Un ratito en el deslugar (26)

A María, más que el chocolate, le gustan los imposibles. Cualquier deribado del cacao es una exquisitez con la que entretener a su paladar. Puede icluso llegar a imaginar su sabor antes de probarlo. Es por este motivo que la frase “se le hace la boca agua” adquiere para ella un sentido máximo. Y por aquello de que nunca está de más poner ejemplos, hablaremos de un caso concreto: los “ferreros” (lástima de nombre para un cachito de placer…) Una bolita de esas frente a María, es actualmente, teniendo en cuenta que está en periodo de obligada abstinencia, provocarle una lucha interna desesperada (¿me lo como y dejo el régimen para mañana…?). Aunque, si finalmente no decide comerlo, siempre puede imaginar a qué saben. Los “ferreros” son previsibles pero… los imposibles…no! Y no lo son precisamente porque nunca sabe que está ante uno de ellos hasta que se lo encuentra cara a cara. Eso hace que le fascinen. Cuando los descubre, en ese instante, le queda el placer del recuerdo de todo el tiempo que ha utilizado para llegar a darse cuenta que estaba ante otro, escondido siempre. También pondré un ejemplo. A María le apeteció un día viajar en círculo. Se montó en un tren con la intención de regresar a la misma estación siguiendo el recorrido de una vía en forma de circunferencia. Los planos de la red de transportes, recientemente rediseñados, le aseguraban que su pequeña idea podría hacerse real. Había oscurecido, no disfrutaría del paisaje, pero le daba igual, tenía una ilusión que cumplir. Y la vida, es eso, no? Había dos opciones tal y como bien detallaba el plano: ir en círculo hacía la derecha o hacía la izquierda. Daba también lo mismo, no era una declaración de principios políticos, en el primer tren que llegara se montaba. Y finalmente apareció: se desplazaría hacía el norte, luego hacía el este, al sur y por último al oeste, al lugar de partida. Junto a la idea y a la ilusión de aquella nueva experiencia existia el juego que acababa de inventarse para añadirle más interés al recorrido. Pretendía hacer un estudio socilógico a partir de la observación de la gente que iba subiendo y bajando de su vagón. Quería averiguar si existían rasgos comunes entre los que se dirigían hacía un lugar o hacía otro. Pasaban los minutos en el tren. Todo parecía aburridamente normal. En una estación de nombre inpronunciable se subió una mujer desmesuradamente enorme, que comía, no, que engullía, una mezcla entre pizza y coca. María se quedó mirándola. Cuando pareció haber saciado su hambre, la mujer sacó una revista de esas que el feminismo, pese a su asentamiento en esta sociedad, no ha conseguido eliminar. Con un diseño espenatoso, llena de recetas de cocina y supuestamente las últimas tendencias en moda y como no, consejos para preparar una mascarilla de pepinos o mantener contento a tu pareja. Cerca de la mujer se hallaba sentado un personaje, que aún habiendo subido al tiempo que ella, María consideró no prestarle importancía. Pero los minutos pasaban y la mujer llegó a su destino y fue entonces cuando María se dió cuenta de que aquel hombre la observada, y también fue entonces cuando su imaginación, que muchas veces es peligrosa, la empezó a trasladar a situaciones que la incomodaban. El hombre no dejaba de mirarla mientras se relamia los labios. Unos labios entre dos mofletes rojos, todo igual o más horroroso que la revista de la señora desmesurada. Cada vez había menos gente en el vagón y María y su intuición decidieron que era preferible bajar en la próxima parada que seguir allí sentadas. Y así lo hicieron. Pero cual fue su sorpresa cuando aquel hombre, sin dejar de mirarla, también descendió del tren. Pero aún mayor sorpresa tuvo cuando descubrío que aquella resultaba ser la última parada del recorrido. Pero…si era la última y se suponía que había viajado en círculo, como era que aquel lugar no se parecía en nada a la primera estación? Estaba descolocada. Descolocada y perdida. Se dirigió hasta el plano rediseñado para intentar averiguar dónde narices había ido a parar. Mientras buscaba el nombre de la estación en aquel trozo de papel plastificado que ahora más que nunca le parecía haber sido tejido por una araña en plena borrachera, el hombre mofletudo se acercó hacía ella. María sin haber tenido tiempo de descubrir su nueva posición en el mundo se apartó para no tener que tropezarse con él. Se alejó todo lo que pudo y tan pronto llegó otro tren, se subió en él. Le daba igual dónde la llevara, donde fuera pero lejos de aquella estación. Ya con calma, dentro del nuevo vagón y con calefacción incorporada, se entretuvo en descifrar las cordenadenadas exactas del lugar. Todo volvía a estar claro. No había viajado en circunferencía. En un punto del trayecto el tren había cambiado de vía y de nombre y de todo lo que se le puede hacer cambiar a un tren sin que deje de serlo y la había conducido en línea recta hasta aquel deslugar. Pensó en aprobechar las circunstancias y pasarse por el centro a mirar escaparates, o luces, o alcantarillas o edificios, o gente con cara de frío…así que se sentó tranquila, sacó su libro, y decidió que ya otro día continuaría con su estudio sociológico. Cuando, de repente, escuchó: “siguiente parada: Frankfuter Alle”. Mierda! Esa era su parada inicial. ¿Qué había pasado? Ahora no estaba perdida pero sí más descolocada que antes. María cerró el libro, cogió su gorro y sus guantes y saltó hacía afuera. “Dichosa manía esa de cambiar los trenes cuando ya has subido en ellos” pensó. Y siguió pensando y entonces descubrió al imposible: no se podía viajar en círculo!. Lo peor de todo era que no es que no se pudiera por alguna razón física que desconociera sino porque no la dejaban. Pensó que si quería viajar sólo podría ir de un sitio a otro y luego a otro, en líneas rectas o curvas pero no circulares. Así acabó el día para María. Así encontró a su nuevo imposible. Con ese pensamiento se fue a dormir pudiendo, entonces sí, tener la posibilidad de viajar en círculos y volar sin alas si le apetecía, porque, en realidad, lo mejor de los imposibles de María era que existían para poder transformarse en posibles en ese mundo en el que vivía mientras soñaba. Se comió un “ferrero”, evitando pensar que lo del régimen había de ser un nuevo imposible aquel día y se preparó para subirse al tren de aquella noche.

2 Comments:

Blogger Flaneuse said...

nota técnica: cuando vuelvas por aquí pondremos orden a los párrafos para mayor legibilidad. Hay que poner un poquito de código pero te quedará de perlas. Besos

lunes, 10 enero, 2005  
Blogger Glube said...

Bueno...hay el Ring-S41 y el Ring-S42 (esto parece una receta bioquímica!!) Uno va en un sentido y el otro en el opuesto, ambos circumbalan Berlín. Eso es lo que dicen los mapas. Luego, te subes a ellos, a cualquira, y nada...ninguno da la vuelta completa!!!

Un saludo

jueves, 20 enero, 2005  

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