La ciudad sin nombres (6)
¡Qué difícil está resultando empaquetar seis años de mi vida en cuatro cajas de cartón! Creo recordar que irme de casa de mis padres me resultó mucho más sencillo quizá...porque tenía más ganas. Aquella vez abrí una maleta, metí la ropa, unos cuantos libros, hoja y media de vida laboral y descolgué un cuadro. Le dije a mi madre que me iba a Madrid a pasar unos días. Ya no volví. Supongo que yo pensaba que mi madre era idiota porqué ¿quien se va de vacaciones con un cuadro? Yo intuía que no regresaría y por esa razón fue necesario llevarse lo imprescindible y el grito de Munch lo era. Llevo varias horas desempolvando cosas y estoy pensando que si tuviera que salir corriendo no me llevaría nada. ¿Qué narices hago guardando libros que no he leído nunca y cd’s que no he escuchado jamás? Desbordada, me siento completamente desbordada. Yo soñaba con tener una casa blanca pero no tenía ni idea de que las casas, aunque sean blancas, se llenan de recuerdos en forma de libros, de música, de panfletos, de fotos de otros, de cuentos de otros, de otros... Sentada frente al ordenador miro a mí alrededor y hay una montaña. Quizá, de repente, esta noche, me vuelva práctica y dejen de perseguirme las tormentas y coja sólo la ropa y el cuadro y me presente de nuevo en casa de mis padres. El único problema es que, como ya es evidente que mi madre no es idiota, cuando me vea con el póster enmarcado piense que no volveré a irme de su casa nunca más.
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