Crónica de un garbanzo (21)

El único error que cometí fue escribir el cuento de octubre en primavera. Entonces, aún creía que no era extraño ponerle nombre a las camas, ni sobrevolar Japón rozando rascacielos con las yemas de los dedos, ni hablar con los peces, ni desayunar siempre lo mismo, ni creer poder escribir cualquier cosa en mi blog. Ahora, estoy segura de que estas cosas no son extrañas pero sí demasiado complicadas. En Finlandia hace frío, quizá, si a mi cama la hubiera llamado Santo Domingo, estaría más calentita y me sentiría mejor algunos fines de semana. ¿Por qué soñar con rozar rascacielos si por eso olvido acariciar ballenas? Yo hablaba con mis peces, que eran dos. Uno murió: queda, solo, otro. ¿Con quién habla cuando yo me voy? Creo que últimamente se siente algo triste y por eso bebe tanta agua. Los peces también se emborrachan: por los ojos. Desayuno siempre un cortado con leche fría y un bocadillo pequeño de queso. Cada día voy al mismo bar. Desde hace un tiempo uno de los camareros me sonríe burlón cuando antes de responderle a la pregunta de si quiero algo me dice con orgullo: “un cortado con bocadillo pequeño de queso!!!”. Algún día le pido un Donut sólo por picarle. El cree que me empieza a conocer y que hay buen royo por eso también me sonríe cuando llego con un amante distinto cada cuatro semanas. Si hubiera ido variando el desayuno nunca hubiera surgido esa familiaridad entre el camarero y yo, y quizá, sólo así, ahora no estaría pensando que he de cambiar de bar. Puedo escribir lo que quiera en mi blog. Hasta ahora mi vida afectaba a la página, a las letras de ceros y unos pero ¿Pero qué pasa cuando lo que escribo influye en mi vida hasta el punto de hacerla cambiar? Puedo escribir lo que quiera, incluso mi propia verdad, pero vosotros leeréis lo que os de la gana.