Berlín Collage (7)
4 de Junio, 2004
El sol ha decidido finalmente salir aunque aquí en realidad sólo sale a ratitos, no fuera que los alemanes se acostumbraran demasiado a él y luego lo tuvieran que echar de menos. No es cosa de tópicos... es como si algo que pesara sobre ellos no les permitiera expresarse libremente, así que, cuando algo de cierta importancia les sucede, explotan como bombas y da la sensación de que están como locos.
Creo que tengo que cambiar de música. Hoy espero unas cuantas llamadas y que la vida me guie para poder ir tomando decisiones sentatas. Eso es quizá lo más importante, no lo sé. A veces, en cambio todo es muy fácil: cambias la música y parece que cambie todo…
Berlin: el arte y la cultura caminan tranquilitos por las calles y… ¿ por qué no traer un pedacito del Moma por aquí? “Das Moma in Berlin”…se pueden decir muchas cosas. Lo primero destacable, ya que es justamente lo primero con lo que te topas nada más llegar, es la enorme cola que hay que superar para poder entrar después de que te cobren 10 euros. Vuelves a hacer cola ya que te obligan a dejar todas tus cosas en un guardarropía y finalmente accedes al piso inferior dónde estan todas las obras. Tu intención es poder ver algunos de esos cuadros que tienes el la cabeza sólo a través de los libros. Pero no es una tarea fácil. Entre cientos de cabezas si tienes suerte quizá puedas ver durante algún segundo un trocito. Berlín se presenta ante mi, de nuevo, como un collage. Es imposible, y eso que algunos tienen unas dimensiones considerables, poder disfrutar de las obras expuestas. El recorrido que plantea la sala es tan libre que resulta tremendamente desordenado. Te paras delante de un cuadro y empieza a aparcer gente desde cualquier parte. Pese a todo esto he de reconocer que la visita me hizo descubrir artistas nuevos, sorprenderme con algunas obras y tambíen darme cuenta de que mis preferencias e intereses van cambiando con el paso del tiempo.
De repente, una voz comunicó a todos los visitantes que sólo faltan veinte minutos para cerrar, cosa que hizo caer en la cuenta a más de uno de que es ese justo el tiempo del que disponían para poder tomarse un café y pasarse por la tienda del museo. Ese es el momento ideal para intentar, aunque fuera rápidamente, disfrutar con algo de calma de algún cuadro. Con reprimenda de vigilante incluída ya que me había quitado la chaqueta y eso es una falta grabísima en un museo, escogí a Munch.
Ya de camino al guardarropía me encontré con ella, fascinante, majestuosa, rosa, y como no… llena de gente: la tienda! La gente volvía a hacer cola para poder, ahora, pagar un lápiz recuerdo del museo, carísimo, o el libro de la exposición, también carísimo. Me quedé en la puerta. No pude entrar. De verdad que me sentí muy idiota. Tuve una sensación muy extraña. Toda aquella exposición, pese a que algunas obras habían valido la pena, me pareció un completo montaje. La cabeza me empezó a dar vueltas y empecé a pensar en el sentido del arte, en el poder económico y en todas esas cosas. Nada tenía sentido. Me fui. Me senté justo delante del museo: reflexioné sobre mi decisión a negarme a comprar el catálogo. Me sentí bien y me puse de camino a casa. Podría decir más cosas pero ahora no puedo.
Hace días que tengo a la ironía un poco escondida detrás de las orejas!
El sol ha decidido finalmente salir aunque aquí en realidad sólo sale a ratitos, no fuera que los alemanes se acostumbraran demasiado a él y luego lo tuvieran que echar de menos. No es cosa de tópicos... es como si algo que pesara sobre ellos no les permitiera expresarse libremente, así que, cuando algo de cierta importancia les sucede, explotan como bombas y da la sensación de que están como locos.
Creo que tengo que cambiar de música. Hoy espero unas cuantas llamadas y que la vida me guie para poder ir tomando decisiones sentatas. Eso es quizá lo más importante, no lo sé. A veces, en cambio todo es muy fácil: cambias la música y parece que cambie todo…
Berlin: el arte y la cultura caminan tranquilitos por las calles y… ¿ por qué no traer un pedacito del Moma por aquí? “Das Moma in Berlin”…se pueden decir muchas cosas. Lo primero destacable, ya que es justamente lo primero con lo que te topas nada más llegar, es la enorme cola que hay que superar para poder entrar después de que te cobren 10 euros. Vuelves a hacer cola ya que te obligan a dejar todas tus cosas en un guardarropía y finalmente accedes al piso inferior dónde estan todas las obras. Tu intención es poder ver algunos de esos cuadros que tienes el la cabeza sólo a través de los libros. Pero no es una tarea fácil. Entre cientos de cabezas si tienes suerte quizá puedas ver durante algún segundo un trocito. Berlín se presenta ante mi, de nuevo, como un collage. Es imposible, y eso que algunos tienen unas dimensiones considerables, poder disfrutar de las obras expuestas. El recorrido que plantea la sala es tan libre que resulta tremendamente desordenado. Te paras delante de un cuadro y empieza a aparcer gente desde cualquier parte. Pese a todo esto he de reconocer que la visita me hizo descubrir artistas nuevos, sorprenderme con algunas obras y tambíen darme cuenta de que mis preferencias e intereses van cambiando con el paso del tiempo.
De repente, una voz comunicó a todos los visitantes que sólo faltan veinte minutos para cerrar, cosa que hizo caer en la cuenta a más de uno de que es ese justo el tiempo del que disponían para poder tomarse un café y pasarse por la tienda del museo. Ese es el momento ideal para intentar, aunque fuera rápidamente, disfrutar con algo de calma de algún cuadro. Con reprimenda de vigilante incluída ya que me había quitado la chaqueta y eso es una falta grabísima en un museo, escogí a Munch.
Ya de camino al guardarropía me encontré con ella, fascinante, majestuosa, rosa, y como no… llena de gente: la tienda! La gente volvía a hacer cola para poder, ahora, pagar un lápiz recuerdo del museo, carísimo, o el libro de la exposición, también carísimo. Me quedé en la puerta. No pude entrar. De verdad que me sentí muy idiota. Tuve una sensación muy extraña. Toda aquella exposición, pese a que algunas obras habían valido la pena, me pareció un completo montaje. La cabeza me empezó a dar vueltas y empecé a pensar en el sentido del arte, en el poder económico y en todas esas cosas. Nada tenía sentido. Me fui. Me senté justo delante del museo: reflexioné sobre mi decisión a negarme a comprar el catálogo. Me sentí bien y me puse de camino a casa. Podría decir más cosas pero ahora no puedo.
Hace días que tengo a la ironía un poco escondida detrás de las orejas!
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