Las horas del manubrio (6)

¡Qué maneras tan diferentes tienen los hombres de acercarse al mar! Algunos se detienen en la orilla mientras sus pies se hunden en la arena, contemplando con los brazos en jarra el agua que viene y va. Se sostienen el espíritu. El espíritu no sé qué es ni exactamente donde está pero cuando veo a un hombre frente al mar con los brazos en jarra sólo puedo pensar que se está aguantando algo que debe estar muy cerca del alma. Otros hombres, en cambio, no se detienen, ni escuchan las olas, sólo se precipitan. Aparecen ya corriendo y atraviesan el agua como si fuera siempre verano. Estos hombres también deben tener espíritu y alma pero nunca tienen frío. Algunos hombres se mojan primero los pies y luego las rodillas hasta que el agua roza alguna parte de su sexo. No sé que sienten, ni lo que piensan pero dan media vuelta y regresan a su toalla, sin nadar. Otros hombres intentan coger el agua con las manos, pero el mar es gigante y las manos inútiles. Ellos también regresan a sus toallas pero no sin haber sentido antes la caricia, el picor de la sal en alguna herida. Los niños, a diferencia de todos los hombres, siempre que se acercan al mar, tiran piedras.