Las horas del manubrio (3)

Desde hace un tiempo en el metro de Barcelona hay personas que pierden gafas de snorkel, paipais de Tailandia y otros enseres. A través de los altavoces del subterráneo se escuchan las notificaciones de los extravíos y proponen a sus dueños despistados que pasen por las oficinas para recuperarlos. Ayer, mientras me deslizaba por las vías, engullida por los sonidos de las altas voces que, porqué no admitirlo, cada vez me resultan más extrañamente familiares, tuve la idea de pasar por la garita de cualquier estación y detenerme para preguntar a dónde me tenía que dirigir exactamente para reencontrarme con las gafas o el paipai. Mientras imaginaba la cara del encargado al escuchar mi demanda, a mi lado, una pareja de quinceañeros se hacía fotos con una cámara digital. Se colocaban bien juntos, alzaban un brazo y empezaban a disparar derrochando ante el objetivo la imagen más desbordada de la estupidez juvenil. Discutían entre risas mientras miraban el resultado de los disparos. No conseguían que aparecieran en una misma fotografía los dos rostros completos. Probablemente les faltaba distancia pero, como movidos por una energía inagotable, seguían intentándolo parada tras parada. No pude evitar observarlos durante un largo tiempo, completamente convencida de que su primavera particular no les dejaría descubrirme. Al rato, la mujer que estaba sentada frente a ellos les propuso hacerles una foto en la que pudieran aparecer los dos. El chico contestó: “No, gracias. No se preocupe: sólo estamos tonteando”. Al llegar a mi parada volví a pensar en detenerme en la garita de la estación. Quizá allí estuviera esperándome la inocencia que no sé cuando ni de que manera desde hace un tiempo tengo la sensación de haber perdido.


Donde nos llevó la imaginación
donde con los ojos cerrados
se divisan infinitos campos

Donde se creó Ia primera luz
germinó la semilla del cielo azul
volveré a ese lugar donde nací

De sol, espiga y deseo
son sus manos en mi pelo
De nieve, huracán y abismos
el sitio de mi recreo

Viento que en su murmullo parece hablar
mueve el mundo y con gracia le ves bailar
y con él el escenario de mi hogar.

Mar bandeja de plata, mar infernal
es un temperamento natural
poco o nada cuesta ser uno más.

De sol, espiga y deseo
son sus manos en mi pelo
De nieve huracán y abismos
el sitio de mi recreo,

Silencio, brisa y cordura
dan aliento a mi locura
Hay nieve, hay fuego, hay deseos
allí donde me recreo


El sitio de mi recreo
Antonio Vega