Historias de carton (10)

Hay días en los que piensas que es una lástima que los bolsos de mujeres tengan tantos bolsillos, que siempre llueve cuando tienes la ropa tendida o el casco de la moto mirando a Cuenca colgado de la cadena de seguridad. Días en los que elaboras ideas como la de que existen dos tipos de personas: a las que les gustan los tocinillos de cielo y a las que no. Días en los que te gustaría escribir sólo las frases que escuchas a la gente que te rodea, así, algo como “es que a mi me pone el Bombay” ,“Ay, chica! Déjate de tonterias y hazlo!” o “es que lo que me pasa es que necesito mucho cariño” no serían olvidadas. ¿Y qué importancia tienen para que no se deban olvidar? ¿Y es que para que algo no se olvide tiene que ser importante? ¿Qué es importante? (Ufff…) También hay días en los que piensas cambiarlo todo mañana y no te da miedo. Y descubres cosas que te hacen realmente feliz y le pides de rodillas a la primavera que no sea cosa suya. Y montada en el caos caminas. Y que nadie te pregunte qué es eso tan importante que te ha pasado hoy porque querrás, no sabes porqué, decirle la verdad: que hoy no ha pasado nada.

Historias de cartón (9)

No sabía exactamente cuantas noches, de pie, en la cama, había rezado sílaba a sílaba con su abuela el Jesusito de mi vida, al que siendo niño como ella le entregaba su corazón. Y habían sido la insistencia en el ofrecimiento, la fuerza de unos incomprensibles movimientos de brazos, la simple frase: ¡Tómalo, tómalo! Tuyo es mio no!”, culpables de que años más tarde, estirada sobre la colcha de su pisito de soltera, se preguntara quien narices había mandado a su abuela a enseñarle cómo entregar su corazón a un desconocido. No era la primera vez que culpaba a la religión católica con la que buenamente la habían educado, de algunos de los problemas con los que naufragaba en su supuesta fase de madurez. La religión, como los políticos, como la economía, como la sociedad, como las matemáticas del mundo, eran para ella conceptos perfectos tras los que esconderse y a los que en caso de gran necesidad culpar de sus propias desgracias. Con el paso del tiempo y la ausencia de su abuela había dejado de recitar los versos exactos pero Jesusito seguía siendo Jesusito, que ahora tenía cara de Bernat, de Félix, de Joaquim, de David,... pero que como aquel niño al que ella entregaba su corazón eran también unos desconocidos.

Historias de carton (8)


Enfrente
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...y se sentó frente a su ciudad para poder notar como cambiaba.

Historias de carton (7)


La oficina
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Pues así es como se hacen algunas películas: tachando días y posponiendo corazones.

Historias de carton (6)

¿Qué le está pasando a mi sentido del humor? Creo que se ha ido con otra. Vamos... pero... éste...seguro que vuelve!!!

Historias de carton (5)

¿Qué significa que algo vale la pena? ¿La pena vale algo?

Historias de cartón (4)

Se coloca frente a ti y te dice que tiene miedo. Se coloca frente a ti y te dice tantas mentiras al mismo tiempo que te sientes muy pequeña y muy estúpida y muy fragil y te alejas todo lo que puedes porque no sorportarías que te volviera a rozar mientras clava sus ojos en los tuyos. Y sólo puedes volver a encender un cigarro y regresar a casa, pequeña, estúpida y frágil, habiendo vaciado tu estrella en un bar al que no tienes ganas de regresar nunca. Y pedirías, si el deseo fuera por unos instantes posible, que de repente aparecieran todos aquellos seres a los que amas y que te hacen creer que no estás sola en este mundo o planeta o pais o ciudad o cama, gigantes todos por conquistar. Y ya no estoy segura ni tan solo de lo que escribo, ni de lo que pienso, ni de lo que siento ni este de este lugar en el que me hayo completamente perdida. Estaría toda la vida preguntando por qué y no quedaría nunca satisfecha de ninguna respuesta.

