Un ratito en el deslugar (18)
María, como solía hacer cada domingo, fue a pasear al mercado de la pulga. Aunque…aquel domingo el mercado parecía haberse convertido más que nunca en una pulga: erá ínfimo, pequeñísimo. Hacía mucho frío y las fiestas navideñas estabán aún dando los últimos coletazos, así que pocos se habían atrevido a montar sus paradas. Mientras chafardeaba en un cuenco lleno de anillos y baratijas repitéindose a sí misma : “María, no compres joyas que luego las pierdes o te las roban”, alzó su mirada y se topó con el vendedor de la parada siguiente. Era un extraño ser con un extraño gorro de lana que tejía extraños gorros de lana y cuando los acababa los depositaba sobre un tendedor de ropa plegable. Se regalaron una sonrisa. María se acercó y descubrió que el ser extraño hablaba español, perfecto, pensó. El vendedor empezó a contar los gorros y María acabó de contarlos haciéndole entender que podían comunicarse en una lengua que conocían bien los dos. Él le preguntó de dónde era y ella contestó que de Barcelona. Él siguió preguntando: “¿Y de qué barrio? “ y ella contestó: “de Graciá”. María creyó que a él no le interesaban demasiado las respuestas, pensó que sólo intentaba alardear de conocer bien su cidad, de conocer muchas ciudades, como sí también creyera que eso a María le importara. No se dió cuenta de que María sólo pensaba en su sonrisa y en los gorros con los que se ganaba la vida. María, por esa estúpida vocación de intentar ser amable, al despedirse le dijo: “adiós, quizá nos volvamos a ver por Barcelona”. A lo que el fabricante de gorros respondió: “No se si tengo ganas. Te veo demasiado”. Ahí sí que triunfó el vendedor. Algo realmente interesante, más que los gorros que la sonrisa o que el tendedor plegable. María respondió inmediatamente: “Bueno, sólo me tienes que olvidar, así la próxima vez que me veas no creerás que ya me has visto antes, que ya me has visto demasiado”. A lo que el ser de los gorros horrorosos respondió: “Es que estoy seguro de no poderte olvidar”. Se regalaron otra sonrisa. El fabricante siguió tejiendo y María paseando.
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