El encanto de la ballena (23)


"Erre" en el Nuevo Planeta
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El encanto de la ballena (22)

María siente vergüenza pero no puede esconderse de si misma en su piso de treinta metros cuadrados así que, debe salir a la calle a pasear cogida de su propia mano intentando que los demás no la descubran. Ayer, en el supermercado, María se quedó parada frente a las puertas de cristal mientras esperaba a que la máquina detectara su presencia y le permitiera acceder al establecimiento. Este es uno de los pequeños incidentes cotidianos con los que María debe convivir mientras va aceptando que se va volviendo poco a poco más transparente al escondense detrás de la nada.

El encanto de la ballena (21)

Los inconvenientes de ser una mujer dramática y escribir cartas a los Reyes Magos son muy variados y habitualmente sorprendentes. Desdes que la osteópata me recomendó que me mirara más amenudo al espejo el nivel de dramatismo ha aumentado. Me miro y no me veo ni más fea, ni más guapa, ni más gorda, ni más delgada…me reconozco, simplemente, algo más bajita. ¿Es posible que haya decrecido? Recuerdo que cuando me inscribí hace un año en el gimnasio me obligaron a someterme a un chequeo clínico. Una de las pruebas consistía en pesarme, medirme y valorar el nivel de grasa de mi cuerpo. Allí estaba yo, en la consulta de la doctora a sueldo, medio en pelotas, dejándome analizar. Me subí a una balanza muy fría que tenía un metro vertical sobre el que se deslizaba una barrita metálica. La doctora movió la barra hasta situarla sobre mi cabeza y acercándose a los números dijo sin reparo: “Uno cincuenta y nueve”. Yo, que estaba de espaldas a ella, con mi visión obstaculizada por la dichosa barra numérica desenfocada, me giré sin decir nada. Mientras ella anotaba el dato en la libreta de pinzas, también fría, bajé de la balanza, me medio puse los zapatos y la camiseta y me senté en una silla. Cuando se disponía a relizarme la siguiente prueba le pregunté: “¿Está usted segura doctora? ¿Me ha medido bien? Llevo varios años jurando a mis amigos, creyendo decir la verdad, que mi altura es de uno sesenta. ¿Me podría volver a medir?”. La doctora me midió de nuevo y repitió : “Uno cincuenta y nueve”. Y sí: soy dramática, ilusa e incrédula. A la doctora, como a mi madre, tampoco la creí. Luego, con cara un poco más de mala leche, la doctora me estiró en una camilla y cubrió mi cuerpo de cátodos, hilos electrónicos y cachibaches congelados. Le prégunté que era todo aquello y me contestó que iba a ver el estado de mi corazón. Me dijo que todo estaba bien. Fue por aquella estúpida conclusión que cuando salí de la consulta no creí nada de lo que me había dicho: ni yo medía uno cincuenta y nueve ni mi corazón estaba bien. Y hoy, ¿que narices ha pasado? Creo que estoy encogiendo. ¿Y si la doctora tenía razón? ¿Y si la tenía también mi madre? ¿Qué pasa con mi corazón? Quizá no es que mi órgano palpitante esté mal, quizá solo este un poco loco y la locura, como la alegría y la tristeza, no se pueden medir y anotar en una libreta.

Antes de ayer nació un niño que se llama Joel. ¿Y de que conozco yo a Joel? De casi nada. Coincidí con su abuela, a la que tampoco conozco de nada, en una pequeña tienda de esas que estampan camisetas en una hora. La mujer llegó al mismo tiemo que yo. Se acercó al mostrador y con un aúrea de orgullo le pidió a la dependienta si era posible estapar una foto de los protagonistas de “Pasión de Gavilanes” sobre el body blanco que había colocado encima del sobre de cristal. Al oír la petición me acerqué para poder ver bien la foto, el body, a la señora y a la dependienta. Me pareció curioso pero lo fue más aún cuando pude ver el texto que acompañaba a la imagen. En letras cursivas amarillas se podía leer “Pasión de Joel”. La abuela, al descubrir mi interés por la situación, nos explicó que antes de ayer había nacido su nieto Joel y que su nuera era fan de la seríe televisisva. La dependienta y yo nos miramos sonriendo, conscientes de lo absurdo del momento. Aconsejamos, entre la alegría compartida, a decidir cual era el mejor lugar para estampar la foto. La abuela siguió explicando lo ilusionada que estaba cuando de repente dijo que lo mejor del regalo que estaba preparando era el audio. Sonó la campana del primer timepo. ¿Cómo? ¿El body tenía música? Final del descanso. Empieza el segundo tiempo. La abuela sacó un folio doblado de una bolsa de plástico donde guardaba también una bata de limpiar. Abrió el papel y nos leyó la canción que había escrita. Era una adaptación que había hecho su marido sobre la letra de la canción principal de la misma serie “Pasión de Gavilanes”. En ese momento aparecieron en mi cabeza varias de las reuniones familiares en las que no muy amenudo participo. ¿Existe alguien que se dedique a recopilar toda esa literatura popular? Poemas, cuentos, canciones…Hoy celebramos que mi abuela cumple noventa y tres años y esta vez no le he ecrito nada. Llegaré a la cena y ni siquiera podré explicar que no escribo porque últimamente no puedo. Que ando demasiado preocupada por mi decrecimiento y el dolor de corazón. Que sigo desganada, que no me apetece moverme. Si tuviera que obligarme a escribir solo podría decir que mi abuela es la ostia. Que me fascina verla alejarse por el pasillo de casa de mis padres, arremangándose el vestido, y diciendo : “Mira! Mira! Mira a mi edad que piernas tengo!”. Escribiría que no se de que manera hacerle entender que porfavor no es necesarío que cada vez que nos veamos me pregunte como andamos de amores. Escribiría que la quiero. Escribiría sólo de mi y estoy segura de que el resto de mi familía sentiría celos por no haber escrito sobre lo que también presupongo que sienten ellos. No puedo escribirle a mi abuela una carta de parte de todos y leérsela en una reunión familiar. Y todo esto me pasa porque soy una mujer dramática, incrédula, de corazón loco que anda intentando descubrir donde cojones han mandado poner los Reyes Magos el saco de ilusiones que les pidió por Navidades.

