Berlin Collage (26)
12 de julio, 2004
Los hombres están cansados de cargar con las maletas, pero aún así, siguen llenándolas de trastos y las pasean sin vergüenza de una de una ciudad a otra y eso, las compañias aereas lo saben. Decidí hacer de super mujer y cargar sola con mis maletas y mis recuerdos. Un amigo, no, un buen amigo, me dijo: -“te acompaño al aeropuerto”-. Hicimos el trayecto en taxi, una experiencia más. Comentando y hablando y pensando y riendo. Cuando al taxímetro se le acabaron los número llegamos a nuestro destino. Corrimos hasta el mostrador de la compañía y…”sobrepeso”!!!! Mi alemán y mi mala ostia no me dejaban entender la cantidad de dinero que aquel hombre pretendía que pagara si quería regresar a mi ciudad con todas mis cosas. Y entonces te alegras de que tu amigo hable un alemán perfecto y de que esté allí para decirte, tranquila, no pasa nada. Pero más te alegras de su presencia cuando estás cruzando la puerta de embarque y puedes girar la cabeza y decirle, aún con los ojos llenos de cristales, adiós a un Berlín que ahora tiene más forma de persona que de ciudad.
Los hombres están cansados de cargar con las maletas, pero aún así, siguen llenándolas de trastos y las pasean sin vergüenza de una de una ciudad a otra y eso, las compañias aereas lo saben. Decidí hacer de super mujer y cargar sola con mis maletas y mis recuerdos. Un amigo, no, un buen amigo, me dijo: -“te acompaño al aeropuerto”-. Hicimos el trayecto en taxi, una experiencia más. Comentando y hablando y pensando y riendo. Cuando al taxímetro se le acabaron los número llegamos a nuestro destino. Corrimos hasta el mostrador de la compañía y…”sobrepeso”!!!! Mi alemán y mi mala ostia no me dejaban entender la cantidad de dinero que aquel hombre pretendía que pagara si quería regresar a mi ciudad con todas mis cosas. Y entonces te alegras de que tu amigo hable un alemán perfecto y de que esté allí para decirte, tranquila, no pasa nada. Pero más te alegras de su presencia cuando estás cruzando la puerta de embarque y puedes girar la cabeza y decirle, aún con los ojos llenos de cristales, adiós a un Berlín que ahora tiene más forma de persona que de ciudad.
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