Berlin Collage (13)

14 de Junio, 2004

Ayer cogí la bicicleta. Fui a visitar el monumento que levantaron los soviéticos por la muerte de los que lucharon en la guerra. Era precioso. Hacía un sol increible. Lo mejor fue descubrir que en Berlín también existen los amantes, los enamorados. No sé si es cosa del barrio en el que habito, Friedrichshain, lleno de artistas y bohemios solitarios, que aunque sea primavera no suelo ver parejas gozando de la locura que produce la llegada del buen tiempo. Tal observación y la frialdad del carácter alemán me habían hecho llegar a la conclusión de que en Berlín el amor no daba señales de vida. Me encantó descubrir que otra vez estaba equivocada. Justo llegar al parque donde está situado el monumento me topé con una pareja de gays dándose un lote de aquí te espero, en el siguiente banco unos quinciañeros, en la explanada del parque, más y más. Seguí el curso del río que atraviesa el parque hasta llegar a un pequeño islote al cual se accede a través de un puente. Aparqué como pude la bicicleta y me puse a caminar. Llegué hasta el borde del rio y me senté a fumar un cigarrillo y a leer un poco. ¡Cuanta felicidad acumulada! Pero si es que no puedo con mi alma. Tantas parejas queriéndose, mi libro hablando de cartas de amor y yo allí. Sentada. Observando. Yo no sé que ocurre pero cada vez me pasa más amenudo el hecho de que parece que las cosas a mi alrededor me están hablando. ¿Me estoy volviendo loca? Resulta que el otro día acabé por fin una de las cartas de amor más bonitas que jamás he escrito (me descubro y admito que no es la primera) y estoy en el dilema de si una carta de amor se escribe para que el otro la lea o es sólo una manera de dejar escapar los sentimientos con los que uno ya no puede cargar más (quizá sea un poco las dos cosas al mismo tiempo) Bueno, pues en medio de esta berenjena y por casualidad, me pongo a leer la historia de un viejo hombre que guardaba como mayor tesoro todas las cartas de amor que durante su vida varias mujeres le habían ido escribiendo. Por desgracia, unos ladrones se las roban, pero son tan buenos ladrones que deciden ir reenviando una a una todas las cartas al viejo hombre. Éste, así, vuelve a sentir la alegría de recibir la carta de amor de una mujer. Ya me veis allí en el parque, rodeada de amor por todas partes y llorando como una idiota. ¡No se puede ser una romántica! Al tiempo, he recordado la sensación que tuve cuando acabé de leer Carta de una desconocida. Yo pensé: ésto no quiero que me pase. ¡Qué dolor tan grande, no? estar enamorada toda tu vida de alguién y decidir explicárselo justo antes de morir. Por lo pronto, tengo suerte de poder decir que creo haber estado enamorada de varios hombres, de diferentes maneras aunque todas igual de absurdas e ilógicas, a lo largo de mi vida. Eso ya es importante. Creo seguir teniendo suerte cuando pienso que no soy el tipo de persona que se suele guardar demasiadas cosas : por eso de no ir acarreando con los sentimiemtos y a causa de la virtud o el defecto de hablar por los codos. Así que no creo que vaya a esperar a delatar mi amor hasta justo antes de morirme (siempre que el destino no haya decidido sin yo saberlo que mañana me muera!). De momento seguiré disfutando del tiempo, llorando con los libros y fumando tabaco del de liar.

2 Comments:

Blogger Flaneuse said...

tabucchi? quiero leer ese libro.

sábado, 03 julio, 2004  
Blogger Glube said...

Cuando llegue a Barcelona te lo paso

lunes, 05 julio, 2004  

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