El delito comun (5)

Nací sobre una roca gigante. Allí, sentada, viví durante unos años. Un día, una ráfaga de viento me sopló en la cara y me llevó hasta el suelo. Fue esa misma ráfaga quien hizo mover la roca hasta aplastarme por completo. Empecé a gritar. Esperaba alguna respuesta de alguien que al oirme me pudiera ayudar a liberarme de aquel peso que me había caido encima. Grité con todas mis fuerzas pero las respuestas fueron otros gritos, más o menos lejanos, de seres también sepultados bajo rocas. Intenté moverme y lo conseguí, pero a cada desplazamiento me acompañaba el de mi roca, así que nada cambiaba. Después de tantos esfuerzos me quedé dormida. Al día siguiente, allí seguíamos las dos: una encima de la otra, una debajo de la otra. Seguí gritando, llorando, riendo, callando, todo por culpa de la esperanza imperdible de salir, de regresar a mi estado anterior. El tiempo pesaba más que nunca. Al final, pensé que de nada servía revelarse contra mi nueva situación y me acordé que tenía hambre y mucha sed.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

No importa lo grande que sea la roca, para moverla solo necesitas un punto de apoyo y un palo..
Jordi

jueves, 27 enero, 2005  

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