El encanto de la ballena (33)
Alguien le había explicado que las mujeres eran complicadas. Ella, rehogada en su simpleza, se negaba a admitirlo. Lo único que tenía claro, y eso no implicaba bajo su criterio ningún tipo de complicación, era la mesa en la que quería sentarse siempre que llegaba a un café. En un segundo era capaz de valorar cual era el rincón donde había menos corriente de aire, el más acojedor. A ser posible, una mesa al lado de un ventanal, por si la conversación decaía, tener una excusa para quedarse ensimismada con la gente que pasaba por la calle…y entonces, dejarse acompañar de la belleza de las palabras que quizá no se atrevía a pronunciar. No fue extraño pues, que aquella tarde, cargada con su bolso y sus tonterías, se dirigiera en linea recta hacía el lugar escogido, sin dudarlo, en sólo un segundo. En una de las dos sillas, casualmente, porque las cosas bonitas suelen suceder por casualidad, estaba sentado él. Ella se desplomó a su lado y se perdió entre las palabras, las risas, la vergüenza de la inmadurez, con dos coletas, extrañamente enamorada de nuevo, estúpidamente quinceañera, arrojando a destajo frases imbéciles, poesía de calle, bobadas, besos imaginados, abrazos que querían significar otra cosa. Cuando fue demasiado tarde para volver atrás y haber evitado todo aquello que ahora ella sentía, sin querer escuchar oyó decirle: “Perdona, esa silla ya está ocupada”.
Hoy es domingo. Está a punto de llover. Ha recogido el tendedor con la colada que ha colgado esta mañana cuando todavía creía que podía salir el sol y ha intentado entrarlo en su piso enano comprobando una vez más lo inútil que le resultan sus manos cuando realiza actos cotidianos. El tendedor se desmontaba, no atravesaba las puertas, los calcetines se caían, las pinzas se despiezaban, las camisetas resbalaban. Ante tal desastre y tal inutilidad se ha puesto a llorar y ha empezado a llover. Siendo sincera consigo misma, se ha dado cuenta de que la montaña de ropa esparcida por el suelo nada tenía que ver con su tristeza. Ha deseado creer a ese alguién que una vez le dijo que las mujeres eran complicadas porque quizá así, siendo complicada, hubiera gastado más de un segundo en elegir la mesa donde le habría gustado sentarse, ganando un tiempo preciososo que hubiera aprobechado para darse cuenta de que aquella silla no era su lugar.
1 Comments:
Se me ocurre algún comentario sobre el texto, que no haré por no romper su armonía y fluidez. En definitiva, su encanto.
Sí que quiero agracederte el que en tus links aparezca mi blog. Si me explicas (o alguien que lea esto) cómo se hace, pondría tu blog junto con otros en la lista de links de mi blog.
Me hace gracia que encabece tu escrito el "Te necesito" de Amaral que acompañó una etapa de cambio en mi vida.
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