El delito comun (30)
Importaba poco que el cielo estuviera pobre de estrellas aquella noche. Parecía importar menos, ahora que estaban finalmente tendidos sobre la arena de una isla sin nombre, que la luna llena les observara sin querer apagar la luz. Estaban solos. Si alguien se hubiera atrevido a preguntarles si eran felices se hubieran quedado mudos, incapaces de contestar, se habrían hecho los sordos por no querer romper ese tiempo en el que estaban sumergidos y que deseaban no acabara jamás. Decir que eran caricias lo que se regalaban mutuamente bajo la manta, sobre la esterilla deshilachada de tanto viaje, hubiera sido limitar con un solo nombre los recorridos infinitos de sus manos. Ambos habían conseguido destruir las fronteras para que sus lenguas pudieran caminar en libertad. Estaban perdidos dirfutando de su laberinto. Estaban soñando. Y… sin entender cómo, les sorprendió de repente una voz, cayendo así en el agujero de una realidad que nunca antes hubieran imaginado. A esa voz le acompañaban una escopeta y otra voz con otra escopeta. Mientras las voces hablaban, las armas apuntaban a sus cuerpos más desnudos que nunca. Les indicaron que se levantaran y se taparan. Les hicieron preguntas incomprensibles, les llevaron hasta la furgoneta que habían aparcado en la carretera cerca de la playa y que esperaba la llegada de la mañana para devolverlos a sus casas. Les hicieron apoyar las manos sobre el frío de la carrocería, les abrieron las piernas y les cachearon, pero las voces no encontraron nada porque, allí donde buscaban, no había nada. El único delito cometido lo habían guardado en una bolsa de tercipelo en el fondo de sus almas. No sabían muy bien que les iba a suceder en ese infierno imprevisto. Aún con las manos sobre la furgoneta, aún intentando asimilar la brusquedad del paso de la sensacion más tierna al miedo incomprensible, aun así, él quiso decirle a ella que en cuanto regresaran a casa, sacarían el polvo de las estanterías y colocarían los libros por orden alfabético, tal y como a ella tanto le gustaba, y volverían a reirse juntos al darse cuenta que su única novela descansaba junto a las de uno de sus escritores preferidos.
1 Comments:
querida vecina dos puntos desde que te leo he salido ganado en ratitos de alegría punto la de hoy me la da sobretodo el pensar que a pesar de estar trabajando sigues con las antenitas receptivas punto o quiza no sea a pesar de estar trabajando sino precisamente por estar trabajando punto eso por no volver a hablar de las teclas que reconozco en tu piano punto y aparte recuerdos de doce jubilados suecos que se dedican a hacerse pasar por alemanes y a emborracharse en los trenes que recorren el mediterráneo
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