Poliedros (6)

Soñó que le regalaban un niño de piel color mármol rosado. Con esa imagen y un secreto llegó a la casa donde le esperaban su padre, su madre y su abuela. Llegó con ganas de preguntarles a todos si, como ella, también guardaban algún secreto. Pero las ganas se le olvidaron justo en el preciso instante en el que atravesó la puerta. Se sentó en la mesa del cuarto pequeño y comió unos macarrones buenísimos, bebió agua y notó de nuevo un silencio que de haber estado sola no le hubiera parecido incómodo. Después del cortado, disparó mil razones por las que era importante irse y que su familia, pese a no entender, creyó. Luego se despidió de su padre que no se levantó de la silla. Cruzó el pasillo y vió a su abuela lavando los platos. Sin dejar que sacara las manos del fregadero le abrazó todo el cuerpo y le dio un beso en la nuca. Le recordó lo guapa que estaba y que no se preocupara que pronto iría a verla. Su abuela se giró, la miró desde abajo, se secó las manos en el delantal y le dijo que como no iba a estar ella, ahora que podía, tan guapa, con la de cosas que “había pasao”. Le recordó en siete segundos la historia de su vida: lo de la muerte del abuelo, lo de ella sola, con cuatro, en “una Barcelona” y le desveló, entremedio de lo que oía y ya sabía, un secreto. Su madre, que había llegado a la cocina, también lo oyó. Nadie dijo nada, solo se miraron. Tras una breve pausa iniciaron un suculento debate sobre la posibilidad de comprar o no un pájaro de esos de “los chinos” que van con pilas y que cantan cuando haces algún ruido, teniendo en cuenta que hacía dos días que a su abuela se le había muerto el periquito y había expresado su deseo de no volver a querer tener otro de verdad. Con este dilema en la cabeza y dos secretos se puso el casco, encendió la moto y se fue.