Un ratito en el deslugar (8)

A María no le gustaba su nombre pero le gustaba mucho menos la idea de tener que cambiarlo. La suerte era que, en realidad, ella no necesitaba llamarse a si misma y que durante su existencia sólo debería aguantar esa conjunción de letras pronunciada, al fin y al cabo, por la gente que estaba afuera. Con los de dentro, era diferente. Algunos la solían llamar hija, otros amiga. Y algún día la llamarían mamá, abuela,…amor. De algunos, también era cierto, esperaba no ser llamada nunca de ninguna manera.