El encanto de la ballena (12)

He decidido no volver a desabrocharme el último botón del abrigo. Ayer lo hice y sentí frio y no sentí…tus brazos acercándose ni colándose debajo del jersey. Ahora sólo soy capaz de decirte que no volveré a desabrocharme el último botón y… nada más. Sabemos que llega el silencio y esta vez yo no callo por querer hablarte con mis ojos y enseñarte lo bello de lo que no suelo decir con palabras, ahora callo por miedo. Ayer te mostré toda mi fragilidad: desnudas ella y yo ante ti. Pero ayer ya pasó. Hoy no lloro, solo tiemblo. Será por el frío.

El encanto de la ballena (11)

Hoy ha muerto una paloma.

El encanto de la ballena (10)


Hubiera querido ser...
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"...Hubiera querido ser paloma mensajera pero solo fui pajarita de papel..."

Nací doblada, torcida, plegada entre las manos de una japonesa que jugaba a regalar instantes de papiroflexia. Me construyó mientras de sus ojos brotaban, intermitentes, las lágrimas que, poco a poco y una a una, rozaban este cuerpo que, pese al tiempo transcurrido desde entonces, todavía soy. Me hizo triste pero me regaló un compañero. Juntos viajamos guardados entre las hojas de un bloc de notas por las calles de Berlín, donde a menudo llovía. Íbamos en bicicleta. Una noche, al desprendernos sin querer de aquel pequeño escondite, decidieron colocarnos a los dos en una estanterÌa. Esa misma noche, nos separaron. Mi amigo se quedó en la estantería de la habitación de enfrente y a mí me metieron en una maleta llena de porcelana y ropa comprada en tiendas de segunda mano hasta llegar a Barcelona. Fuimos, de repente, no solo trozos de papel hechos pájaro sino símbolos de un amor prohibido. Recuerdos. Quisieron que cargáramos en nuestras alas la imagen de una historia que nunca sucedió. Ya en mi nueva ciudad decidí sacudirme con el viento fresco y el calor de un sol descococido. Lo hice con tanta fuerza que se desvanecieron un poco mis colores y mi pasado. Pero…¿qué tendrán las noches que a veces se vuelven extrañas y transforman mi vida en un segundo? Fue también una noche cuando me agarraron del cuello y me colocaron entre los objetos de un decorado. Escondida, intentando pasar desapercibida, transcurrían las horas. Escuchaba acciones, cortes, rodamos, repetimos chicos. Gritos y silencios. Pocas risas. Prisas. Los focos se movían. Cambiaban los campos de luz. Yo buscaba las sombras. No entendía nada de lo que sucedía a mi alrededor. Y ahora pienso que también los días, como las noches, son extraños y tienen segundos en los que mi vida se transforma y donde tampoco hay vuelta atrás. No puedo asegurar entonces si era día o noche ...¿qué importa eso ahora? Me vieron. Me levantaron. Me anidaron entre unas manos blancas, de ornitóloga. Sentí miedo. Pensé que me iban a deshacer. Y fue por creer que mi vida se acababa, que pasaron por mi cabeza con pico todos aquellos recuerdos que había querido olvidar. Es así como regresó de nuevo la tristeza, esa dichosa tristeza que nunca me abandona, que esta vez se desbordó e imprengnó, como aceite, cada pliegue de mi cuerpo. Mientras esto sucedía, los segundos de esta vida extraña no se detuvieron. Una cámara lo vió todo. Vió toda esa tristeza y se la contagió al personaje que me acariciaba.

Ahora, que sigo viva y coja, que me he convertido en la imagen de lo que a veces siento. Ahora, que viajo doblada entre el plástico de un billetero, ¿porqué no puedo querer ser paloma mensajera y perder, en uno de mis vuelos, el mensaje que alguien escribió ? Pero sólo soy libre para quererlo. Yo soy una pajaritade papel.

El encanto de la ballena (9)

Era un poco tarde para seguir enmarcando cuadros, la tienda estaba a punto de cerrar. María esperaba en la caja a que el dependiente, el que la atendía, el que tenía ganas de que se fueran los clientes para empezar el fin de semana, le cobrara el encargo y le preparara la factura. Sobre el mostrador, en una pequeña repisa pintada de verde antiguo descansaban, dispuestos ordenadamente, los corazones de veinte cajitas de música con los nombres de las melodías que reproducían escritas en pequeños carteles. De repente, un hombre, encorvado, empezó a girar la manivela de una de las cajitas. Las probó todas hasta que se detuvo para fruncir el ceño, pausa que aprovechó para recuperarsu posición vertical y decirle al dependiente: “Es una lástima, la única canción que quería escuchar y la cajita no funciona." El dependinte no dijo nada. María se ecercó a descubrir el nombre de la cajita a la que el hombre hacía referencia. Allí , en letras arial negrita, pudo leer “Lili Marlene”. No dijo nada pero no pudo evitar dirigirse hacia el hombre de las curvas y taralearle en voz baja:

“Na na na na naaaaaaaa na,
nana nana ná.
Nana nana naaaaaana,
Na nana nana ná.
Nana nana ná,
Nanaa na ná
Nanaa na ná,
Nanaa na, ná
Por ti, Lili Marlene,
Por ti,
Lili Marlene."


El hombre tampoco dijo nada.

Ya, en el silencio de la tienda, María recogió la factura y se fué.


Estas son las cosas que pasan cuando nadie cree estar diciendo nada.

El encanto de la ballena (8)


Nunca he escrito un poema.
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"Nunca he escrito un poema"
Jaime Gil de Biedma

Dedicado a culaquier hombre que en algún momento de su vida haya pensado, haya creído, haya sentido valer menos que cualquier cosa que pueda sostener con sus propias manos.