Berlin Collage (6)
30 de Mayo, 2004
Esta es la historia de una caja de madera. Esta es la historia del día en que por fin abandoné mi habitación en Boxhagenerstr. y me trasladé a Bänchstr. Hacía tanto tiempo que esperaba este momento…La situación en mi antigua casa me estaba volviendo loca. Al segundo día de llegar allí se estropeó la ducha. Esto que puede parecer insignificante era en realidad una catástrofe. Podría escribir un diarío paralelo titulado: “Como sobrevivir en Berlin dos meses sin ducha”. Llegé a un punto en el que me planteaba la semana de tal manera que entre la poca gente que conozco por aquí, como mínimo, pudiera conseguir una ducha cada dos días. Parece fácil, pero tienes que organizar bien si quieres llegar a buen fin. Al principio solía ir siempre a la misma casa (justamente a la que ahora me traslado). Cuando aún creía inocentemente que mi compañero de piso haría algún esfuerzo por solucionar el problema, no me importaba ir siempre al mismo sitio. Cuando caí en la cuenta de que no había perspectivas de que la situación cambiara (mi compañero de piso no se duchaba, así que no tener agua para él no era un problema) empecé a preocuparme y decidí, poco a poco, ir alternando las casas donde poder asearme un poco. Os aseguro que conozco más las duchas de de mis amigos que los bares de Berlín. Yo debo tener una especie de maldición con los baños: justo dos semanas antes de viajar a Alemania se había estropeado la ducha de mi propia casa en Barcelona: peregrinaje cada mañana a casa del vecino! Hay gente que piensa que le persigue la lluvia: a mi me persiguen las duchas rotas! Bueno, pero los quebraderos de cabeza se acababan, por fin me trasladaba a un lugar normal, con un baño normal, un barrio normal y quizá un compañero de piso normal. ¿Y qué tiene que ver todo esto con una caja de madera? Pues nada. Yo llegé a Berlín con dos maletas, y por el camino me compré un mueble, rojo, de los sesenta, y me encontré una caja. Un día que le pedí a mi compañero su bicicleta me dijo, te acompaño a buscarla y así de paso tiro una serie de cosas que se dejó el último arrendatario que tuve, como no ha de venir a buscarlas voy a desacerme de ellas. De repente le veo cargando con una caja enorme de madera maciza y cerraduras de metal con unas inscrpciones en alemán grabadas como a fuego. Su idea era colocar dicha caja justo en la esquina que tenia a la vista desde el balcón de su habitación. Se disponía a realizar un experimento sociológico. Quería descubrir cuales eran las reacciones de la gente que al pasar por allí vieran la caja: si la abrirían, si se la miarían, si no harían nada. Yo le propuse ser la primera persona para su estudio ya que me pareció una locura abandonar a la buena de dios semejante preciosidad. Le dije que me hacía cargo de ella y accedió. Así fue como conseguí la caja aunque en aquel momento no pensé que más tarde tendría que volver a cargar con ella en mi nuevo cambio de piso. Domingo por la mañana: el mueble rojo se lo regalé a una amiga en un brote de romanticismo (el traslado desde la tienda lo había hecho con su novio que ahora estaba lejos, en Grecia, sin ella). La caja…
…era domingo, hacía un sol precioso y la caja pesaba un cojón. Normalmente tardo 10 minutos para ir de una casa a la otra: con la caja, y eso que me ayudó un amigo, tardé dos horas. Dos horas, todo hay que decirlo, más preciosas que la mismísima caja. Cargamos con ella parando en cada esquina del trayecto. Nos sentábamos en ella para descansar. Comíamos manzanas. Comíamos helados. Inventábamos historias sobre las cosas que en cada descanso veíamos que estaban a nuestro alrededor. La imaginación es infinita. El amor, también. Ahora la caja tiene una nueva habitación. Reposa en forma de mesita de noche, con el despertador, los libros y las libretas de notas. No me la podré llevar a Barcelona pero creo que finalmente he encontrado un buen lugar para ella.
