Berlin Collage (23)

7 de Julio, 2004


Recuerdo que antes de llegar aquí, que fue justo el 26 de marzo, me prometí a mi misma y a algunas personas que me rodeaban, que dejaría de fumar. Bien, por suerte no lo hice. Y por qué digo suerte, se preguntarán sobretodo mis pulmones: pues porque gracias al tabaco he podido toparme con algún tipo de situaciones que no quiero olvidar.

“Hast du ein Zigarette?” esto fue lo primero que dijo un punki antes de sacar de su chaqueta de cuero una rata con la intención de que me pusiera a chillar como una loca. No me asusté la cual cosa he de reconocer que incluso a mi, cuando lo pienso, me sorprende. Salíamos de una fiesta un amigo y yo. La fiesta tampoco tenía desperdicio. Se trataba de la inauguración de una "kasa okupada" que el gobierno había decidido restaurar y alquilar a buen precio a los antiguos “okupnates”. Imaginar un edificio entero, con puertas y ventanas nuevas, recién pintado, parquet en el suelo: una monada digna del mejor barrio. Estaba lleno de gente y música: todos diferentes. Salimos del edificio con la intención de tomar un poco el aire y llegar hasta la siguiente calle donde nos habían dicho que había otra fiesta…en la esquina nos sentamos a fumar un cigarrillo y allí aparecieron el punki, un amigo y la rata, con los que acabamos la noche, charlando.

También gracias sl tabaco conocí a unos italianos de Nápoles que estaban en Berlin estudiando arquitectura. Lugar de encuentro: la lavandería. Los conocí allí pero luego el azar, la casualidad o el hecho de vivir el un barrio que es un micromundo, nos hizo volvernos a encontrar varias veces hasta acabar intercambiando los teléfonos. Es así como descubrí que en Berlin puede resultar más fácil encontrarse a alguien por casualidad que concretar una hora para tomar una cerveza. Y hablando de casualidades…conocí a un chico de habla hispana en un café, resulta que era estudiante de la escuela de cine y como no, estudiaba fotografía. Más tarde contacté con una chica alemana que había estado un año en mi antigua escuela. Fuimos a Prenzlauerberg a tomar unos vino y hablando hablando le expllique lo de la casualidad de encontrar a alguien que estudiara fotografía justo llegar a Berlín. Esa no era la casualidad, la casualidad era que precisamente él era su exnovio. Berlín es inmenso pero algunas cosas que me han pasado me han hecho pensar todo lo contario.

También en la lavandería conocí al “rasta”. Era un tipo de sud áfrica. Él no fumaba, pero al igual que yo, hacia la colada los sábados. Nos encontramos durante varias semanas. Era tremendamente simpático y la verdad es que a parte de mi profesor de alemán era una de las pocas personas que tenía la santa paciencia de hacerme hablar alemán en lugar de inglés para practicar un poco. Conicidí con él precisamente el día de mi aniversario, un sábado de mayo. Como yo tenía ganas de sentirme aunque fuera solo un poco especial ese día, le expliqué que cumplía años. Me preguntó cuantos. Le contesté y seguidamente le devolví la pregunta pero no tenía una respuesta exacta, sólo una idea aproximada. Sus padres, no sé porque africana razón, nunca le pudieron concretar qué día había nacido. Cuando cambié de casa cambié también de lavandería. A la que voy ahora seguramente todo el mundo sabe el día y la hora de su nacimiento.

También quiero acordarme del rodaje de mi primer corto en alemán. De vover a tener sensación de llevar una cámara. De rodar. De que exista incluso en el cine un lenguaje universal. De volver a tener ideas.

Acordarme de todos mis compañeros de clase, cada uno con su historia. De lo gracioso que fue el primer día que hablando nos dimos cuenta que el principal motivo por el que la mayoría de nosotros habíamos decidido venir a esta ciudad y aprender un nuevo idioma era el amor. Me han explicado historias realmente bellas, incribles algunas si no fuera porque tenía ante mi justamente a los protagonistas. Y es que el amor produce locura. Luego, aunque el amor se desbanezca es demasiado tarde, Berlin te ha atrapado. Y es por eso que quizá ahora no quiero irme de aquí, aunque eche de menos muchas cosas, aunque Barcelona sea mi ciudad.

Acordarme de las cervezas a un euro del Sama café… De cómo valorar la categoría de un barrio según el precio al que venden los Düner Kebabs… De cómo aprender a comerlos sin que se te caiga al suelo, o peor, sobre los tejanos, un trozo de cebolla o de col roja…

…pero uno de los dias que ya ahora recuerdo con más cariño es un domingo. Una mañana, paseando, sin la intención de comprar nada, por el mercado de la pulga en Boxhagener Plazt. Mirando a la gente…sonó el teléfono. Eran noticias desde Barcelona. Acabé llorando de alegría, gritando en medio de la plaza y pensando que a mi también me empezaba a apetecer ser madre. No quiero olvidarme nunca de ese lugar ni de ese momento.

Y todas estas cosas me han pasado aquí en Berlín. Han llegado solas pero he de reconocer que yo estaba allí con el barrreño.