Berlin Collage (11)

10 de junio, 2004

Llamada telefónica:

-Hallo?

-Hallo. Esther?

-Sí, sigo siendo yo. Quién eres?

-Soy Martin (aclaro que es el tipo que, pese a mi básico nivel de alemán y a su excelente nivel de espanyol, ha decidido hacer un tandem de intercambio lingüístico conmigo). Nada, me preguntaba si tenías algún plan para esta noche?

-Plan? pero si tengo la agenda completa, øcómo se te ocurre hacerme una pregunta como esa?

-He quedado con unos amigos en mi casa para jugar al poquer. øTe apuntas?

-°Claro! No tengo ni idea de jugar pero estoy segura de que si me lo explicas en alemán me vas a sacar suficiente pasta para poder desayunar a mi costa manyana, cosa que me hace una tremenda ilusión. øA que hora habeÌs quedado?

-A las 10 en mi casa.

-øHe de llevar algo más que el dinero que obviamente me vas a pulir?

-Bueno…, si quieres trae algo para beber…


Y así más o menos quiero recordar de aquí a unos anyos como empezó mi adicción al juego, de qué manera tan absurda acabé convirtiéndome en una ludópata. Increible. Aunque la que acabó pagándose el desayuno del día siguiente fui yo. Más tarde alguien cometió la estupidez de explicarme que había ganado gracias a la suerte del principiante. Este simple comentario despertó en mi las ganas de volver a jugar otra vez y descubrir si realmente era sólo suerte o es que los juegos de cartas, a diferencia del amor como bien dice el refrán, no se me dan del todo mal. Si es que cuando te pones a pensar un poco te das cuenta de que las motivaciones del ser humano son bastante básicas.

Berlín Collage (10)

9 de Junio, 2004

Un ladrón apareció en mi habitación el otro día. Entró de manera muy disimulada. Es evidente que si yo hubiera sabido que tenía intenciones de robarme no le hubiera dejado entrar. O a lo mejor sí, no lo sé. Los ladrones siempre mienten. Quizá haya alguno que se presente admitiendo que es un ladrón y que quiere robarte: la sinceridad en esta situación a lo mejor no funciona ni tiene sentido, pero en el caso particular de mi ladrón, quizá hubiera sido algo comprensible y le hubiera regalado algo de lo que tenía intención de arrebatarme. Venía a casa para trabajar en un proyecto. Pasábamos horas hablando y hablando. Al principio el tema era el proyecto, luego las películas que nos gustaban, los amigos que teníamos, nuestros exnovios y luego… luego empecé a darme cuenta de que miraba los objetos de mi habitación con un interés que me resultaba extraño, miraba más allá de las cosas, hacía muchas preguntas. Quería saber muchas cosas sobre mi, luego sentí que quería saber demasiadas cosas sobre mi. Lo tocaba todo: libros, papeles, dibujos, tazas, quería sobrepasar las cosas tangibles. Un día tuvo un suspiro de sinceridad y fue en ese instante en el que me engañó de verdad pero… no me di cuenta. Las lágrimas de un hombre creo que me enternecen demasiado. No sé bien como manejamos la conversación hasta llegar al punto en el que confesó tener problemas con sus sentimientos: creía no sentir. No sabía bien que decirle, tampoco no sé si quería que le dijera nada. Era muy extraño. A partir de ese momento nuestra relación cambió. Era como si después de aquella confesión se hubiera abierto la barrera para hablar libremente de nuestros sentimientos. Yo completamente encegada no me costó demasiado hacerlo. Lo que antes era una manera extraña de mirar mis cosas se transformó en una manera aún más extraña de oir lo que yo le explicaba. Cada vez más preguntas, más intimas, más desde dentro: lo único que le interesaba era conocer en profundidad los sentimientos en un intento por sentirlos él. Pero ésto creo que no es posible. Los sentimientos se pueden explicar, se pueden compartir, pero nadie más que uno mismo a su manera los puede vivir. Un día, le expliqué que sentía estar enamorada. Ese sentimiento, aún no ser correspondido, era algo que yo cuidaba como un tesoro, para mí era precioso. Me di cuenta que por mucho que intentara robarme los sentimientos nunca podría quitarme algo que sólo era mío.
No lo he vuelto a ver.


