de que ellos tenían las ideas bien claras. Eso es una gran mentira, una grandísima mentira. Los adultos, y hago referencia a ellos con la intención de no querer incluirme en un grupo con este nombre, no siempre saben qué hacer, no siempre saben que quieren, no siempre hacen las cosas bien, no siempre nada. Pero que esto sea asÌ me parece tremendamente humano. Lo que no me parece humano es que durante tanto tiempo nos hagan creer justamente todo lo contrarío. Pasan los días en tu vida y sigues pensando, que no siempre tomas las decisiones más acertadas y que tu cabeza está hecha un lío. Y entonces te fustras porque crees que nunca serás aquello que te explicaron que era ser un adulto. Y es que resulta que era mentira. Yo no quiero ser un “adulto”. Quiero ser una persona: equivocarme, hacer las cosas mal, gastar horas de teléfono explicándole a un buen amigo que narices hago con tal o cual cosa... no hay manera de escabullirse ante la realidad, de encontrase con ella cara a cara, así que quizá sea mejor empezar a dejar de decir mentiras. La imagen ideal de nuestros padres no creo se destruyera si nos mostraran que en ellos mismos también descansa parte de lo terrible del ser humano. En cambio, cuando descubrimos que han pretendido escondernos aquello que aun siendo “terrible” es inevitable ya que forma parte de lo que también somos… se despiertan infinitas sensaciones, probablemente desagradables que teniendo en cuenta las que la vida ya trae por si sola, quizá podríamos haber evitado. Algunos nos sentimos decepcionados, otros enganyados, solos, yo que sé… Y aquí estás, en medio de una ciudad donde nadie te conoce, perdiendo virginidades. Después de pensar todo esto no puedo seguir siendo la misma. Volveré a Barcelona inmadura, adolescente, estúpida, buena, mala, morena de pelo y blanca de piel.

Berlin Collage (18)

24 de Junio, 2004

Siguen los días tranquilos. Pasan. Todo se acaba: el viaje y el enamoramiento. Es hora, sin quererlo, de volver a ser una mujer. Dejaré de nuevo mis quince años atrás. Soy consciente de que todo era una locura, que caminaba sobre una cuerda de plástico, pero me gustaba. Reafirmo tras este viaje mi teoría sobre la estrecha relación que creo existe entre el dolor y la creatividad. El dolor puede ser mayor o menor…no!… El dolor es dolor y no sirve de nada compararlo. Si lo comparamos con el de aquellos que creemos que sienten un dolor mayor que el nuestro o bien con dolores que hemos sentido anteriormente es debido a un impulso natural por dejar de sentirlo, una manera de protegernos de él. Cada momento es lo que es y no deberíamos comparar aquellas cosas que no se pueden medir ni contar. El dolor agudiza la creatividad y hablo de creatividad en todos los sentidos que se me ocurren. Cada uno que la desarrolle como pueda o como mejor le parezca… …todo esto es una soberana estupidez. ¿qué importancia tienen todas estas teorías, para qué sirven? Que importancia tienen ahora estos pensamientos si soy tan incosnciente de regalar mi creatividad al diablo? Apareció el diablo y le dije:-Te regalo un pedazo de la historia de mi vida para que con él puedas escribir otra mejor. Ahora me he quedado sin historia y sin sentimiento para seguir escribiendo. La suerte de ser humano y no ser diablo es que cuando crees llegar al punto en el que no te queda nada, es decir, que estás a cero, ese es justo el momento perfecto para empezar libremente otra vez. Todo es y todo está justo cuando piensas que ya no queda absolutamente nada. Todo está por pensar, de nuevo. Todo está por sentir de nuevo. Algún día, sentada en un bar con peces de colores nadando por las paredes, le volveré a explicar al diablo que estaba profundamente enamorada de él.

