El encanto de la ballena (1)
Se encontraron en una discoteca que ya no estaba de moda en la que sonaban las mismas canciones desde hacía quince años, canciones que… les seguían haciendo vibrar aunque ahora eso nada tenía que ver con la música sino con la evidencia del paso del tiempo. De nada servía el inglés que habían ido aprendiendo porque preferían seguir cantando rompiéndose las cuerdas vocales y chillar como entonces todas aquellas sílabas que inventaron cuando todavía no sabían nada, que no significaban nada pero que ahora parecían cobrar todo el sentido del mundo. Y así los dos se medio-vieron cuando se dijeron “Papa dont prich, Aim in lobi tim. Papa dont prich!!!!!". Después de este instante mítico con Madonna cogieron un taxi y se fueron a una cama. Se quitaron la ropa y la conciencia. Desnudos y solos se golpearon los cuerpos. Él desbordó toda su fuerza sobre ella, envistiendola, ahogádola. Ella desapareció. Se esfumó y no regresó hasta que sintió la descarga de la pasión malformada. Se quedaron quietos unos segundos. Ella se despegó del otro cuerpo con los brazos y sintió un besó. Él se quedó a su lado, rozándole con el codo y con el pelo. Hubiera sido el momento de fumarse un cigarrillo pero lo estaban dejando así que tuvieron que columpiarse en un silencio que hubiera sido eterno hasta que quizá ella le hubiera invitado a un café. Pero no fue así. Él puso su cabeza entre sus pechos sin importarle el sudor ni aquel olor desconocido que ella desprendía y cerró los ojos para quedarse dormido. Ella le recogió con sus brazos y le acarició en suave y le cantó una canción que nadie podía escuchar, silenciosa como las palabras que no pronunciaban. Así ella desbordó toda su fuerza que a escondidas también envestía y ahogaba. Así ella lo hizo desaparecer mientras surgía un niño entre sus brazos.