Historias de cartón (3)

Era muy tarde y caminaba hacia mi casa después de salir del cine. Mi cara estaba llena de lágrimas por culpa de esas historias que aún estar muy lejos de mi realidad siento como si fueran mías. Intentaba distraerme para poder dejar de llorar y volver así al barrio en el que realmente vivo. De repente me volví extraña. Me puse a seguir a un tipo que mientras andaba rozaba la pared de un muro con las llaves. No podía escuchar el ruido pero me lo imaginaba. Supuse que me apetecía hablar con alguién y deseé encontrarme por casualidad con cualquier conocido. Y eso fue lo que pasó. A lo lejos vi que se acercaba una pareja de amigos con los que alguna vez he compartido alguna tarde o alguna noche. En esos segundos en los que puedes reconocer al otro pero aún no alcanzas a poder a hablar pensé que justo en el momento del encuentro les atropellaría con el saco de sensaciones que llevaba dentro y que necesitaba vomitar. Finalmente me paré unos minutos con ellos y no sé por que razón se me hizo una bola en el estómago. No sé por qué razón no les pude explicar nada. Desaparecieron detrás de mi y yo me fui con mi bola a casa, acariciándola así muy suavito. Hace tiempo que apredí a hablar y ahora creo que estoy en el camino de desaprender a hacerlo.

“El silencio, y sólo el silencio, mantendrá intacta una pura y estéril ilusión de verdad”.

Bueno...quizá no pero yo no pude hablar.

Historias de carton (2)


Dentro
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Esto es de lo que me acordé este fin de semana mientras trabajaba dentro de casa y lucía el sol fuera de ella.

Historias de cartón (1)

¿ Y quien soy yo para hablar de honestidad teniendo en cuenta que desde hace un tiempo tengo la sensación de que las historias que escribo en este blog son “como cajas de cartón vacías”? Como no estoy segura de tener ni la experiencia ni la habilidad para saber con certeza que eso pueda cambiar pero, como al mismo tiempo, por ahora, me apetece seguir escribiendo, lo único que se me ocurre es modificar el nombre: si lo que escribo son historias de cartón, así tendré que llamarlas. Ha sido curioso pero hacía días que me merodeaba la sensación de irme alejando de mis historias: seguían partiendo de experiencias personales, de recuerdos, de pensamientos propios pero es como si no fuera yo quien las escribiera. Un día me entró miedo porque me di cuenta de que me faltaban palabras y empecé a utilizar palabras que no eran mías. Otro día me entró miedo porque me di cuenta de la cantidad de faltas de ortogarfía que cometía (algún día llegué incluso a modificar el tiempo completo de una historía para poder utilizar un verbo en una forma en la que estaba segura de saber como se escribía) Y quizá así, poco a poco, me he ido alejando de no sé que para llegar a otro no sé pero que no me gusta nada. Y la sensación se ha vuelto evidencia cuando he hablado con dos buenos amigos que suelen leer este blog y que a su manera también han notado que algo extraño les pasa a las historias del blog. ¿y qué puedo hacer si ayer, mientras leía a J. Goytisolo que decía “Me muero de ganas de escribir, y no sé todavía sobre qué”, a mi sólo me venía a la cabeza la pregunta de por qué las ventosas del Ikea, aún siendo las únicas que no se adhieren completamente a las paredes, insisto en colgar con ellas una bandejita metálica en el fregadero de mi cocina?

El delito comun (31)

EQUIPO TECNICO DE RODAJE BUSCA PRODUCTOR EJECUTIVO HONESTO.

