Crónica de un garbanzo (1)

Y una vez me dijiste que esto era una droga…y ahora yo pienso que en realidad me hablabas, entre montaditos de recuerdos, de la vida, esa que una vez descubres te engancha, te atrapa y te convierte en un adicto. Mientras tanto me sigue creciendo el pelo, a golpe de rizos intento ir conquistando otros corazones sintiendo que en el mío ya he plantado una bandera. Y quisiera poder estar loca, muy loca, loca por completo y quizá volver a no saber nada de lo que ahora sé para disfrutar de nuevo del placer de ir aprendiendo. ¡Eso no es posible! Aprendes a hostias y las hostias duelen y a mi no me dan placer. A la mierda el placer de aprender, el placer debe ser otra cosa ¡Qué estúpido me parece cada año que pasa...! Y me siento muy gilipollas. Tremendamente gilipollas. Y... porque tambien siento miedo, aunque sea sentimiento de subtexto, no te muestro los detalles de la historia que me hacen sentir ahora mismo tan gilipollas. Si te los cuento quizá se te pase por la cabeza vomitarme palabras que intenten calmarme. No quiero. Sólo escucha y ríete conmigo de lo gilipollas que me siento. Y justo ahora, en un ya, en un instante muy, muy pequeño (¿dónde está la expresión exacta?), mientras me he perdido en mostrarte este sentimiento he olvidado yo también los detalles, los motivos, las excusas, las ganas de reventarlo todo y de que no me entiendas.

He releído historias escritas y me parecen ahora muy vacias…¿jugamos? Si alguien quiere seguir jugando que por favor levante la mano. No quiero explicarme. Me gustaría hablar de sexo. Veo una fotografía de un niño corriendo en pantalones cortos con una barra de pan bajo el brazo. Cuadrado rojo sobre fondo blanco. A la mierda los intelectuales, las izquierdas, todo es mentira, incluso lo que escrcibo. Todo y…¿de qué manera te puedo pedir que sigas a mi lado ahora que estás leyendo esto? No lo sé. Mi casa está llena de flores pero no es una floristería, es una casa llena de flores. He cambiado las sábanas. Algunos ya saben que amo ese momento, siempre que rozo los olores de las telas limpias. Me gusta ese olor más que el de las flores. Hoy, durante la comida, he insistido en preguntarte, madre, cómo lavas la ropa. Dices que es importante no mezclar, lo de poner suavizante, utilizar un detergente líquido y sacar la colada justo cuando finaliza el lavado, no esperar. Y bien…eso es lo que yo hago. Pero insisto en averiguar porqué a mi madre le queda mejor que a mi. ¿Sólo lava con agua fría? Secretos. Madre: “Yo también los tengo.” No puedo explicarte tampoco a ti nada más. Eso duele. Por favor, volvamos a comer. Me ha gustado que antes de irte te acercaras y me dieras un beso apretando tu nariz chata contra mi mejilla. A partir de ahora utilizaré el programa en el que aparece dibujado en la lavadora un copo de nieve. Quizá me empiece a gustar mi nariz y sólo quizá, no me avergüence de que se parezca tanto a la tuya.

Los problemas de buscarle un nombre a tu blog cuando sales de fiesta.

La decadencia de la minifalda.

No tengo palabras.

Todos los hombres se llaman Dani y lavadora se escribe con “v”.

Este no va de política.

¿Qué es la política?

La siguiente la pago yo.

Tu eres una piedra. A mi me gustan la piedras ¿Hay algo entre nosotros?

Treinta es sólo un número. ¿Jugamos a multiplicar?

Multiplicar (este verbo me gusta, me gusta mucho…¿Puedo decirlo, no? Vaya…el blog es mío.)

El alcohol produce monstruos y genera resaca.

No toques más el bombo que me enamoro.

No puedo vivir sin música pero puedo vivir sin ti.

Miénteme tú ahora que ya luego te miento yo (este también me gusta!!!)

Si una mañana te levantas caprichosa, vuelve a meterte en la cama.

La ciudad de las cosas pequeñas.

Todos los músicos se parecen y desaparecen.

Un rasguño en la conciencia. (este me parece una mierda, pero también lo pensé)

100 es sólo otro número.

¡Qué le quiten el saxo a ese tío!

Por favor: Un taxi!!!


Seguro que pensé más pero…no creo que valga la pena seguir escribiendo.