Berlin Collage (9)

7 de Junio, 2004

Hoy nada y todo. Sentada en un banco, fumando tabaco de liar, que es más barato. Ahora sentada frente al ordenador, escribiendo y rompiéndome la cabeza. Todo está por hacer. El domingo tuve una idea para escribir una película. A ver si tanto quejarme de los modernos y artistas que hay sueltos por Berlín y resulta que yo soy una más. Ahora tengo ideas para hacer películas. La verad es que creo que como mínimo es una buena excusa para ligar un poco más: “No, es que resulta que ayer, tuve una idea- A sí? Y porqué no vienes a mi casa, nos tomamos unos vinitos mientras me la cuentas.Yo soy fotógrafo-.” Oh! Dios, otro fotógrafo, no! Casi que me olvido de mi idea a ver si cae algún mecánico o alguien que sea un tipo normal! No, lo que pasa es que quizá el exceso de tiempo para pensar y el enamoramiento quinceañero que ahora me sacude el corazón me hacen sentir creativa por momentos. También se trata de una necesidad de satisfacer mi autoestima. ¿Y si resulta que la idea es buena? Imáginar por un instante poder vivir del cuento de ser escritora ( ¡que ninguna escritora se lo tome a mal, por favor!). Lo del enamoramiento, como no hay perspectivas de que evolucione hacia una relación satisfactoria puede aguantar el tirón, pero lo del tiempo es más difícil. Un día de estos me tendré que volver a poner a currar y se acabó el tiempo.

Berlin Collage (8)

6 de Junio, 2004

Tanta seguridad no puede ser cierta. Silencio. Guardar las palabras. Tener ganas de no ser ser una perfecta idiota. Complejidad a mi alrededor. ¡Qué dolor sentir tanto y no tener manera de sacarlo! No entiendo nada. Quizá es cierto que cada vez más una coraza me va ahogando. Hoy quisiera poder cambiar mis sentimientos pero no puedo. Necesito calma, necesito silencio. Necesito cosas de verdad. Si no paro empezaré a escribir cosas cada vez más absurdas.

Berlín Collage (7)

4 de Junio, 2004

El sol ha decidido finalmente salir aunque aquí en realidad sólo sale a ratitos, no fuera que los alemanes se acostumbraran demasiado a él y luego lo tuvieran que echar de menos. No es cosa de tópicos... es como si algo que pesara sobre ellos no les permitiera expresarse libremente, así que, cuando algo de cierta importancia les sucede, explotan como bombas y da la sensación de que están como locos.
Creo que tengo que cambiar de música. Hoy espero unas cuantas llamadas y que la vida me guie para poder ir tomando decisiones sentatas. Eso es quizá lo más importante, no lo sé. A veces, en cambio todo es muy fácil: cambias la música y parece que cambie todo…

Berlin: el arte y la cultura caminan tranquilitos por las calles y… ¿ por qué no traer un pedacito del Moma por aquí? “Das Moma in Berlin”…se pueden decir muchas cosas. Lo primero destacable, ya que es justamente lo primero con lo que te topas nada más llegar, es la enorme cola que hay que superar para poder entrar después de que te cobren 10 euros. Vuelves a hacer cola ya que te obligan a dejar todas tus cosas en un guardarropía y finalmente accedes al piso inferior dónde estan todas las obras. Tu intención es poder ver algunos de esos cuadros que tienes el la cabeza sólo a través de los libros. Pero no es una tarea fácil. Entre cientos de cabezas si tienes suerte quizá puedas ver durante algún segundo un trocito. Berlín se presenta ante mi, de nuevo, como un collage. Es imposible, y eso que algunos tienen unas dimensiones considerables, poder disfrutar de las obras expuestas. El recorrido que plantea la sala es tan libre que resulta tremendamente desordenado. Te paras delante de un cuadro y empieza a aparcer gente desde cualquier parte. Pese a todo esto he de reconocer que la visita me hizo descubrir artistas nuevos, sorprenderme con algunas obras y tambíen darme cuenta de que mis preferencias e intereses van cambiando con el paso del tiempo.