Esta es la historia de una caja de madera. Esta es la historia del día en que por fin abandoné mi habitación en Boxhagenerstr. y me trasladé a Bänchstr. Hacía tanto tiempo que esperaba este momento…La situación en mi antigua casa me estaba volviendo loca. Al segundo día de llegar allí se estropeó la ducha. Esto que puede parecer insignificante era en realidad una catástrofe. Podría escribir un diarío paralelo titulado: “Como sobrevivir en Berlin dos meses sin ducha”. Llegé a un punto en el que me planteaba la semana de tal manera que entre la poca gente que conozco por aquí, como mínimo, pudiera conseguir una ducha cada dos días. Parece fácil, pero tienes que organizar bien si quieres llegar a buen fin. Al principio solía ir siempre a la misma casa (justamente a la que ahora me traslado). Cuando aún creía inocentemente que mi compañero de piso haría algún esfuerzo por solucionar el problema, no me importaba ir siempre al mismo sitio. Cuando caí en la cuenta de que no había perspectivas de que la situación cambiara (mi compañero de piso no se duchaba, así que no tener agua para él no era un problema) empecé a preocuparme y decidí, poco a poco, ir alternando las casas donde poder asearme un poco. Os aseguro que conozco más las duchas de de mis amigos que los bares de Berlín. Yo debo tener una especie de maldición con los baños: justo dos semanas antes de viajar a Alemania se había estropeado la ducha de mi propia casa en Barcelona: peregrinaje cada mañana a casa del vecino! Hay gente que piensa que le persigue la lluvia: a mi me persiguen las duchas rotas! Bueno, pero los quebraderos de cabeza se acababan, por fin me trasladaba a un lugar normal, con un baño normal, un barrio normal y quizá un compañero de piso normal. ¿Y qué tiene que ver todo esto con una caja de madera? Pues nada. Yo llegé a Berlín con dos maletas, y por el camino me compré un mueble, rojo, de los sesenta, y me encontré una caja. Un día que le pedí a mi compañero su bicicleta me dijo, te acompaño a buscarla y así de paso tiro una serie de cosas que se dejó el último arrendatario que tuve, como no ha de venir a buscarlas voy a desacerme de ellas. De repente le veo cargando con una caja enorme de madera maciza y cerraduras de metal con unas inscrpciones en alemán grabadas como a fuego. Su idea era colocar dicha caja justo en la esquina que tenia a la vista desde el balcón de su habitación. Se disponía a realizar un experimento sociológico. Quería descubrir cuales eran las reacciones de la gente que al pasar por allí vieran la caja: si la abrirían, si se la miarían, si no harían nada. Yo le propuse ser la primera persona para su estudio ya que me pareció una locura abandonar a la buena de dios semejante preciosidad. Le dije que me hacía cargo de ella y accedió. Así fue como conseguí la caja aunque en aquel momento no pensé que más tarde tendría que volver a cargar con ella en mi nuevo cambio de piso. Domingo por la mañana: el mueble rojo se lo regalé a una amiga en un brote de romanticismo (el traslado desde la tienda lo había hecho con su novio que ahora estaba lejos, en Grecia, sin ella). La caja…
…era domingo, hacía un sol precioso y la caja pesaba un cojón. Normalmente tardo 10 minutos para ir de una casa a la otra: con la caja, y eso que me ayudó un amigo, tardé dos horas. Dos horas, todo hay que decirlo, más preciosas que la mismísima caja. Cargamos con ella parando en cada esquina del trayecto. Nos sentábamos en ella para descansar. Comíamos manzanas. Comíamos helados. Inventábamos historias sobre las cosas que en cada descanso veíamos que estaban a nuestro alrededor. La imaginación es infinita. El amor, también. Ahora la caja tiene una nueva habitación. Reposa en forma de mesita de noche, con el despertador, los libros y las libretas de notas. No me la podré llevar a Barcelona pero creo que finalmente he encontrado un buen lugar para ella.
4 Comments:
Deze reis met de kist...ja, die klinkt mooi. Misschien was er een goede reden voor alle deze dagen zonder douche: de ijs als jullie stopde met de kist, een hoek verder. Met zo'n tweeën is het altijd leuker.
Thank you!
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