Un ratito en el deslugar (1)

Era sábado, por la tarde, y afuera de la casa de los padres de María llovía, aunque si hubiera hecho sol, habría importado lo mismo, exactamente lo mismo. En una de las habitaciones de la casa, la llamada ‘salita pequeña”, María permanecía sentada en la mesa redonda al lado de su abuela. Habían acabado de comer y la família ya no sabía que excusa inventar para evitar que la abuela, debido a esa necesidad constante por sentirse útil, no se levantara a fregar los platos. La madre de María sacó un tupper de plástico con agujas, alfileres, hilos de colores y un estuche de dos asas lleno de botones. Mientras hacían sorbitos al café servido en unas tazas de veinte duros, unas tazas horrorosas que se utilizaban para ver si se rompían, pasaron un buen rato inventando pulseras, collares y broches con el tesoro del tupper. De repente, María cogió el estuche y volcó sobre el cubremanteles de plástico todos los botones. Miró a su abuela y le dijo: “-Yaya: vamos a contarlos.-” Su madre, desde que ella era capaz de recordar, había ido guardando meticulosamente en el estuche, porque “en esta casa no se tira nada” y porque “cada cosa siempre tiene que estar en su sitio” todos los botones que llegaban a modo de polen. Contarlos suponía por un lado, encontrar repuesta la pregunta generada desde su infancia de saber cuántos botones era capaz de almacenar su madre, por otro, que mejor plan de sábado lluvioso para una abuela que contar botones pequeñisimos, de mil colores, de mil épocas, con su nieta. María empezó. Cojía diez y los metía en el estuche: “más diez, veinte. Más diez treinta-”. La función básica de la abuela consistía en ir recordando la cifra final cada vez que María rescataba diez botones. Así iban pasando de ochenta a noventa, de noventa a cien, de cien a ciento diez…La abuela preguntó: “-pero, ay chica!, para qué los cuentas?-”. Al segundo: “-ya me dirás, a ver, para qué los quieres contar!-”. Más tarde: “-no me digas tú que necesidad tienes de estar contándolos!”. María no contestaba, miraba a su abuela, sonreía. “-Pero fijate tú la idea de contar botones-“, refunfuñaba la abuela mientras movía la cabeza de un lado a otro. María insistía en que recordara las cifras:”- yaya, trescientos treinta-” y la abuela :”-que sí, que sí, trescientos treinta pero chica mira, no se qué necesidad hay…-” La madre retiró las tacitas de café y dejó que María y la abuela siguieran contando. “-quinientos cincuenta y diez?-Ay, chica, no sé pues di tú…eso, eso, quinientos sesenta, pero… los platos sin fregar y ya me dirás, aquí, contando botones. ¿Qué dirá tu padre!-Yaya, acuérdate, quinientos sesenta-“ El montoncito de botones desperdigados por la mesa iba disminuyendo, el estuche se iba llenando, poco a poco, de diez en diez. Durante todo el proceso María se había negado rotunadamente a contestar a la pregunta de su abuela de porqué tenía que contar los botones. La abuela, pese a su insistencía, se había dado cuenta y aunque no era capaz de reconocerlo, había ido naciendo en ella una necesidad inexplicable de saber también cuantos botones había en el estuche, sin entender porqué. Así llegaron a seiscientos cuarenta. María preguntó :”-más diez?-“ Y la abuela respondió: “- seiscientos cincuenta-”. Y María volvió a preguntar: “-pero abuela, cúantos eran los que teníamos, seiscientos cincuenta o seiscientos cuarenta?- “. “-Ay, chica, pues no sé, ahora ya no lo sé. No me líes con estas cosa-“ dijo la buela. Y María insistió: “-pero, es que es importante. Cúantos llevábamos?-“. La abuela dudaba porque María se empeñaba en hacerla dudar. De repente, entre el griterío de las cifras, que si era una cosa o era otra, María cojió el estuche, le dio la vuelta y desparramó los botones por la mesa mientras, riéndose a carcajadas, le decía: “-Abuela, hay que empezar de nuevo!-”. La abuela, de golpe, se levantó de la silla, le quitó a María el estuche de las manos y empezó a meter a manojos los botones dentro. Se paró, miró a María, y emepezó a reirse. “-Ja,ja,ja! Mira que ya me la habeis hecho buena! Jajajajaja!-”.

Para María existían varios tipos de “cosas”: Las cosas que no tenían sentido ni pinta de llegarlo a tener nunca y las cosas que con el paso del tiempo iban atrapando el dichoso sentido. Así que, por fin, guardar los botones en un estuche ochentero de dos asas, había cobrado significado para María: contar botones evitaba que las abuelas fregaran los platos, se rieran un rato y disfrutaran de los sábados de lluvía por la tarde.

2 Comments:

Blogger Flaneuse said...

¡Celebro tu vuelta!
Hablamos antes de que abandones el Hotel de las Mil Estrellas.
Un beso.

jueves, 09 diciembre, 2004  
Blogger Glube said...

...y yo me alegro de que siempre (y mira que esta palabra es requetepuñetera!!!) estes ahí!. Como supongo habrás visto, todo gira y todo cambia...pero de eso también hablaremos antes de, no abandonar, si no cambiar el hotel de sitio. Las estrellas están en todas partes.

jueves, 09 diciembre, 2004  

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