De repente, una voz comunicó a todos los visitantes que sólo faltan veinte minutos para cerrar, cosa que hizo caer en la cuenta a más de uno de que es ese justo el tiempo del que disponían para poder tomarse un café y pasarse por la tienda del museo. Ese es el momento ideal para intentar, aunque fuera rápidamente, disfrutar con algo de calma de algún cuadro. Con reprimenda de vigilante incluída ya que me había quitado la chaqueta y eso es una falta grabísima en un museo, escogí a Munch.

Ya de camino al guardarropía me encontré con ella, fascinante, majestuosa, rosa, y como no… llena de gente: la tienda! La gente volvía a hacer cola para poder, ahora, pagar un lápiz recuerdo del museo, carísimo, o el libro de la exposición, también carísimo. Me quedé en la puerta. No pude entrar. De verdad que me sentí muy idiota. Tuve una sensación muy extraña. Toda aquella exposición, pese a que algunas obras habían valido la pena, me pareció un completo montaje. La cabeza me empezó a dar vueltas y empecé a pensar en el sentido del arte, en el poder económico y en todas esas cosas. Nada tenía sentido. Me fui. Me senté justo delante del museo: reflexioné sobre mi decisión a negarme a comprar el catálogo. Me sentí bien y me puse de camino a casa. Podría decir más cosas pero ahora no puedo.

Hace días que tengo a la ironía un poco escondida detrás de las orejas!


Berlin Collage (6)

30 de Mayo, 2004

Esta es la historia de una caja de madera. Esta es la historia del día en que por fin abandoné mi habitación en Boxhagenerstr. y me trasladé a Bänchstr. Hacía tanto tiempo que esperaba este momento…La situación en mi antigua casa me estaba volviendo loca. Al segundo día de llegar allí se estropeó la ducha. Esto que puede parecer insignificante era en realidad una catástrofe. Podría escribir un diarío paralelo titulado: “Como sobrevivir en Berlin dos meses sin ducha”. Llegé a un punto en el que me planteaba la semana de tal manera que entre la poca gente que conozco por aquí, como mínimo, pudiera conseguir una ducha cada dos días. Parece fácil, pero tienes que organizar bien si quieres llegar a buen fin. Al principio solía ir siempre a la misma casa (justamente a la que ahora me traslado). Cuando aún creía inocentemente que mi compañero de piso haría algún esfuerzo por solucionar el problema, no me importaba ir siempre al mismo sitio. Cuando caí en la cuenta de que no había perspectivas de que la situación cambiara (mi compañero de piso no se duchaba, así que no tener agua para él no era un problema) empecé a preocuparme y decidí, poco a poco, ir alternando las casas donde poder asearme un poco. Os aseguro que conozco más las duchas de de mis amigos que los bares de Berlín. Yo debo tener una especie de maldición con los baños: justo dos semanas antes de viajar a Alemania se había estropeado la ducha de mi propia casa en Barcelona: peregrinaje cada mañana a casa del vecino! Hay gente que piensa que le persigue la lluvia: a mi me persiguen las duchas rotas! Bueno, pero los quebraderos de cabeza se acababan, por fin me trasladaba a un lugar normal, con un baño normal, un barrio normal y quizá un compañero de piso normal. ¿Y qué tiene que ver todo esto con una caja de madera? Pues nada. Yo llegé a Berlín con dos maletas, y por el camino me compré un mueble, rojo, de los sesenta, y me encontré una caja. Un día que le pedí a mi compañero su bicicleta me dijo, te acompaño a buscarla y así de paso tiro una serie de cosas que se dejó el último arrendatario que tuve, como no ha de venir a buscarlas voy a desacerme de ellas. De repente le veo cargando con una caja enorme de madera maciza y cerraduras de metal con unas inscrpciones en alemán grabadas como a fuego. Su idea era colocar dicha caja justo en la esquina que tenia a la vista desde el balcón de su habitación. Se disponía a realizar un experimento sociológico. Quería descubrir cuales eran las reacciones de la gente que al pasar por allí vieran la caja: si la abrirían, si se la miarían, si no harían nada. Yo le propuse ser la primera persona para su estudio ya que me pareció una locura abandonar a la buena de dios semejante preciosidad. Le dije que me hacía cargo de ella y accedió. Así fue como conseguí la caja aunque en aquel momento no pensé que más tarde tendría que volver a cargar con ella en mi nuevo cambio de piso. Domingo por la mañana: el mueble rojo se lo regalé a una amiga en un brote de romanticismo (el traslado desde la tienda lo había hecho con su novio que ahora estaba lejos, en Grecia, sin ella). La caja…
…era domingo, hacía un sol precioso y la caja pesaba un cojón. Normalmente tardo 10 minutos para ir de una casa a la otra: con la caja, y eso que me ayudó un amigo, tardé dos horas. Dos horas, todo hay que decirlo, más preciosas que la mismísima caja. Cargamos con ella parando en cada esquina del trayecto. Nos sentábamos en ella para descansar. Comíamos manzanas. Comíamos helados. Inventábamos historias sobre las cosas que en cada descanso veíamos que estaban a nuestro alrededor. La imaginación es infinita. El amor, también. Ahora la caja tiene una nueva habitación. Reposa en forma de mesita de noche, con el despertador, los libros y las libretas de notas. No me la podré llevar a Barcelona pero creo que finalmente he encontrado un buen lugar para ella.