El delito comun (30)

Importaba poco que el cielo estuviera pobre de estrellas aquella noche. Parecía importar menos, ahora que estaban finalmente tendidos sobre la arena de una isla sin nombre, que la luna llena les observara sin querer apagar la luz. Estaban solos. Si alguien se hubiera atrevido a preguntarles si eran felices se hubieran quedado mudos, incapaces de contestar, se habrían hecho los sordos por no querer romper ese tiempo en el que estaban sumergidos y que deseaban no acabara jamás. Decir que eran caricias lo que se regalaban mutuamente bajo la manta, sobre la esterilla deshilachada de tanto viaje, hubiera sido limitar con un solo nombre los recorridos infinitos de sus manos. Ambos habían conseguido destruir las fronteras para que sus lenguas pudieran caminar en libertad. Estaban perdidos dirfutando de su laberinto. Estaban soñando. Y… sin entender cómo, les sorprendió de repente una voz, cayendo así en el agujero de una realidad que nunca antes hubieran imaginado. A esa voz le acompañaban una escopeta y otra voz con otra escopeta. Mientras las voces hablaban, las armas apuntaban a sus cuerpos más desnudos que nunca. Les indicaron que se levantaran y se taparan. Les hicieron preguntas incomprensibles, les llevaron hasta la furgoneta que habían aparcado en la carretera cerca de la playa y que esperaba la llegada de la mañana para devolverlos a sus casas. Les hicieron apoyar las manos sobre el frío de la carrocería, les abrieron las piernas y les cachearon, pero las voces no encontraron nada porque, allí donde buscaban, no había nada. El único delito cometido lo habían guardado en una bolsa de tercipelo en el fondo de sus almas. No sabían muy bien que les iba a suceder en ese infierno imprevisto. Aún con las manos sobre la furgoneta, aún intentando asimilar la brusquedad del paso de la sensacion más tierna al miedo incomprensible, aun así, él quiso decirle a ella que en cuanto regresaran a casa, sacarían el polvo de las estanterías y colocarían los libros por orden alfabético, tal y como a ella tanto le gustaba, y volverían a reirse juntos al darse cuenta que su única novela descansaba junto a las de uno de sus escritores preferidos.

El delito comun (29)

Propuestas del fin de semana para una mujer que no se atreve a ser surealista: escribir una historia donde aparezca un recalcitrante sandwich mixto o viajar a Alemania para acompañar a una perra embarazada. El plato está servido. Me siento en el vagón de un tren dirección a Castellón y lo primero que oigo mientras espero a que el camarero del bar movil me sirva un cortado es la voz del componente de un extrañísimo grupo de música que pide un sandwich mixto y me pongo a gritrar como una loca, más que nada por si alguien me puede escuchar: “Por favooooor, ¿ podría el mundo dejarme tranquila sintiendo el traqueteo de este tren, inventando mi historia sobre el dichoso sandwich sin la necesidad de que aparezca realmente en mi vida? Gritos perdidos, energía malgastada. Aunque lo intente con todas mis fuerzas mi realidad se besa pasionalmente con mi ficción y con tanto morreo de por medio una no puede vivir en paz. Llego a mi destino y me transportan en coche a Valencia y luego en avión hasta Palma de Mallorca para acabar pasando la noche en una ciudad que sólo tengo tiempo a intuir. Allí dejo a la perra con los cachorros aún flotando dentro de ella, evitando de esta manera que la muerte les asalte en una perrera valenciana ¿Y qué tengo que ver yo con las asociaciones en defensa de los animales? Pues nada. Era viernes y había salido a tomar unas dosis limitadas de alcohol en compañía de un amigo el cual, escondida entre sus virtudes, tiene la habilidad de pronunciar palabras que no entiendo para que con ellas invente historias. Me proponía un duelo a muerte con un “recalcitrante sandwich mixto” y de repente sonó mi tronco-móvil y pude escuchar la pregunta maldita: “qué planes tienes para este fin de semana? Te apetecería acompañar a una perra embarazada hasta Köhl?” Y este tipo de preguntas son peligrosas más que nada por un problema en el pulmón derecho que me impide decir que no (las constituciones de votos no vinculantes han sido uno de los pocos casos de excepción ¿significará eso que poco a poco me voy sobreponiendo a mi enfermedad? Quien sabe…) pues nada, que sin poderlo evitar pronuncié un sí rotundo. En dos días atravesé media Europa, subiendo y bajando de aviones con “Peluda”, la perra callejera, formando parte inconscientemente de una historía que fue bella porque tuvo un final feliz. Durante el viaje yo sufría por los animales ¿y si se ponía de parto en pleno vuelo? Supongo que el repartidor de suerte decidió que aquel fin de semana nos tocara una pequeña porción a todos los que de alguna manera estábamos contribuyendo a que el animal sobreviviera. Llegamos en perfectas condiciones y los alemanes recogieron a la perra para llevarla a su nuevo hogar. Yo pasé la noche en uno de los hoteles más horrorosos que he visto en mi vida y a la mañana siguiente regresé a mi casa sin asimilar muy bien todo lo que había pasado. El lunes me llegó un mensaje que decía: Peluda ha parido nueve cachorros. Si no fuera por esa conciencia que me invade últimamente, pensaría que me he inventado la historia de aquel fin de semana, que no fué cierto nada de lo que pasó, que estuve aletargada en un sueño. Si no fuera por la fuerza con la que me suelen golpear las coincidencias en esta vida, también pensaría que lo del sandwich mixto fué inventado. Si no fuera porque durante una gran parte de mi adolescencia me dediqué a mentir a bocajarro a mis padres, ellos nunca hubieran pensado que en esos dos días me había transformado en una traficante de sustancias ilegales. Si no fuera por una asociación protectora de animales que trabaja a destajo, Peluda y sus nueve cachorros estarían muertos. Si no fuera..., no sería.

