La ciudad sin nombres (4)
Estoy preparada, de nuevo, para seguir despierta horas que parecen años, junto a unas cuantas almohadas colocadas en forma de nido, cada noche las mismas, con la desgana habitual de reconocer demasiado el olor que desprenden, ese que poco a poco yo misma he ido acurrucando. Oigo en forma de relato breve una frase que me dice que escuche con los oídos y no con las entrañas. Yo soy sorda y pese a ese detalle más que minúsculo me queda un solo corazón. Durante el día, me deshago a carcajadas y durante la noche, sólo me deshago. Si a alguien, en una situación parecida, le sirve de consuelo el llanto, que me lo diga. Algunos dicen que existen árboles que se inclinan con sus ramas sobrepasando los muros para poder escuchar los diálogos de los transeúntes. Quizá sea cuestión de dejar de buscar personas para encontrar un buen parque.