Berlin Collage (5)

18 de Mayo, 2004

He descubierto en Berlín un curioso lenguaje: el lenguaje de las puertas. Es cierto que no tengo mucha experiencia en compartir pisos con otras personas, pero sea como sea, el lenguaje de las puertas lo he conocido estando aquí. Me resulta bastante diferente la convivencia en los pisos berlineses. Quizá sea por nuestro carácter tremendamete abierto, por nuestras incansables ganas de fiesta, no sé por qué, la casas en Barcelona me parecen como más de todos, incluso las habitaciones. En Berlín, si cuando llegas la puerta de tu compañero de piso está cerrada es mejor que no entres, no quiere ser molestado. Si la puerta está entreabierta significa que puedes picarle y comentarle las últimas novedades del barrio, sugerirle que debería haber lavado los platos o que hoy te sientes tremendamente triste. Al principio esto me parecía algo absurdo: si tengo ganas de hablar, no vivo sola en casa y mi compañero es una persona agradable, porqué no compartirlo con él. Pues no: eso es tener en cuenta sólo mis necesidades y no las suyas. He aprendido de esta manera que no puedo arrasar con mi vida la vida de los demás. He aprendido a que también yo puedo cerrar mi puerta, dando así un valor que hasta ahora desconocía a mi espacio y a mi tiempo. Supongo que el haber vivido durante tres años con mi pareja en un piso de treinta metros cuadrados después de que mi madre lo reformara poníendo no sé cómo cinco puertas en él, me había hecho cogerle cierta manía a cualquier tipo de puerta. Mi idea era deshacerme de ellas, tirar a bajo todas las paredes. Ahora, después de mi experiencia en Alemania, es cierto que sigo pensando que en mi piso hay demasiadas puertas y paredes y que ahora que es todo para mi no las necesito. Pero si algún día vuelvo a compartir piso o mi vida con alguién espero mudarme a un piso que siga teniendo puertas: no quiero volver a perder eso que ahora he recuperado, ese tiempo y ese espacio que sólo es mío y que a veces necesito sólo para mi para poder seguir siendo yo misma.

