El encanto de la ballena (4)


Pausa en el campo de mar
Originally uploaded by Glubeburne.



Esta historia no se la voy a regalar a un personaje… así que… pensaré que soy la protagonista. Pensaré que fui yo quien la vivió…

Ayer no era el primer día que creía que el mundo era una mierda gigante, enorme, verde botella. No era el primer día que pensaba lo absurdo que me resultaba todo mientras, al mismo tiempo, me preguntaba si no era un poco extraño, que a mi edad, siguiera teniendo problemas existenciales. Supuse que no tener enfermedades, ni hijos, ni pareja, ni hipoteca y teniendo unos padres increibles, al igual que mis amigos y mi trabajo, estaba provocando que esa fase que se suponía transitoria se prolongara en exceso. Pero ayer…ayer estaba hasta los cojones de mi, de mi fase y de mis ganas de llorar. Recordé a mi abuela cuando me explicaba que en las fiestas de su pueblo se quedaba en casa, dentro, sola, compadeciéndose de si misma, orgullosa de su soledad, sin disfrutarla, esperando que alguién la invitara a salir solo para poder decir que no. Yo sin entenderla me decía a mi misma que eso no me pasaría nunca…pues…ayer estuve a punto de tener que tragarme mis propios pensamientos. Ayer, con esas ganas infinitas de llorar y de bailar al mismo tiempo, con esas ganas de salir y no saber a quien llamar, puse la radio. Escuché la retransmisión en directo de los conciertos de mi ciudad, me disfracé y decidí salir a la calle. Llegué al Centro de Cultura y ahora que estoy intentando escribir y des-cribir lo que pasó caigo en la cuenta de un detalle. Antes de llegar al escenario, mientras caminaba rápido, una chica me miró y me dijo: “pero niña, alegra esa cara!!!”. Y lo hice y le acaricié el brazo para agradecerle sus palabras. Y los que me conocen o los que me intuyen sabrán que después de ese instante vino una pregunta. Bueno… Llegué hasta la mesa de sonido y allí detrás de un árbol me paré. El grupo que había estado escuchando desde casa había acabado su actuación y ahora una francesa con dos músicos sonaban entre las luces de colores. Era aburridísimo pero Barcelona hace que lo aburrido, porqué no, también pueda ser moderno así que, acabé con mi cajetilla de cigarros y en sintonía perfecta con el centenar de camisas de colores del resto de gente, intenté disfrutar de la noche. Pero…todo tiene un límite. Me cansé de estar de pie, me cansé de mis cigarros, me cansé de encontrarme con gente de esa que recuerdas su cara pero no su nombre y a los que saludas pero con los que no tienes demasiadas cosas de que hablar. Me cansé de todo un poco y volví a mis ganas de llorar. La música me hubiera podido salvar pero no lo hizo. Decidí volver a casa. Atravesé la Plaza Cataluña, entre personas borrachas que gritaban en idiomas que no entendía. Extraños todos. Me subí al vagón del metro y me senté al lado de la ventana. Fué entonces cuando, absorta en mi misma, sin importarme absolutamente nada, me puse a llorar como una idiota. Me daba igual que me miraran…hasta que… un tipo de pié frente a mi sacó una pequeña libreta de anillas y se puso a escribir. Me miraba, escribía y me volvía a mirar. Entonces cerré el grifo. Creí que anotaba algo sobre mi y pensé en el derecho que tenía él a inventarme, él, un absoluto desconocido. Apareció entonces mi egoísmo más humano: yo podía inventar las vidas de los demás en mis libretas pero que nadie hiciera lo mismo con la mía. El metro se paró con las luces encendidas en medio del túnel. El tipo seguía escribiendo, el resto de gente cada vez hablaba más alto, alimentando el ambiente de preocupación. El conductor pasó tres veces por nuestro vagón, con la camisa más manchada de grasa en cada recorrido. El metro no arrancaba así que alguién propuso empujar y surgió la risa, la carcajada y la complicidad entre todos los que no nos conocíamos. Finalmente aquella máquina decidió responder a la voz humana y regresamos marcha atrás a la última estación por la que habíamos pasado. El tipo de la libreta salió por la puerta justo destrás de mi invitando a su bicicleta a acompañarle al mismo ritmo. Mientras subíamos por la escalera mecánica me dijo: “ Oye, perdona, es que mientras estábamos en el vagón he escrito esto para ti”. Tomé aquel cachito de papel arrancado y lo miré. Mi egoísmo me abofeteó una mejilla mientras se transformaba en algo que no soy capaz de explicar. Le pregunté si no le impotaba que lo leyera en casa cuando estuviera sola. Me dijo que no. Hubo una pausa muy pequeña o muy corta porque todo pasó muy rápido, en el tramo de una escalera mecánica. Me volví a girar hacia él y le di todas las gracias. Aceleré mi paso aguantando aquel trozo de papel y me perdí. Al llegar a casa leí las palabras escritas que resultaron ser un poema. Seguí llorando hasta quedar dormida….A veces, quizá más de las que soy capaz de reconocer, hay cosas que valen mucho, sin pena.