Si alguien tiene alguna preferencia puede exponerla... o no…

El final del encanto de la ballena.




Ayer.

Noche.

Dormir.

No puedo.

Doy vueltas en mi cama pensando que en realidad, aunque haya intentado esconderlo, soy afortunada porque no es demasiado grande y no tengo la posibilidad de perderme en ella.

Leo manuales de intrucciones de aparatos tecnológicos pero aún así no puedo dormir.

Pienso frases cortas.
Pienso en escribirlas al día siguiente pero al día siguiente ya es demasiado tarde: las he olvidado.

Vuelvo a rescatar un libro. Estoy en el penúltimo capítulo:

13. EL FINAL DEL CAMINO…
LA MUERTE DE LA BALLENA…
SUDANDO A MARES EN EL AEROPUERTO.
Miedo y asco en Las Vegas
Hunter S. Thomson

No puedo dormir.

Escucho música.

No puedo dormir.

Música de los 80.

No puedo dormir.

¿Me estoy convirtiendo también en un clásico?

No puedo dormir.

Vuelvo a las frases…

…no puedo dormir…

…pero sin querer me quedo dormida…

…y duermo.

Hoy no he soñado.

Me despierto antes que el despertador y busco esa canción que insiste en decirme que hoy podría ser uno de esos días increíbles.

Me llaman por teléfono.

Hoy me llamará mucha gente. ¿Soy afortunada?
¿Podré dormir esta noche?

No. No le daré a la noche esa opción. Esta noche me pondré la minifalda y saldré a bailar, aunque sea lunes.
Me emborracharé. Pero eso será esta noche.

Primera lectura del día.

Cojo al azar un libro de la estantería de los libros no leídos:

DÜNYA GÜZELI
(LA MUCHACHA MAS BELLA DEL MUNDO)

No me engaña el espejo, esa imagen soy yo,
y ninguna otra muchacha es tan bella.
Mis centelleantes ojos son como diamantes,
mis labios tienen el color del coral,
dos líneas de perlas embellecen mi boca.
La gracia de mi cuerpo glorifica el andar,
Mis manos y mi cuello son blancos como la nieve, sedosa mi cabellera.
Pero, ¿ay!, todo esto ¿para qué?


Konstantino Kavafis.


Estoy cansada de que me digan como debo ser.

Hoy he decidido no esperar a que nadie entienda que hay días que sólo tengo ganas de llorar. Pensaba, estirada otra vez en la cama, después de haber jugado con el destino, de haber encendido la minicadena, de haber puesto una lavadora, de haber contestado tres llamadas, de haber pensado en lo de la minifalda, pensaba, en la cama.. en un cielo azúl y de repente esa imagen se deshacía, hacía abajo, muy lentamente. Eso me da ganas de llorar.
No insistaís en hacerme sentir cosas que no siento.
Por favor.
No insistías.
Por favor.

No es algo dramático tener ganas de llorar por nada o por que una imagen se deshaga en tu cabeza.

Hace días que creo que he de cambiarle el nombre al blog.

Lo distinto esta vez es que no sé que nombre elegiré mañana.

Quizá cuando esta noche esté bailando con la minifalda piense alguna cosa.

Se ha acabado la música.

Fin por hoy.

“Podría ser que hoy fuera uno de esos días increíbles otra vez”.

El encanto de la ballena (38)

Te agarró de la mano tan fuerte que te hizo daño. Te pidió que tuviérais una canción, como las tienen las parejas que salen en las películas. Era adicta a la impaciencia y creyó que aquella música que elegiste al azar la acompañaría durante el resto de su vida sólo porque había sonado en el momento y el lugar que le habían parecido exactos. Pero ahora siente que esa no era vuestra canción. Ahora al oírla ve tu cuerpo en forma de magdalena, dando saltos, mirándola sin querer y queriéndola sin pensar. Algo tan tonto. Cuando dejas de brincar en su cabeza cierra un poco los ojos. Los abre. Va a la cocina. Enciende el fuego. Coloca la sartén en el fogón y la rocía de aceite. La aceitera se vacía y los ajos macerados se quedan como borras y no puede evitar que siempre una gota relama el cuello de pato de cristal. Algo tan tonto. La seca con una balleta que sólo es amarilla y vuelves a su cabeza. “Everybody knows (except you)” The Divine Comedy. Hace años esa canción también le pareció “algo tan tonto”.