El encanto de la ballena (1)

Se encontraron en una discoteca que ya no estaba de moda en la que sonaban las mismas canciones desde hacía quince años, canciones que… les seguían haciendo vibrar aunque ahora eso nada tenía que ver con la música sino con la evidencia del paso del tiempo. De nada servía el inglés que habían ido aprendiendo porque preferían seguir cantando rompiéndose las cuerdas vocales y chillar como entonces todas aquellas sílabas que inventaron cuando todavía no sabían nada, que no significaban nada pero que ahora parecían cobrar todo el sentido del mundo. Y así los dos se medio-vieron cuando se dijeron “Papa dont prich, Aim in lobi tim. Papa dont prich!!!!!". Después de este instante mítico con Madonna cogieron un taxi y se fueron a una cama. Se quitaron la ropa y la conciencia. Desnudos y solos se golpearon los cuerpos. Él desbordó toda su fuerza sobre ella, envistiendola, ahogádola. Ella desapareció. Se esfumó y no regresó hasta que sintió la descarga de la pasión malformada. Se quedaron quietos unos segundos. Ella se despegó del otro cuerpo con los brazos y sintió un besó. Él se quedó a su lado, rozándole con el codo y con el pelo. Hubiera sido el momento de fumarse un cigarrillo pero lo estaban dejando así que tuvieron que columpiarse en un silencio que hubiera sido eterno hasta que quizá ella le hubiera invitado a un café. Pero no fue así. Él puso su cabeza entre sus pechos sin importarle el sudor ni aquel olor desconocido que ella desprendía y cerró los ojos para quedarse dormido. Ella le recogió con sus brazos y le acarició en suave y le cantó una canción que nadie podía escuchar, silenciosa como las palabras que no pronunciaban. Así ella desbordó toda su fuerza que a escondidas también envestía y ahogaba. Así ella lo hizo desaparecer mientras surgía un niño entre sus brazos.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Bienvenidos sean los títulos "National Geographic"! Es innegable que en las ballenas hay cierto encanto (aunque yo siempre he preferido los búhos y las ranas).

Ayer, de madrugada, leía y encontré esto, que creo que de alguna manera se refiere a algo de lo que siempre hablamos.
(Es largo, pero es que si no lo fuera, no sería yo)

"Porque en el mundo inmediato todo puede ser discernido por quien sea capaz de discernirlo, y central y sencillamente, sin disecciones científicas ni disgresiones artísticas, sino intentando, con la totalidad de la conciencia, percibirlo tal como es: de modo que el aspecto de una calle soleada pueda gritar en su propio corazón como una sinfonía, quizá como ninguna sinfonía sabría hacerlo: y la conciencia entera se traslada de lo imaginado, lo revisable, al esfuerzo de percibir simplemente el cruel esplendor de lo que es."

Es de "Elogiemos ahora a hombres famosos", de James Agee y Walker Evans.
Creo que es uno de los mejores libros que he leído nunca.

Un petó.

viernes, 26 agosto, 2005  
Blogger Grock said...

Igual ya lo has hecho, pero deberías plantearte publicar estas pequeñas historias que tanto encanto y sobre todo humanidad tienen.Respecto a las fotos también es admirable el punto de vista con el que miras las cosas, las ciudades.Tus viajes dan una sana envidia.
Reciba mi cordial bienvenida "el encanto de las ballenas".Me reservo el título "El encanto de las bañeras" para algún futuro post.

domingo, 28 agosto, 2005  
Anonymous Anónimo said...

Somos torpes. Las cosas que no sabemos decir con palabras a veces intentamos decirlas con el cuerpo. Y ni siquiera así lo conseguimos siempre. Somos incapaces de descifrar lo que el otro no sabe decir. En ese caso, uno más uno no son dos. Ni mucho menos uno solo. Siguen siendo uno más uno, dos invididualidades indisolubles que se tocan a través del codo o de un roce del pelo. Además de encanto, la ballena esconde toneladas de ternura en su vientre. Bonito relato, sí señor.

viernes, 02 septiembre, 2005  

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