El encanto de la ballena (3)

Se acercó tan suavemente que nadie notó su presencia en aquel lugar. Se sentó en la décimosexta fila, en una esquina. Le caían sobre la cara trocitos de modernismo, como gotas, pero fue la música quien la inundó y la llevó hasta el fondo de un mar, oscuro, desconocido. Sintió los golpes de la batería, del saxo, de la guitarra, del contrabajo…lo sintió todo pero no vió nada. Al salir del concierto de los ruidos, se apoyó contra una pared y se miró los pies que parecían aún más secos si los comparaba con el agua de la calle recién mojada. Estuvo esperando a que pasara algo más. Fumó. Vió como poco a poco la gente desparecía de la puerta trasera del teatro. El silencio. Cuando ya no quedaba nadie apareció él. Se abrazaron tan fuerte que no fueron capaces ni de saludarse. Se encendieron un cigarro juntos y ella regresó a su casa donde sabía que le esperaban su cama con las sábanas limpias y una pregunta sin respuesta. Ya en posición horizontal recordó el color de la línea negra que subrayaba sus ojos, perdidos en otro lugar como el primer día que lo conoció. Nada había cambiado. Recordó también el color rojo de sus uñas cuando le pidió fuego, la única cosa que él era capaz de pedirle porque sabía que ella estaba dispuesta a dárselo todo. Antes de quedarse dormida supo que lo amaría con la misma intensidad aunque él ahora fuera una mujer.

El encanto de la ballena (2)

No es extraño que se le olviden todas las historias cuando se para a pensar en en el Tiempo… y es que el Tiempo la trae de cabeza. Hoy ha descubierto que es incontrolable. Precisamente hoy desearía que el Tiempo fuera muy corto y muy rápido hasta las 21:30 y a partir de ese instante, que se hiciera largo, lento y eterno. Pero eso no es así. Precisamente a las 18:06 eso no es así, es todo lo contrarío: el Tiempo transcurre con una lentitud casi espantosa y a partir del instante, se precipitará. Está segura. Y como hay que sacarle provecho a todo, mientras tanto, intenta distraerse con detalles. Ha sacado todas las etiquetas de la ropa que compró ayer: sería un desastre aparecer con esos trocitos de papel con números colgando de la parte de atrás de la chaqueta o de los pantalones o de la camiseta. No podría esconder aquel segundo en el que se dió cuenta de que su armario estaba completamente vacío, que no existía ni una sola pieza adecuada para la ocasión de las 21:30. Y vuelve a revolverse el Tiempo. Ahora tiene quince años otra vez. Y sin más… sólo es capaz de pensar que puede parecer fantástico ir envejeciendo porque cree que pase como pase eseTiempo, en cualquier momento, siempre inesperado, puede volver a sentir algo que pensó había olvidado ya. Son las 20:01.