Berlin Collage (22)
30 de Junio, 2004
Hay un puente aquí en Berlin que me gusta muchísimo: es el Oberbaum Brücke. Cruza el rio Spree cuando vas por Warschsuer Str. La imagen que tengo de esta zona de la ciudad va transformándose a medida que van pasando los días. Recuerdo que la primera vez que llegué, creo que solo me fijé en un gran edificio con un cubo de colores en lo más alto. Era de noche, paseába con unos amigos. Mil luces y las del cubo sobresaliendo del negro. Hoy alguien ha comentado que creia que Berlín era una ciudad de colores. Es cierto. Más tarde atraviesas el puente de día y ves a toda la gente que va y viene de las dos estaciones que hay cerca. También cruzan el puente. Las vias del tren, como arterias, se van estrechando hacia lo lejos. El sol nace a un lado y muere en el otro. La ciudad parece inmensa. Has dejado de ver el cubo de colores y te detienes en las nubes y en la torre de comunicaciones, un alfiler que te muestra en cada momento donde estás, muy diferente al mar azul que utilizo en Barcelona. Y recuerdo también el momento que cruzando el puente vi a mi primer punki oriental. Estaba sentado en la acera golpeando con un tenedor una lata de conservas. Vestido con una chaqueta de cuero negra llena de tachuelas y chapas. Unos panatalones de cuadros escoceses. La calvicie en el centro de su cabeza hacía más importantes los cabellos largos que se suicidaban hacia los lados. Y sus gafas…estas no sé como describirlas. Empecé a verlo cada vez que cruzaba el puente, siempre sentado, con la lata, increpando a los que pasábamos. Hace pocos días, paseaba por el puente con la idea cuestas de que me queda poco tiempo para regresar a mi ciudad y eso me está haciendo empezar a mirar Berlin de otra manera. Caí en la cuenta de que hacía días que no veía a mi punki oriental. No sabía donde podía estar. Se habría ido a oriente? Estaría llorando con mi amiga japonesa? La verdad es que aquel personaje me había hecho pensar en un determinado momento que yo empezaba a formar parte de Berlín. No se trataba solamente de reconocer las calles por donde caminaba, como ir de un sitio a otro, si no también de que la gente con la que me fuera encontrando, aún sin ellos saberlo, empezaran a resultarme familiares. Y ahora que me iba, como despedirme del punki? Crucé el puente, avancé por Warschauer str. dirección Frankfuter Tor, pero decidí girar por Boxhanegener str. y recorrer una ruta alternativa a Frankfurter Alle, una avenida demasiado ancha para según que momentos. A veces las cosas ocurren con una simplicidad que me asusta. Pasé cerca de una kasa okupada y allí estaba mi oriental. Pensando le dije adiós.
Hay un puente aquí en Berlin que me gusta muchísimo: es el Oberbaum Brücke. Cruza el rio Spree cuando vas por Warschsuer Str. La imagen que tengo de esta zona de la ciudad va transformándose a medida que van pasando los días. Recuerdo que la primera vez que llegué, creo que solo me fijé en un gran edificio con un cubo de colores en lo más alto. Era de noche, paseába con unos amigos. Mil luces y las del cubo sobresaliendo del negro. Hoy alguien ha comentado que creia que Berlín era una ciudad de colores. Es cierto. Más tarde atraviesas el puente de día y ves a toda la gente que va y viene de las dos estaciones que hay cerca. También cruzan el puente. Las vias del tren, como arterias, se van estrechando hacia lo lejos. El sol nace a un lado y muere en el otro. La ciudad parece inmensa. Has dejado de ver el cubo de colores y te detienes en las nubes y en la torre de comunicaciones, un alfiler que te muestra en cada momento donde estás, muy diferente al mar azul que utilizo en Barcelona. Y recuerdo también el momento que cruzando el puente vi a mi primer punki oriental. Estaba sentado en la acera golpeando con un tenedor una lata de conservas. Vestido con una chaqueta de cuero negra llena de tachuelas y chapas. Unos panatalones de cuadros escoceses. La calvicie en el centro de su cabeza hacía más importantes los cabellos largos que se suicidaban hacia los lados. Y sus gafas…estas no sé como describirlas. Empecé a verlo cada vez que cruzaba el puente, siempre sentado, con la lata, increpando a los que pasábamos. Hace pocos días, paseaba por el puente con la idea cuestas de que me queda poco tiempo para regresar a mi ciudad y eso me está haciendo empezar a mirar Berlin de otra manera. Caí en la cuenta de que hacía días que no veía a mi punki oriental. No sabía donde podía estar. Se habría ido a oriente? Estaría llorando con mi amiga japonesa? La verdad es que aquel personaje me había hecho pensar en un determinado momento que yo empezaba a formar parte de Berlín. No se trataba solamente de reconocer las calles por donde caminaba, como ir de un sitio a otro, si no también de que la gente con la que me fuera encontrando, aún sin ellos saberlo, empezaran a resultarme familiares. Y ahora que me iba, como despedirme del punki? Crucé el puente, avancé por Warschauer str. dirección Frankfuter Tor, pero decidí girar por Boxhanegener str. y recorrer una ruta alternativa a Frankfurter Alle, una avenida demasiado ancha para según que momentos. A veces las cosas ocurren con una simplicidad que me asusta. Pasé cerca de una kasa okupada y allí estaba mi oriental. Pensando le dije adiós.
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