El encanto de la ballena (20)

¿Quién es Erre? Erre es un pez sin cola. Llegó a mi casa mucho después que la pecera. Nunca había pensado en tener otro pez. Hacía ya cinco años que había muerto el anterior, Mariano. Mi madre siempre me había explicado que los peces traían mala suerte pero yo nunca la creí. Me dejó el novío, me robaron en casa y casi hicieron explotar el edificio en el que vivo pero…yo nunca la creí. Mariano murió y la pecera se quedó vacía. Mi suerte cambió pero yo sigo sin creer a mi madre. Un día fui a buscar a Erre. Llené la pecera de agua y le hablé llamándole Roberto. Al día siguiente le hablé llamándole Raul. Al siguiente, Ricardo. Un día una amiga me preguntó el nombre del pez. Yo no supe que contestarle, lo único que tenía claro era que era cualquier nombre que empezara por erre. Como estaba en plena erupción de honesidad le dije que, si quería saber la verdad, creía que se llamaba “Cualquier Cosa que empiece por Erre”. Mi amiga me frunció el ceño y me dijo que le sonaba muy mal que a mi pez le llamara Cosa y menos Cualquier. Habían pasado ya varios meses desde que “Cualquier Cosa que empiece por Erre” había llegado a su nuevo hogar cuando decidí irme quince días de vacaciones. Para entonces el pez ya estaba enfermo. Había cambiado el color de las escamas y se le había caído la cola. Estaba vivo porque, aunque no podía nadar, flotaba moviendo el ala derecha. Fue la misma amiga quien cuidó de “Cualquier cosa que empiece por Erre”. Durante mi viaje me escribia mensajes de movil con ella. Por abreviar letras “Cualquier Cosa que empiece por Erre” pasó a llamarse “Erre”. Erre vuelve a tener cola, le ha salido un poco torcida, pero se mueve que da gusto verlo. Es naranja, otra vez. Hoy, a Erre, le he comprado un duplex con vistas a mi cama en el barrio de Gracia. Es alucinante verlo nadar. ¿Cómo lo explico? Yo es que creo que baila. ¿Qué seguridad es esta que me aplasta cuando creo sentir que mi pez escucha música y por eso baila? ¿Es la misma seguridad que siento al afirmar que la otra noche creí estar bailando entre borregos? Prefiero a mi pez. ¿ Y que quieres que te diga? Que sí, que todo es una mierda pero que quizá un día salgas a la calle a comprarle una pecera más grande a tu pez. En el escaparate de la tienda de animales quizá te encuentres a una mujer que no se de cuenta de que te has parado a mirar los peces expuestos. Y ella, en esa inconsciencia, siga hablando con el loro rojo y verde que está también enjaulado al otro lado del cristal. Y allí, parado, quizá descubras que aquella mujer va cada día a hablar con el loro. Y mientras todo esto sucede quizá olvides que todo es una mierda…esto puede pasar. Ahora Erre ya puede volver a gritar en su nueva casa aquello de “Busco un centro de gravedad permanente”. Le encanta Franco Batiatto, como a mi.

El encanto de la ballena (19)

Mariona, por las tardes, trabaja de camarera. Cuando llega a casa por las noches, después de cenar, se sienta en el sofá frente a la tele para pintarse las uñas. Primero moja un algodoncito con acetona y se quita los restos del esmalte salpicado por los golpes y el agua. Borra el color. Dedo a dedo. Insistiendo en las juntas. Limpiando bien las lineas. Sus manos se vuelven, así, de nuevo blancas, transparentes y… desaparecen. Justo en el instante anterior a olvidarlas, abre el frasco de laca, siempre Astor 485 Diamant Sensation, y…empieza a barnizar, a pinceladas suaves, una a una cada uña... y vuelven a aparecer las motas rojas que le avisan de que allí acaban sus manos.

"There are people going lonely, and they'll stay
lonely far into the year"

Belle and Sebastian

El encanto de la ballena (18)

Ayer por la noche un taxista me preguntó si no me había dado cuenta de que me había aparecido un ángel con una luz verde. Hoy por la tarde un amigo me ha preguntado si me he marcado algún propósito para el año nuevo. Pese a la insistencia del gobierno no creo que deje de fumar. He visto una luz verde. Será el ángel. Propósito: aprender a coger las cosas con las manos.