Berlin Collage (17)

20 de Junio, 2004

Empiezan los días tranquilos. Llega el momento de irse, de verdad. La gente a la que les he explicado que me voy me dicen que me van a echar de menos, no lo sé…yo no se que voy a echar de menos cuando me vaya. Lo importante lo intentaré cargar en la maleta. Voy a pasar unos días en Mallorca con un amigo (por cierto, me ha comentado que en su casa no tiene ducha, eso después de mi experiencia en Berlín, ya no es problema). Sé que me esperan cuatro meses de duro trabajo, de dejar de pensar en mi, hacia donde voy y todas esas cosas. Pero así es mi vida: no lo que vendrá si no lo que va siendo. Mañana, de momento, visita al Museo de Pérgamo y a intentar no llegar tarde a la puerta del parquing de la filarmónica. Me voy a dormir.

Berlin Collage (16)

17 de Junio, 2004

Ya estoy mirando billetes para volver a Barcelona.
Veré a mis amigos.Veré nacer a un niño precioso. Veré a aquellos que aprobechando mi ausencia han decidido enamorarse profundamente y explicármelo por e-mail. Quiero ver sus caras.
Volveré a ver a mi gato Pepe trepar por el limonero que nunca da limones.
Veré más.

Berlin Collage (15)

16 de Junio, 2004

Sigo sin estar muerta, creo. Estoy estirada en la cama mirando la habitación. Hoy he decidido no ir a clase. Entre algún sueño se me perdió el ánimo que necesitaba hoy para estudiar alemán. El cielo está respirando al otro lado de la ventana: una expiración, una nube; una inspiración es el sol. Y sigues en la cama porque todo es tan incierto que no tienes claro que hacer. Al final vas hacia la cocina. A esta cocina le tengo mucho cariño. No es demasido grande pero tiene todo los accesorios necesarios. Hay una estantería colgada de una pared con unos pequeños cajones de cerámica donde se van distribuyendo la sal, el azucar, el arroz, la harina, las especies… potes, potecitos: de cristal, metálicos, con motivos japoneses, lisos. Todos van caminando. Tienes la sensación que nunca nada se mueve pero si te fijas, siempre hay algo, por muy pequeño que sea, que ha cambiado de lugar. Todo parece quieto pero todo está vivo. La cocina, como el cielo éste de mi ventana, también respira. He pasado muchas horas hablando en esa cocina…de cosas importantes y absurdas, mías y de los demás. Y las horas las he contado a través de un reloj con forma de raqueta. Siempre cuelga algo torcida, la pones recta pero, como todo, siempre vuelve a cambiar de posición. Un día me di cuenta de que era absurdo contar las horas con un reloj y que era preciso empezar a contar las horas con una raqueta. Y así es como iba pasando el tiempo en aquella cocina. Hablando de agujeros negros que aparecen de un pote de nata líquida o de qué te dijo tu novia el día que le propusistes que querías liarte, por aquello de vivir cosas nuevas, con otra. La vida social de las casas que hasta ahora he visitado en Berlín tiene lugar en las cocinas. Me han entrado ganas de ponerme una mesita en la mía de Barcelona… pero la cocina es tan pequeña que la mesa debería ser también pequeña, entonces sólo cabría yo y lo de vida social pues no tendría sentido. Si es que las cosas de cada sitio son porque han de ser. Cada cosa es lo que es y en Barcelona hago la vida social en la terracita cada vez que aparece la primavera.

Berlin Collage (14)

15 de Junio, 2004

La filármonica de Berlín. La gente en situaciones normales entra a este tipo de sitios pagando una entrada y por la puerta principal. En Berlín, si esto hubiera pasado así hubiera sido demasiado aburrido. Aquí alguien te llama, te invita a la filarmónica pero... para entrar de estranquis por la puerta del parquing. A tal proposición no te puedes negar. Una hora antes había estado diluviando en Berlin. Una hora después estábamos picando en la puerta. Y te da rabia la lluvia y te da rabia la puntualidad alemana. Mi amigo y yo, debido a que nos encanta irnos por las ramas y hablar de cosas que no se pueden tocar con las manos, nos habíamos entretenido más de la cuenta y habíamos llegado siete minutos tarde a la puerta. ¡Qué lástima! Allí, entre los coches, sin saber que hacer: pero si es que Berlín está especialmente bonito después de la lluvia. Nos montamos en las bicicletas y de camino a nuestras casas nos paramos en un bar con terraza a beber una cerveza y a ver como los alemanes disfrutaban del partido Alemania-Holanda. Seguimos hablando de la vida. Me encantan las tardes en la filarmónica.