El delito comun (28)

¡Qué hermoso le ha resultado observar la imagen del hombre que, sentado en el banco preparándose para ir a ninguna parte, se acariciaba el pelo grasiento con un pequeño y plano objeto de marfil…!¡Qué hermoso ha sido el recuerdo de ese objeto en el bolsillo de la camisa de trabajo de su padre, rescatada cada fin de semana de la taquilla de la ahora transformada fábrica de estampación! Aquel peine que cuando era niña robó un día mientras su madre maldecía las manchas de pintura que se agarraban con los dientes en el tejido azul marino y que frotaba duramente intentando hacer de su marido un obrero inmaculado. Ella robó el peine para poder también ordenar sus cabellos pero rompió las púas y el peine se quedó cojo, paticorto, maniatado, quizá más bello con su nueva imperfección. Pero la culpa, la juventud, el delito, la escuela de monjas…nunca le dejaron pensar algo bueno sobre aquel infantil acto. Hoy ha recuperado el recuerdo y lo ha despojado de la impuesta maldad. Ha imaginado a su padre sacando el peine roto de la camisa, mirándose en el espejillo del baño un lunes después de un domingo. Y le ha apetecido inventarlo sonriendo por imaginarla a ella peinándose su melena de mujer. Y ha vuelto de repente a la fábrica, invadida ahora de oficinas de diseño, para que su padre le volviera a preguntar de qué color quería que pintara los barcos que nadaban sobre la tela de algodón, de qué color debían ser los sueños que cada noche sugirían de entre las sábanas que iban a confeccionar con aquella tela que estampaba sólo para ella. Y le ha invadido la añoranza y ha deseado poder volver a pisar el suelo de aquel edificio para quemar las mesas, los teléfonos, las fotocopiadoras, las reuniones y a todos los señores modernos. Ha caído en la cuenta de que ya no quedan obreros estampadores, que ahora son las máquinas que desde el extraradio arrojan la pintura sobre las superficies y que esas másquinas no tienen hijos a los que invitar a pintar sus sueños los sábados por la mañana, que ellas no entienden de peines, ni de barcos azules navegando sobre océanos amarillos. Y se ha entristecido al pensar de nuevo en su padre que a las puertas de la jubilación malgasta su oficio apretando el botón rojo de una máquina incomprensible de la que solo salen pastillas blancas, redondas y feas.

El delito comun (27)

La almohada le dijo: “si te acercas un poco más a la ventana podrás oir mejor el sonido de la lluvia pero si no las traspasas, nunca sentirás el roce de una gota no pudiendo así convertirte en agua, ni en río, ni tampoco en mar de plata.” Se quedó dormido. Despertó a la mañana siguiente y atravesó su ciudad de repente inundada.