Berlin Collage (4)
26 de Abril, 2004
Decides venir a un lugar nuevo, decides abrir tu mente para poder recibir cuantas más diversas experiencias mejor… pero a mi, las experiencias en Berlín, hay días que me superan. La noche del sábado no dormí en casa… salimos con la intención de descubrir un lugar nuevo y acabamos en un bar de color rojo, como la mayoría por aquí. Un Dj pinchaba un pop que no molestaba ni a los modernos ni a los punkis. Al tiempo de tomar la segunda cerveza apareció un personaje francés y de París. Llevaba un chaquetón de piel largo, con borrego sintético , gorro de lluvia y la bufanda de su abuelo mal puesta por el cuello. Una indescribtible obertura de boca cuando pronunciaba ciertas palabras, me hacía dudar si hablaba en raro por ser francés, por ser gilipollas o por ser las dos cosas a la vez. La imposibilidad de mantener este análisis tan profundo después de la cuarta cerveza me permitió no negarme a la oferta de acompañarle a su habitación una vez dimos por concluída la ronda de bares punkis por el barrio. Pasé la noche en una “kasa okupada”. Otra experiencia más. Primero me enseñó la habitación en la que pensaba intalarse si la gente que vivía en la casa le permitía quedarse. Llamar a ese espacio habitación sería ser demasiado amable. Era un cubículo de unos tres metros de largo por un metro de ancho. Y la pregunta es la siguiente: cómo puedo precisar las medidas de aquel zulo si eran más de las cinco de la mañana y mi cuerpo cargaba con más cerbezas de las que me permite que son justamente tres ? Puedo ir un poco “betrunken” pero no soy idiota. El experimento de entrar allí e intentar extender mis brazos en posición horizontal y darme cuenta que no los podía abrir totalmente me hizo llegar a la conclusión certera de que aquel lugar era relamente pequeño. No estoy segura de que cabiera ni tansólo un colchón de noventa. Vaya locura, pero la noche no había acabado…de repente, se abrió la puerta de al lado y apareció un ser más extraño que el francés: un informático alemán. Llevaba unas gafas muy pequeñas, todo despeinado, sin zapatos, los pies bien negros. Nos pusimos a hablar con él, como no, de informática. La situación absurda estaba planteada. Como con el paso de las horas las cervezas iban perdiendo su efecto, empecé a caer en la cuenta de que realmente todo a mi alrededor era como una especie de cuadro surrealista. Dejé que los dos individuos, ya que quizá iban a ser vecinos, continuaran solitos la conversación y yo empecé a entretenerme intentando fotografiar en mi mente los dibujos que inundaban las paredes del pasillo. No sabría decir cuantas ni de que colores eran las pintadas que habían. Cientos, miles…precioso. Finalmente, nos despedimos de aquel personajillo y nos fuimos a la guardilla de la casa. Era la habitación de una chica: una especie de mezcla entre artista y diseñadora de moda. Estaba pasando unos días fuera de Berlín, así que ponía su habitación a disposición de cualquiera que la pudiera necesitar dejando, eso sí, bien claro, que era importante que no se tocara nada del desorden que ella había ido creando. El francés empezó a tocar la guitarra en un intento, que desconocía que era en vano, por conquistarme. Cada vez se hacía más de día y yo estaba más cansada. Decidí quedarme a dormir allí. Tardé poco en explicarle mi teoría de que por ser él un hombre y yo una mujer y estar solos los dos en la misma habitación no teníamos porque follar, así que me puse todo lo cómoda que pude y a dormir. Fue una noche extraña pero conocer aquel lugar valió la pena. Conocer al francés, creo que no tanto.
Decides venir a un lugar nuevo, decides abrir tu mente para poder recibir cuantas más diversas experiencias mejor… pero a mi, las experiencias en Berlín, hay días que me superan. La noche del sábado no dormí en casa… salimos con la intención de descubrir un lugar nuevo y acabamos en un bar de color rojo, como la mayoría por aquí. Un Dj pinchaba un pop que no molestaba ni a los modernos ni a los punkis. Al tiempo de tomar la segunda cerveza apareció un personaje francés y de París. Llevaba un chaquetón de piel largo, con borrego sintético , gorro de lluvia y la bufanda de su abuelo mal puesta por el cuello. Una indescribtible obertura de boca cuando pronunciaba ciertas palabras, me hacía dudar si hablaba en raro por ser francés, por ser gilipollas o por ser las dos cosas a la vez. La imposibilidad de mantener este análisis tan profundo después de la cuarta cerveza me permitió no negarme a la oferta de acompañarle a su habitación una vez dimos por concluída la ronda de bares punkis por el barrio. Pasé la noche en una “kasa okupada”. Otra experiencia más. Primero me enseñó la habitación en la que pensaba intalarse si la gente que vivía en la casa le permitía quedarse. Llamar a ese espacio habitación sería ser demasiado amable. Era un cubículo de unos tres metros de largo por un metro de ancho. Y la pregunta es la siguiente: cómo puedo precisar las medidas de aquel zulo si eran más de las cinco de la mañana y mi cuerpo cargaba con más cerbezas de las que me permite que son justamente tres ? Puedo ir un poco “betrunken” pero no soy idiota. El experimento de entrar allí e intentar extender mis brazos en posición horizontal y darme cuenta que no los podía abrir totalmente me hizo llegar a la conclusión certera de que aquel lugar era relamente pequeño. No estoy segura de que cabiera ni tansólo un colchón de noventa. Vaya locura, pero la noche no había acabado…de repente, se abrió la puerta de al lado y apareció un ser más extraño que el francés: un informático alemán. Llevaba unas gafas muy pequeñas, todo despeinado, sin zapatos, los pies bien negros. Nos pusimos a hablar con él, como no, de informática. La situación absurda estaba planteada. Como con el paso de las horas las cervezas iban perdiendo su efecto, empecé a caer en la cuenta de que realmente todo a mi alrededor era como una especie de cuadro surrealista. Dejé que los dos individuos, ya que quizá iban a ser vecinos, continuaran solitos la conversación y yo empecé a entretenerme intentando fotografiar en mi mente los dibujos que inundaban las paredes del pasillo. No sabría decir cuantas ni de que colores eran las pintadas que habían. Cientos, miles…precioso. Finalmente, nos despedimos de aquel personajillo y nos fuimos a la guardilla de la casa. Era la habitación de una chica: una especie de mezcla entre artista y diseñadora de moda. Estaba pasando unos días fuera de Berlín, así que ponía su habitación a disposición de cualquiera que la pudiera necesitar dejando, eso sí, bien claro, que era importante que no se tocara nada del desorden que ella había ido creando. El francés empezó a tocar la guitarra en un intento, que desconocía que era en vano, por conquistarme. Cada vez se hacía más de día y yo estaba más cansada. Decidí quedarme a dormir allí. Tardé poco en explicarle mi teoría de que por ser él un hombre y yo una mujer y estar solos los dos en la misma habitación no teníamos porque follar, así que me puse todo lo cómoda que pude y a dormir. Fue una noche extraña pero conocer aquel lugar valió la pena. Conocer al francés, creo que no tanto.
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