Bajo la sombra de una acacia (12)

Ayer por la noche me puse el chal de mi abuela y me fui a un bar. No sé si es cierto eso de que todas las mujeres, cuando llegamos a un bar, siempre tenemos claro en que mesa preferimos sentarnos, que no nos es lo mismo una que otra…quizá sólo me ocurre a mi…quizá no tengo otra cosa en que pensar, cuando llego sola a un bar, que elegir la mejor mesa…Ayer lo tuve tan claro que llegué a sorprenderme. Tuve la sensación que la mesa me estaba esperando mientras susurraba mi nombre. Estaba en una esquina. Era pentagonal, una forma poco habitual, custodiada por una única silla, también de madera y con cuatro patas. Me senté y apoyé la cerveza encima de la mesa. Ese fue el momento en el que me di cuenta que la mesa cojeaba. Cada uno tiene sus manías: yo no soporto que se queden abiertas las puertas de los armarios, ni comparto los cigarros y odio que las mesas cojeen. Cuando esto último sucede siempre busco un cartoncito, o doblo una servilleta o, si estoy especialmente sociable, le pido al camarero un azucarillo para utilizarlo de cuña, pero ayer, cuando me agaché para detectar cual era la pata coja, me di cuenta que el suelo era completamente irregular y que la mesa estaba rota. Para arreglarla habían atado una cuerda de esparto que impedía que la mesa se desmontara a piezas y pudiera, así, seguir aguantando nuestras cervezas. Comprendí que sería imposible evitar un leve tintineo cada vez que diera un sorbo así que decidí aceptar a la mesa tal cual era. Reclinado entre el suelo y una de las paredes de la esquina donde había decidido sentarme, había un espejo de los que llaman de cuerpo entero. Me había parecido bonito. No estoy segura si es el adjetivo que mejor lo define pero, sea como sea, el conjunto de mesa, silla y espejo, me resultó acogedor, algo entrañable, adecuado para la ocasión. En el momento de mi elección ni se me pasó por la cabeza que estaría sentada a diez centímetros de mi propia imagen, viéndome de reojo, allí estampada, con el chal, la silla, la cerveza y la mesa coja. Paradójicamente, mi imagen y yo parecíamos ser transparentes para otros ojos que no fueran los míos. Entraron en el bar personas con las que alguna vez me había emborrachado, con las que había intercambiado inquietudes… pero no me reconocieron. Tengo memoria fotográfica y eso hace que no me acuerde de un nombre pero que nunca olvide una cara. Esto, no sé si es una virtud u otra manía…en fin… Supongo que ser transparente, cuando no quieres serlo, es incómodo, de la misma manera que lo es cuando quieres atravesar una puerta automática y el detector de movimiento no te reconoce y te quedas plantada sabiendo que la única opción para pasar es ponerte a dar saltitos con cara de gilipollas frente a una puerta de cristal. Así que, ante la idea de levantarme, aparecer con cara de idiota y recordar a no se quien cual era mi nombre, preferí seguir sentada y esperar a que empezara la sesión. Las luces no tuvieron que apagarse porque el bar ya estaba a oscuras. Sin esperarlo, o porqué no reconocerlo, esperándolo demasiado, llegó un viejo conocido sorprendido de que yo hubiera vuelto, de que hubiera decidido ir al bar. Se sentó cerca de mí y le prometí salir a leer justo después de él. Así lo hice. Estando en el pequeño escenario, bajo un odioso haz de luz que pretendía hacernos sentir que lo que allí sucedía era importante, desparramé el cachito de un texto que tenía guardado en el bolso. Por unos instantes deseé volver al rincón con mi silla pero deseé más leer y confesar ante todos los que estaban en la sala, a todos los que no me conocían y también a los que no me recordaban, que desde hacía varios días no podía escribir porque me tenía atrapada el dolor por la muerte de un amigo. No sé si entendieron algo, no sé si lo entiendo ni yo. Deseé que mi amigo muerto hubiera estado sentado entre la oscuridad de los que escuchaban. Sólo a ellos les hablé de ese tipo de muerte que nada tiene que ver con el cuerpo, sino con la distancia. De esa muerte que transforma incomprensiblemente cualquier detalle en recuerdo y que de no ser por la nostalgia, precipitaría cualquier recuerdo hacía el olvido. Supongo que no necesito la aprobación de nadie para seguir deseando. Quizá mi amigo algún día resucite y quiera escuchar lo que leo o leer lo que escribo. Mientras tanto seguiré yendo sola a bares en los que quizá encuentre mesas cojas que me enseñen a aceptar y amar las cosas tal como son.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Mi unicornio azul ayer se me perdió
pastando lo dejé y desapareció
cualquier información bien la voy a pagar
las flores que dejó, no me han querido hablar.

Mi unicornio azul ayer se me perdió
no sé si se me fue, no sé si se extravió
y yo no tengo más que un unicornio azul
si alguien sabe de él, le ruego información
cien mil o un millón yo pagaré
mi unicornio azul, se me ha perdido ayer
se fue...

Mi unicornio y yo hicimos amistad
un poco con amor, un poco con verdad
con su cuerno de añil pescaba una canción
saberla compartir era su vocación.

Mi unicornio azul ayer se me perdió
y puede parecer acaso una obsesión
pero no tengo más que un unicornio azul
y aunque tuviera dos yo solo quiero aquel
cualquier información la pagaré
mi unicornio azul se me ha perdido ayer
se fue...

domingo, 18 marzo, 2007  

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