Berlin Collage (13)

14 de Junio, 2004

Ayer cogí la bicicleta. Fui a visitar el monumento que levantaron los soviéticos por la muerte de los que lucharon en la guerra. Era precioso. Hacía un sol increible. Lo mejor fue descubrir que en Berlín también existen los amantes, los enamorados. No sé si es cosa del barrio en el que habito, Friedrichshain, lleno de artistas y bohemios solitarios, que aunque sea primavera no suelo ver parejas gozando de la locura que produce la llegada del buen tiempo. Tal observación y la frialdad del carácter alemán me habían hecho llegar a la conclusión de que en Berlín el amor no daba señales de vida. Me encantó descubrir que otra vez estaba equivocada. Justo llegar al parque donde está situado el monumento me topé con una pareja de gays dándose un lote de aquí te espero, en el siguiente banco unos quinciañeros, en la explanada del parque, más y más. Seguí el curso del río que atraviesa el parque hasta llegar a un pequeño islote al cual se accede a través de un puente. Aparqué como pude la bicicleta y me puse a caminar. Llegué hasta el borde del rio y me senté a fumar un cigarrillo y a leer un poco. ¡Cuanta felicidad acumulada! Pero si es que no puedo con mi alma. Tantas parejas queriéndose, mi libro hablando de cartas de amor y yo allí. Sentada. Observando. Yo no sé que ocurre pero cada vez me pasa más amenudo el hecho de que parece que las cosas a mi alrededor me están hablando. ¿Me estoy volviendo loca? Resulta que el otro día acabé por fin una de las cartas de amor más bonitas que jamás he escrito (me descubro y admito que no es la primera) y estoy en el dilema de si una carta de amor se escribe para que el otro la lea o es sólo una manera de dejar escapar los sentimientos con los que uno ya no puede cargar más (quizá sea un poco las dos cosas al mismo tiempo) Bueno, pues en medio de esta berenjena y por casualidad, me pongo a leer la historia de un viejo hombre que guardaba como mayor tesoro todas las cartas de amor que durante su vida varias mujeres le habían ido escribiendo. Por desgracia, unos ladrones se las roban, pero son tan buenos ladrones que deciden ir reenviando una a una todas las cartas al viejo hombre. Éste, así, vuelve a sentir la alegría de recibir la carta de amor de una mujer. Ya me veis allí en el parque, rodeada de amor por todas partes y llorando como una idiota. ¡No se puede ser una romántica! Al tiempo, he recordado la sensación que tuve cuando acabé de leer Carta de una desconocida. Yo pensé: ésto no quiero que me pase. ¡Qué dolor tan grande, no? estar enamorada toda tu vida de alguién y decidir explicárselo justo antes de morir. Por lo pronto, tengo suerte de poder decir que creo haber estado enamorada de varios hombres, de diferentes maneras aunque todas igual de absurdas e ilógicas, a lo largo de mi vida. Eso ya es importante. Creo seguir teniendo suerte cuando pienso que no soy el tipo de persona que se suele guardar demasiadas cosas : por eso de no ir acarreando con los sentimiemtos y a causa de la virtud o el defecto de hablar por los codos. Así que no creo que vaya a esperar a delatar mi amor hasta justo antes de morirme (siempre que el destino no haya decidido sin yo saberlo que mañana me muera!). De momento seguiré disfutando del tiempo, llorando con los libros y fumando tabaco del de liar.

Berlin Collage (12)

11 de Junio, 2004

Quedan pocas semanas para que se acaben las clases. Quedan pocas semanas para que se acabe este sueño. Qué lástima, ayer justamente lo pensaba, hoy lo escribo. Supongo que como cada vez que suelo aprender algo no lo podré poner en práctica hasta que pase algún tiempo. Todo a veces es extraño.