Historias de carton (19)

Se despertó ya de madrugada y se escondió bajo las sábanas haciéndose creer que era para matar al frío. La verdad es que se cubría con la tela rasposa para despistar a los rayos de sol que empezaban a colarse por los agujeritos de la persiana. Las motas de luz, al principio, tocaban solo una punta de la cama, muy cerca de sus pies. Luego discurrían y corrían pero no dudaban.
Las motas de luz,
como hormigas,
sobre las sábanas…
…pero ella seguía escondida aquella mañana y vió como la invasión de las motas se convertía sobre su cabeza en un cielo de día lleno de estrellas, su propio cuadro de Magritte. Y entonces pensó que quizá le daría lo mismo si aquella mañana, en el portal, se topaba con la vida saliendo de la panadería con el desayuno en una bolsa, que le daría lo mismo, quizá, si tras el encuentro con ella, moría de llanto o de risa. Puto cuadro, puto cuadro, rojo, no sabía porqué. Y le vino a la cabeza una imagen de una niña con sombrero redondo, traje escolar, con los calcetines subidos hasta las orejas, en gris y azul marino, mirando al suelo, haciendo morros, enfadada. Lluvia, un poco de viento, muy poco, y la niña sin moverse, sosteniendo el cuadro rojo. Y la niña se transformó en muchas niñas, se multiplicó, se sumó, se restó, se hizo matemática y el cuadro explotó y se la comió. Y se quedó sin niña en la cabeza y con miles de cachos de cuadro rojo exparcidos por los ya habituales deslugares. Respiró. Pasó el tiempo en su habitación sin paredes, y pasó sin ritmo, sin cálculo, sólo de una cosa a otra.