El delito comun (24)
7:35 de la mañana. Ha sonado el despertador y el hombre del pijama negro ha salido de la cama. Ha desayunado, se ha duchado y se ha vestido. Ha cargado con su ordenador y su maletín y ha salido de casa. Ha caminado hasta la parada del metro. Ha bajado las escaleras. Ha esperado en el andén. Ha subido en un vagón y se ha sentado mientras viajaba. Ha llegado a su estación. Ha subido las escaleras mecánicas. Ha pisado el exterior. Ha caminado hasta que de repente el sol le ha disparado un rayo cuando cruzaba una callejuela estrecha de significado y, poco a poco, su cuerpo ha ido disminuyendo de velocidad hasta pararse completamente. Ha alzado la vista descubriendo los balcones, la ropa tendida, las banderas, las palabras, los molinillos de viento. Se ha contaminado del plata de las ratas de ciudad hasta abandonar el ensimismamiento que le producía contemplar sus cortos vuelos para regresar al suelo con la vista, viendo entoces bajo sus pies las sombras proyectadas de los edificios. Ha dado lentamente tres pasos marcha atrás y ha vuelto a sentir el sol en su cuerpo comprobado como aparecía también sobre el asfalto su propia figura, su imagen gris. Después de varios segundos se ha puesto a caminar de nuevo hacía delante. Ha llegado a la oficina. Se ha sentado en una silla y se ha preparado para la reunión. Mientras esperaba a sus compañeros ha recordado la imagen de un perro que barría corazones y que le había saludado de camino al trabajo.
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