Berlin Collage (4)

26 de Abril, 2004

Decides venir a un lugar nuevo, decides abrir tu mente para poder recibir cuantas más diversas experiencias mejor… pero a mi, las experiencias en Berlín, hay días que me superan. La noche del sábado no dormí en casa… salimos con la intención de descubrir un lugar nuevo y acabamos en un bar de color rojo, como la mayoría por aquí. Un Dj pinchaba un pop que no molestaba ni a los modernos ni a los punkis. Al tiempo de tomar la segunda cerveza apareció un personaje francés y de París. Llevaba un chaquetón de piel largo, con borrego sintético , gorro de lluvia y la bufanda de su abuelo mal puesta por el cuello. Una indescribtible obertura de boca cuando pronunciaba ciertas palabras, me hacía dudar si hablaba en raro por ser francés, por ser gilipollas o por ser las dos cosas a la vez. La imposibilidad de mantener este análisis tan profundo después de la cuarta cerveza me permitió no negarme a la oferta de acompañarle a su habitación una vez dimos por concluída la ronda de bares punkis por el barrio. Pasé la noche en una “kasa okupada”. Otra experiencia más. Primero me enseñó la habitación en la que pensaba intalarse si la gente que vivía en la casa le permitía quedarse. Llamar a ese espacio habitación sería ser demasiado amable. Era un cubículo de unos tres metros de largo por un metro de ancho. Y la pregunta es la siguiente: cómo puedo precisar las medidas de aquel zulo si eran más de las cinco de la mañana y mi cuerpo cargaba con más cerbezas de las que me permite que son justamente tres ? Puedo ir un poco “betrunken” pero no soy idiota. El experimento de entrar allí e intentar extender mis brazos en posición horizontal y darme cuenta que no los podía abrir totalmente me hizo llegar a la conclusión certera de que aquel lugar era relamente pequeño. No estoy segura de que cabiera ni tansólo un colchón de noventa. Vaya locura, pero la noche no había acabado…de repente, se abrió la puerta de al lado y apareció un ser más extraño que el francés: un informático alemán. Llevaba unas gafas muy pequeñas, todo despeinado, sin zapatos, los pies bien negros. Nos pusimos a hablar con él, como no, de informática. La situación absurda estaba planteada. Como con el paso de las horas las cervezas iban perdiendo su efecto, empecé a caer en la cuenta de que realmente todo a mi alrededor era como una especie de cuadro surrealista. Dejé que los dos individuos, ya que quizá iban a ser vecinos, continuaran solitos la conversación y yo empecé a entretenerme intentando fotografiar en mi mente los dibujos que inundaban las paredes del pasillo. No sabría decir cuantas ni de que colores eran las pintadas que habían. Cientos, miles…precioso. Finalmente, nos despedimos de aquel personajillo y nos fuimos a la guardilla de la casa. Era la habitación de una chica: una especie de mezcla entre artista y diseñadora de moda. Estaba pasando unos días fuera de Berlín, así que ponía su habitación a disposición de cualquiera que la pudiera necesitar dejando, eso sí, bien claro, que era importante que no se tocara nada del desorden que ella había ido creando. El francés empezó a tocar la guitarra en un intento, que desconocía que era en vano, por conquistarme. Cada vez se hacía más de día y yo estaba más cansada. Decidí quedarme a dormir allí. Tardé poco en explicarle mi teoría de que por ser él un hombre y yo una mujer y estar solos los dos en la misma habitación no teníamos porque follar, así que me puse todo lo cómoda que pude y a dormir. Fue una noche extraña pero conocer aquel lugar valió la pena. Conocer al francés, creo que no tanto.

Berlin Collage (3)

18 de Abril, 2004

Hoy me ha enloquecido un poco la tristeza. Los camareros se turnan en las terrazas de los bares, una chica que empieza ahora a ser “la chica de siempre” recoge su parada de ropa, el sol se esconde y mañana quizá vuelva a salir. Seguiré buscando un amor y volveré a caer en la idea de estar irremediablemente sola. Que absurdo es a veces todo. Tiempo, tiempo perdido, bala perdida, soledad, pero quien engaña no gana. Berlín es demasiado grande, da pereza salir de casa, da pereza moverse. Quisiera ser aire para que quizá no me pesara tanto el moverme.

Berlin Collage (2)

17 de Abril, 2004

Sigo en la misma habitación. Suena una trompeta en mi ordenador, pero yo todavía no me he ordenado. Son demasiados mis pensamientos y necesito sacarlos, son demasiados mis sentimientos, pero esos me cuesta más destaparlos. Es tiempo de empezar a buscar el silencio, que las palabras puedan reposar. Descrubo el sentido de la añoranza y también de la nostalgia. Intento aprender a expresar con más o menos sencillez lo complicado de las cosas que se entretejen a mi alrededor, dentro de mi. Berlín es una ciudad increible y más aún en primavera. Puedes quedarte dormida en el banco de un parque cualquiera y puedes soñar tranquila porque nadie te va despertar.

