Siempre he fanfarroneado de tener un nombre para cada cosa, de ir sobrada de palabras pero, el día menos pensado, vas a sacarte sangre sin haber desayunado, y una filóloga retirada que hace cola a la espera de que también le extraigan aquello que todavía le corre por dentro, va y te deja sin palabras. Durante el breve tiempo y espacio en el que coincidimos en la posición absurda de estar de pie construyendo una fila imperfecta, ella me hablaba de cierta corrección en una frase, de una manera insuperable de expresarme... pero yo le hablé de mi corazón. Después de esto ella siguió hablando y yo me quedé sin palabras. Ahora, insisto en mi fanfarronería, en ese delirio que ya no me sale por la boca vuelvo a este blog aletargado. Han muerto las horas del manubrio, las historias de los peces, muertos también. Han muerto demasiadas cosas considerando tambien como tal aquellas que no han querido ni nacer ni crecer. Dejándome llevar, vuelvo a escribir sin tener demasiadas cosas que decir. Por el momento, sigo escuchando la radio, en silencio,  asaltada por la tristeza.