Crónica de un garbanzo (15)

Ayer por la noche me encontré con una soledad bajando las escaleras. Llegó hasta la puerta de una calle que era oscura y estrecha como la escalera, como su casa. Desprendía alcohol perfumado y sus ojos eran rojos y su pelo rubio, rizado. Con una mano se apretaba la pierna, con la otra la sangre que quería caer. La acompañé a estirarse en la acera y la acaricié. Se llamaba…que idiota soy, no recuerdo como se llamaba. Se lo pregunté sólo por mantenerla despierta y darme cuenta de que todo aquello era verdad. Quise saber su nombre y ahora lo he olvidado pero no se despega de mi cabeza la imagen de aquella soledad borracha subiendo a la camilla de la ambulancia. Para despedirme le envié un beso con la mano y ella me respondió con una caída de ojos. Tampoco olvido el sonido de la puerta del vecino que se cerró justo después de que le pidiera un poco de agua y él contestara que no. Todo esto ocurrió ayer por la noche y ahora lo recuerdo en un segundo. Que estúpida soy. Quiero acordarme del nombre de aquel argentino que ayer encontré sangrando en un portal de la Barceloneta después de haberse caído y haberse dejado medía pierna en la barandilla de una escalera imposible. Pero sólo veo sus ojos, que se me han clavado aunque estuvieran borrachos y drogados y detrás de ellos, aquella maldita soledad.