El otro día hablaba, no recuerdo con quien, de la soledad .Cada día pesa más en mi la certeza de creer que estamos encerrados en burbujas de un cristal irrompible. Vemos a los demás claramente, pero al acercanos, nuestros cristales topan en silencio. Empiezo a estar cansada. Quizá los corazones no sientan, quizá sólo bombeen sangre, sin saber hacia donde, encegados.

Berlin Collage (1)

29 de Marzo, 2004

Acabo de llegar a Berlín. He aterrizado en una habitación blanca, con las paredes llenas de desconchones. Hay una moqueta gris cubriendo el suelo, es horrorosa pero puedo caminar sin zapatos. Hay dos colchones individuales, uno encima del otro, quizá porque es el primer día todavía no me atrevo a preguntarle a mi nuevo campañero de piso dónde estaban antes de llegar a esa habitación. Una estufa de carbón enorme, a la que he bautizado con el nombre de María, se muestra como una gran anfitriona. El techo es azul cielo y una bombilla cuelga justo en el centro, vuela. Está tan lejos de mi que no me molesta el zumbido de sus alas de mosca. Solo brilla de noche, durante el día, la luz del sol es suficiente. Y de repente, me doy cuenta de que toda mi tecnología debe ser ordenada, clasificada, hacer cola ante un solo enchufe. Debo elegir si quiero escuchar música, cargar el móvil o utilizar el ordenador. Y, también de repente me doy cuenta del tiempo…
… mi tiempo. Suficiente para poder pensar. Encuentro también a gente pensando en sus ventanas, rascándose la nariz o fumándose un cigarro… Yo tengo tiempo, la gente tiene tiempo. Se cruzan las miradas. Es muy divertido. Miras y han desaparecido. “Por la ventana brilla la luna, por la ventana una aceituna, eres tu.” canta Kiko Veneno.

Berlin Collage. Prólogo.

Una mujer sentada.

Un día se levantó. Tenía la cara llena de arrugas, no de esas que van apareciendo con el paso de los años, si no de esas que surgen al quedarte dormida, sin querer, en un sofá que no es el tuyo. Caminó hacia la ventana. Miró. Luego, volvió a mirar, pero no encontró nada de lo que estaba buscando. Decidió también mirar por la casa. Otra vez nada. Y pensó: ¿qué narices estoy buscando? Pero tampoco nadie, ni ella misma, contestó. Ante tal absurda situación tenía dos opciones: volver a dormir o y lanzarse hacia un nuevo lugar para seguir buscando no sé sabe el qué.

Silencio

¿Qué estúpida motivación nació en ella para que esa tarde, a diferencia de las tardes anteriores, decidiera lavarse la cara, silbar un poco y abrir la puerta de aquella casa? Una ciudad estaba tan solo a la distancia de tres pisos hacia abajo pasando por una portería sin portero. Eso era fácil de recorrer aunque el miedo, provocado por la falta de costumbre para lanzarse a algo diferente, le hizo caminar muy despacio. Al fondo sólo una puerta de hierro con cristales blancos, sucios,negros.

Un golpe de aire caliente le baciló en la cara. Ante ella, una avenida. Las luces rompían aquella tarde la cual parecía haber oscurecido demasiado pronto. Sintió como si algo parecido a la felicidad le diera un pellizco en el brazo, seguía estando despierta. Había gente caminando por la misma avenida que ella. No se miraban, pero caminaban por el mismo lugar, y eso… no estaba mal. Luego se encontró con ella misma reflejada en un escaparate, entre despertadores electrónicos, lavadoras, aspiradoras y los últimos avances en informática. Se miró rápido, como de reojo, no quería que toda aquella gente, desconocida, pero susceptible de formar parte por unos segundos de su nueva vida, la descubrieran. Y entonces un abismo: Berlín.