Creo que cada vez me acostumbro más a mi misma y menos a los demás. ¿Por qué me parece que por la calle sólo caminan mujeres con una botella de plástico de litro y medio de agua apretadita entre sus manos? Hoy he ido al mercado a comprar calabazas., se me han colado en la pescadería y me han dejado sin atún. La colada no ha sido malintencionada: han cantado mi número pero yo estaba en babia, escuchando como la pescadera le explicaba a una clienta, mientras les sacaba las espinas a unas sardinas, que su hijo quería ser
mosso d’escuadra. En eso que el niño estaba detrás de la clienta y ella y la madre se lo han quedado mirando y yo, que lo veía de espaldas, con los pantalones sujetados a duras penas por un cinturón de tachuelas dejando más que intuir dos palmos de calzoncillos, me he puesto a reír y a pensar en el niño y me he preguntado porqué las pescaderas son siempre las dependientas que van más acicaladas, con pendientes brillantes, pañuelos ataditos al cuello y los labios bien rojos y los ojos bien azules y entretanto se me ha pasado la tanda y me han dejado sin atún. He llegado a casa con el carro lleno de verduras y he preparado arroz con calabaza y he vuelto a pensar lo que me gusta quedarme mirando a la gente en el mercado, como se mueven, en una coreografía casi perfecta, como si la vida no se detuviera nunca.