El encanto de la ballena (35)
Ya desde niña nunca le gustó recubrir su habitación con corcho así que podría decir que su vida transcurrió siempre entre paredes salpicadas de agujeritos de chinchetas. Ahora era una mujer independiente, trabajadora, intelectual, ordenada, equilibrada, bella, misteriosa, justa y perfecta pero seguía colgando las fotos de la misma manera que cuando era chica. Anteayer descolgó el retrato de su último amor. Allí quedó, incrustado en la primera capa de yeso, el nuevo agujero al lado de otros que ya había intentado olvidar y no mirar. Mientras guardaba la foto en la caja de las fotos que un día colocaría en el álbum, le vino una extraña pregunta a la cabeza: “Porqué me enamoro siempre de hombres que no saben decir adiós?”. Hizo un esfuerzo por recordar las historias vividas en los últimos cinco años. Siempre había querido descubrir cual era el denominador común entre todos aquellos hombres…y allí estaba la respuesta: le gustaba enamorarse de hombres de papel de celofán. Eran delicados, extremadamente sensibles, translúcidos todos e incluso alguno transparente, como ella. Al abrazarlos podía escuchar el “cric-cric,crac-crac” de sus cuerpos, que se arrugaban y se hacían pequeños. Entendió entonces porqué siempre, despues de la lluvía, marchaban sin decir nada. Sus cuerpos de celofán, en contacto con el agua, se debilitaban, se convertían en celulosa y se deshacían hasta desaparecer. Así, era absurdo esperar una sola palabra, el adiós que marcara un punto y final. No era posible. Anteayer, después de lo de los agujeros, lo de la foto, lo del álbum, con la certeza de que algo se le había quedado adherido a la piel, decidió darse un baño. Al finalizar se envolvió el pelo en una toalla y el cuerpo en otra. Frente al espejo se miró y sintió ver algo. Creyó ser era ella con un deseo: “espero que el próximo hombre sea de césped verde de prado nuevo o de sal de mar o de ladrillos de colores pero…si no ha de ser así, prefiero que siga siendo de celofán: lo prefiero al cemento”.